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CORRIENTES Y DESAHOGOS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La estética es medicina

Es duro decirlo, pero no es la ética sino la estética quien avanza, paso a paso, para apuntalar este mundo que se desmorona. Ya parece que no hay dinero para casi nada, pero se ha reforzado, en notables porciones, una parte importante del buen gusto. Tampoco ha desaparecido, sin duda, el mal gusto y la extrema ordinariez, pero cada vez se hace más evidente que los nuevos negocios que logran triunfar —grandes o pequeños— se caracterizan por poseer un buen estilo y despertar interés por la belleza que inculcan a sus locales o a sus mercancías.

H&M no se ha conformado con ganar mucho a partir de sus diseños y bajos precios sino que ha creado COS, una cadena que luce mejorando superlativamente la dignidad estética de su oferta y de paso de toda su querida clientela. Y algo semejante, en otro sector, podría decirse de Petra Mora, una creación de Bimba & Lola que en el ramo de la alimentación (dulces y postres) ha mimado los envases con un gusto que redondea el gozo de la compra.

En muebles, Habitat es ya aburrida e Ikea, que acaso no lo había dado todo de sí, ha decidido popularizarse hasta caer con frecuencia en la nada. La firma Hay, sin embargo, forma parte de los nuevos brotes que, en este caso, añade, recreando el mueble danés de los cincuenta-sesenta, calidad estética a una silla, un sofá o una alfombra, sin exagerar el precio.

Vivir entre la fealdad es igual a vivir entre basuras. Birrias y desechos han formado parte del arte en los últimos lustros del siglo XX, justo cuando la prosperidad era igual a la acumulación y Damien Hirst, entre muchos otros, componía su obra con bolsas de Doritos, pieles de plátanos, condones y envases de plástico. La rudología sería así la rama del arte que trata apasionadamente el detritus y que, próxima al feísmo, ha ocupado buena parte del arte contemporáneo, cuando el dinero líquido y abundante cubría la sociedad de barrocos excrementos.

¿Una nueva y sana moralidad ahora? El descrédito de la ética ha propiciado el importante quehacer de la estética y desde Muji a Le pain quotidien, desde las cosas, una a una, a los espacios envolventes, el conjunto industrial y comercial se ha estilizado. Estilizado en su doble acepción de compostura y despojamientos superfluos.

Locales de copas, de prendas deportivas, de artefactos informáticos, han ido transformando sus establecimientos, antes solo instrumentales, en ámbitos emocionales.

No siempre sucede así, desde luego, pero si, por ejemplo, pensamos en el fenómeno de las bicicletas, ¿cómo no quedar deslumbrados de su explosivo renacimiento no ya sólo ecológico sino, especialmente, ecoestético?

Una nueva tienda de bicicletas en Barcelona, París o Madrid, desde Slowroom a Ciclos Noviciado, es tan estimulante como visitar una buena galería de arte. O más, porque el arte se ha filtrado con ímpetu incluso más fuerte que en los también deprimidos años treinta, en los utensilios domésticos y en los coches, en las motocicletas, las mochilas o los carritos de bebés, productos que han mejorado en su función ergonómica pero, sobre todo, en su morfología de seducción.

Claro que la fealdad permanece y sigue trabajando a destajo. Amenaza incluso con rodearnos en cadena, puesto que pronto llegarán los almacenes norteamericanos Forever 21, colmo del más infame low cost. ¿O qué decir ahora mismo de los abyectos bocadillos que venden a bordo de los aviones o de los torturadores uniformes que visten las empleadas de El Corte Inglés?

La fealdad se pega con temible facilidad sobre la arquitectura de bares y casas particulares, pero acaso pocas veces se ha tenido una conciencia más limpia para la acción arquitectónica que hoy, en los pocos edificios sociales que se proyectan. Pero además no se trata ahora, como antes, de trabajar a través de un severo compromiso político, ético o humanista sino, en buena parte, hay que decirlo, mediante la encantadora y curativa potencia de su estética.

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