“Se apagó como una vela”
Miles de personas acuden a la capilla ardiente del músico y arropan a su familia
“Hay gente que pisa Benidorm y le repele. Otros, en cambio, se enamoran. Y ese fue el caso de Manolo. Vino a rodar tres películas y se quedó. Era uno más. Ya verás, va a venir muchísima gente”, advertía un empleado municipal casi tres horas antes de que el Ayuntamiento convirtiera su salón de plenos en la capilla ardiente de Manolo Escobar.
Y no se equivocaba. Desde la apertura, cada 20 minutos alrededor de 300 personas presentaban sus respetos al cantante, según la policía local. La previsión es que sean miles de personas las que pasen a despedirse de un artista que nunca perdió la sonrisa.
Ya una hora antes de que se abriera, unas 200 personas rompieron en aplausos y gritos de “bravo” a la llegada del coche fúnebre de un artista que dejó huella en Benidorm, donde hace más de dos décadas decidió establecerse en su chalet El porompompero con su mujer Ana Marx y su hija Vanessa.
“Paseaba por todo el pueblo, le encantaba. Era muy apegado a nosotros”, dijo Loli Bolaño, que fue su compañera en una comisión fallera. “Manolo era muy fiestero, se tiraba en el casal con nosotros hasta que cerraba”, evocó. Aseguraba que “nunca” olvidará que el artista se presentó en el funeral de su madre como un vecino más para consolarla: “Cumplía con todos. Era entrañable ver cómo trataba a su mujer y cómo se desvivía por su hija”.
Mientras su familia recogía la medalla de la ciudad dentro del salón de plenos todavía en soledad, en el exterior, algunas personas —sobre todo las que pasaban de los sesenta años— se emocionaban como cualquier fan al acordarse de su ídolo.
“Un mito”, decía Gregoria García. “Desde niña se me llenaba el corazón al oírle por la radio”, aseguraba Josefina Soriano agarrándose a una foto de ella y Escobar. “El más grande de España, imposible que no te gustara”, subrayaban las hermanas Tortosa. Dentro del recinto, el sobrino y mánager de Escobar, Gabriel García, lo confirmó: “Ha muerto feliz. Desayunó, durmió una siesta. Se sentó y se apagó como una vela. Con un rictus de paz. Hasta eso le ha concedido la vida, morir donde dijo que quería”. En Benidorm.
Babelia
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