Mary Ellen Mark: la épica del cine en el objetivo
La gran fotógrafa de rodajes expone en Madrid sus famosos retratos
A estas alturas solo veo en blanco y negro”, se excusa Mary Ellen Mark (Filadelfia, 1940), leyenda de la fotografía, ante un café y los restos de un dulce. Ha llegado a Madrid para impartir un taller en la escuela internacional de fotografía PHotoEspaña Alcobendas y para inaugurar, el viernes, una exposición en La Fábrica con algunos de sus retratos cinematográficos más conocidos. Durante años, esta mujer menuda de largas trenzas negras, trabajó para el cine logrando algunas de las mejores imágenes que conocemos de Federico Fellini, Marlon Brando, Jack Nicholson, Dennis Hopper, Luis Buñuel o Dustin Hoffman. Pero su obra va mucho más allá de los míticos rodajes de Apocalipse Now o Tristana, de los que fue impagable testigo, para adentrase en una de las indagaciones fotográficas más crudas (y a la vez delicadas) que existen sobre niñas y niños callejeros, sobre prostitutas de la India, sobre circos ambulantes o sobre inquietantes hermanos gemelos.
“No sé si podría hacer ahora esos trabajos, la relación con la cámara ha cambiado tanto... Aquí en Madrid les voy a pedir tres cosas a los alumnos: que se hagan un autorretrato, algo muy difícil; que retraten a una persona cercana que ellos decidan y que no me traigan ni una sola imagen hecha con su móvil. Instagram está totalmente prohibido”. La fotógrafa señala entonces a la pequeña terminal telefónica más próxima y continúa: “No podemos confundir comunicación con fotografía. Ni privacidad con fotografía. Las nuevas tecnologías están matando el misterio, se pierde el proceso. Hoy hay muchísimas revistas pero en realidad no hay ni una sola revista. Ya nadie quiere hacer nada a fondo. Yo, a los jóvenes, procuro ayudarles sin ser pesada pero siendo honesta. Por eso les digo que es muy difícil hacer una buena foto, y que no todo el mundo puede porque es más difícil aún desarrollar un punto de vista, y luego defenderlo”.
Ella lo defiende sin levantar la voz pero con uñas y dientes. Se niega a trabajar en digital y sin los medios y el tiempo necesario. Con una amabilidad extrema regala otro buen consejo: “Al hacer una foto es tan importante la presencia del otro como la tuya propia, hay que saber estar, sin arrugarse, con confianza. Hacerte respetar, que no vean tu miedo. De todas formas, y hablando de celebridades, las películas antes eran diferentes, se hacían de otra manera. Ahora un rodaje es una pantalla verde o una pantalla azul con un director pegado a un monitor de vídeo. Hay demasiados filtros, demasiados publicistas, demasiada gente. No es que los actores sean menos interesantes, es que el acceso ha cambiado. A mí me dejaban en paz, podía estar en cualquier parte, robarles gestos. Era una presencia familiar y confiaban en mí”.
Al dar por sentado que ninguna como la de Marlon Brando, lanza un grito y una carcajada. “¡Qué dice! ¡Fellini mucho más que Brando! ¡A Fellini le gustaba tanto posar! ¡Era increíble! Los actores son muy fáciles de retratar. Solo hacen su trabajo, y son bellísimos y saben mirar mejor que nadie a la cámara. Y luego está Dennis Hopper, claro, que tenía todas las tragedias en su rostro y no le importaba en absoluto mostrarlas. Era un hombre desinhibido. Maravilloso para fotografiar”. Y fotógrafo a su vez. “Sí, hay muchos actores que quieren ser fotógrafos. De hecho, he establecido amistad con algunos gracias a la fotografía. ¿Sabe que Jeff Bridges es muy bueno? Es el mejor que conozco con la Widelux de 35 milímetros, una cámara panorámica que domina como nadie. De verdad, es realmente bueno, el mejor”.
Mark explica que ama el circo por Fellini y que por eso, después de trabajar en India en su hoy famosa serie de las prostitutas de Falkland Road, se unió a los viejos circos ambulantes. En 2012 publicó su último proyecto: sobre adolescentes el día de su baile de graduación (“qué terribles son las diferencias sociales entre ellos”, dice) y ahora está recaudando fondos para reencontrarse con una prostituta que fotografió hace años. “Llevo tiempo trabajando sobre la pobreza en EE UU y ella me impactó porque tiene un don ante la cámara. Cuando la conocí trabajaba en la calle y ya estaba obsesionada con tener hijos. Al final tuvo cinco en la calle y otros cinco con el hombre con el que vive ahora. Tiene una personalidad muy adictiva, dejó la heroína pero ahora está con las pastillas. Tiene 43 años y quiero fotografiarla con sus hijos, que más o menos están saliendo adelante, aunque mi favorita es una de sus hijas mayores, que vive en un refugio sin hablarse con su madre. Quiero pasar tiempo con ellos, al menos un mes para sacar buenas fotos”.
Pensar en el tiempo la devuelve a la pequeña terminal móvil que está sobre la mesa y junto al café. “Déjeme que vuelva a Internet, lo ha cambiado todo. La gente no sabe lo que hace aunque lo hagan todo el rato. No hay punto de vista, esto solo va de comunicar, de enviar mensajes, de desvelar nuestra intimidad… pero no hay ni trabajo ni búsqueda. Antes se podía trascender, se podía sacar épica de las estrellas o de la calle. Y yo me resisto a cambiar, hace ya mucho tiempo que decidí que solo hago lo que quiero”.
Babelia
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