Otra Barcelona

En el arranque de Bajarí, una proyección al aire libre de Los Tarantos (1963) de Francisco Rovira Beleta encuentra a su espectador más apasionado en un niño de 11 años, con la mirada completamente hipnotizada por el taconeo de Carmen Amaya en la pantalla. Ese niño, Juanito Manzano, sobrino del cantaor El Coco, es uno de los polos que usa Eva Vila para invocar la memoria de quien fuera alma del barrio del Somorrostro, figura legendaria y corazón de esa ciudad invisible que responde al nombre de Bajarí, bautismo caló de Barcelona. El otro polo es Karime Amaya, sobrina nieta de Carmen Amaya, que regresa de México para conocer sus raíces y preparar un espectáculo de homenaje a la matriarca de su dinastía.

En B-Side, su primer largometraje, Eva Vila ya se embarcó en la tarea de capturar otra de las ciudades invisibles que palpitan bajo la imagen escaparate de Barcelona: su comunidad de tenaces músicos que, en diferentes ámbitos, lidiaban con su propia exigencia más allá de los cantos de sirena de la fama y el mercado. Bajarí no sólo es un segundo paso consecuente, sino que confirma a Vila como cineasta dotada de una infrecuente sensibilidad para poner su objetivo al servicio de la esencia musical. La elección del encuadre preciso o el recurso a la metonimia definen la identidad estilística de una directora que, aquí, habla de la transmisión del genio y de la fuerza de lo visceral frente al virtuosismo técnico.

Bajarí documenta el nacimiento de una vocación —simbolizada en las primeras botas rojas del joven Juanito— y el retorno de una herencia artística —la que protegen Karime y su madre Winny—, al tiempo que certifica la supervivencia de un Somorrostro transformado en comunidad de complicidades. La película de Eva Vila llega a los cines a tiempo de celebrar el centenario del nacimiento de la bailaora Carmen Amaya, nacida el 2 de noviembre de 1913 en Barcelona. O, mejor, en Bajarí.