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Australia, rendición ante el paisaje

La Royal Academy londinense reúne dos centenares de trabajos en una exposición que recoge el protagonismo preeminente de un territorio sin igual

Sidney Nolan, 'Ned Kelly', 1946.
Sidney Nolan, 'Ned Kelly', 1946.

Las hermosas, extremas y casi indomables tierras de Australia han perfilado la historia de esta isla-continente desde la épica de los primeros colonizadores, con su cara más oscura del sometimiento de la población indígena, hasta el nacimiento de la nación moderna. Sucesivas generaciones de artistas australianos vienen atestiguando en los últimos dos siglos esa evolución política, social y cultural a través de voces muy diversas, pero con el nexo de su rendición unánime ante el paisaje. La Royal Academy londinense ha reunido dos centenares de esos trabajos en una exposición que recoge el protagonismo preeminente de un territorio sin igual, desde 1800 hasta el mismo presente.

El despliegue de dibujos, fotografías, instalaciones multimedia pero sobre todo pintura —posible gracias al copatrocinio de la Galería Nacional de Australia— arranca con el mundo aborigen de los sueños. Los habitantes originales de Australia plasmaron su narrativa sobre la creación y sus mitos totémicos —esencialmente de carácter religioso— con pigmentos minerales que aplicaban directamente al suelo o a las rocas. Porque el arte aborigen versa sobre la tierra y se realiza con la tierra misma. Sus herederos, autores como el reconocido Rover Thomas, recuperan y reivindican en el siglo XX ese mapa ancestral de un pueblo con 50.000 años de historia en sus lienzos de tela. Varios de los visitantes que escruten la muestra desde el próximo sábado hasta el 8 de diciembre reconocerán los tradicionales y coloridos diseños a base de pequeños puntos que tantos autores de otras latitudes han venido copiando y comercializando en décadas recientes. Pero probablemente les sorprenda la evolución de ese arte aborigen y la influencia en él de otros movimientos en la era moderna, expresada en el estilo abstracto de firmas como la de Emily Kame Kngwarreye.

Shaun Gladwell, 'Approach to Mundi Mundi', 2007.
Shaun Gladwell, 'Approach to Mundi Mundi', 2007.

En ese universo basado en el equilibrio del hombre y la tierra prorrumpieron los primeros colonizadores británicos en el siglo XIX, que ilustraron con sus cuadros las duras expediciones hacia el centro del continente, pero también la fascinación hacia aquel entono extraño y de fuerza poderosa. Sus obras reflejan todavía la tradición pictórica europea, desde el paisajismo inglés (John Glover) hasta la inspiración romántica alemana que recoge Eugene von Guérard en plena fiebre del oro.

El desarrollo de los asentamientos hasta la conformación de seis colonias separadas dentro del imperio británico modifica el entorno y su percepción por los artistas, crecientemente abiertos a las nuevas influencias procedentes de Europa y América. Australia tiene una poco conocida pero exquisita generación de impresionistas, liderados por Tom Roberts, y de seguidores del modernismo que Margaret Preston encarna en la exposición. El paisaje sigue siendo un tema central a principios del siglo XX, cuando el camino de Australia hacia su conversión en país independiente empieza a arrancar con la formación de un estado federal (1901). Pero la forma de interpretarlo se transforma radicalmente a lo largo del siglo gracias a nombres como Sidney Nolan, Fred Williams o Arthur Nolan, verdaderas estrellas de la escena artística australiana y, principalmente en el caso de primero, figuras reconocidas a nivel internacional.

Rover Thomas [Joolama], 'Cyclone Tracy', 1991.
Rover Thomas [Joolama], 'Cyclone Tracy', 1991.

Nolan (1917-1992), modernista de última hornada y definido como “el artista que inserta el drama humano en el paisaje”, está presente en la muestra Australia con varias piezas de su serie Ned Kelly, dedicada al personaje de un fuera de la ley del siglo XIX que la imaginería popular convirtió en una suerte de “Robin Hood australiano”.

Los años sesenta marcan el inicio de un periodo de enorme diversidad en el que la nación empieza a redefinir su identidad o identidades culturales con el apoyo de críticos e historiadores como Robert Hugues. Florece el nacionalismo cultural y con él una nueva conexión con el entorno, con esa variedad de paisajes que abarca inmensos desiertos, montañas, selvas tropicales o zonas costeras densamente pobladas. El final del siglo está dominado por diferentes visiones del mundo y el creciente tono político de muchas de las obras, que aborda también la crítica sobre las relaciones interraciales (El Gobierno australiano no se disculpó formalmente por las tropelías cometidas contra la población aborigen hasta 2008).

El final del recorrido por Royal Academy, consagrado a las propuestas contemporáneas con firma australiana, subraya la vitalidad de un arte cuya calidad y prolíficas expresiones se reivindican con derecho en el estreno de la nueva temporada museística de Londres.

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