Contra el agotamiento
Sus creadores proponen un sofisticado juguete posmoderno donde prima el sentido del espectáculo y una voluntad lúdica
Cuando un género se cansa de sí mismo, a veces no empieza su decadencia, sino algo mucho más interesante. La cabaña en el bosque ya anuncia, desde su mismo cartel y su desconcertante primera secuencia, que no estamos ante el típico slasher donde un grupo de arquetipos de una pieza irán siendo eliminados según unas reglas ya gastadas por el uso. Joss Whedon y Drew Goddard, dos miembros de esa generación de creadores que se reconocen antes como fans de mitologías y modelos preexistentes que como fundadores de nuevos territorios —un poco al modo de J. J. Abrams—, no proponen una deconstrucción irónica y resabiada del género al modo de la saga Scream, sino un sofisticado juguete posmoderno donde prima, ante todo, el sentido del espectáculo y una transparente voluntad lúdica. Los cocreadores logran camuflar el potencial reflexivo de la operación bajo la síntesis de un subgénero previsible y mecánico por naturaleza, un marco cercano a la ciencia ficción y un sustrato lovecraftiano que, de manera sumamente ingeniosa, funciona como correlato simbólico de las mecánicas de producción y consumo de la ficción popular.
LA CABAÑA EN EL BOSQUE
Dirección: Drew Goddard.
Intérpretes: Richard Jenkins, Chris Hemworth, Kristen Connolly, Anna Hutchison, Fran Kranz, Amy Acker.
Género: terror. EE UU, 2012.
Duración: 95 minutos.
Un grupo de jóvenes, aislado en el monte, desencadena una amenaza que activará la lógica sustractiva del relato y su propio imperativo de supervivencia. Whedon y Goddard podían haber sorprendido al espectador con un giro estratégico a mitad de metraje, pero, desde el arranque, el espectador sabe que esta ficción no es inocente. Libre, sofisticada y plagada de guiños como un sueño húmedo de fan fatal, la película quizá se agota en su brillante concepto, pero tarda al menos 90 minutos en extraerle toda la diversión posible, que no es poca.
Babelia
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