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crítica de 'juerga hasta el fin'
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Hollywood Babilonia

Con Seth Rogen a la cabeza, y de tropa James Franco, Michael Cera o Jonah Hill, el filme elucubra con una posible hecatombe durante una fiesta de actores hollywoodienses

Javier Ocaña
La pandilla de actores protagonista de 'Juerga hasta el fin'.
La pandilla de actores protagonista de 'Juerga hasta el fin'.

La autoficción se ha instalado de tal forma en la cultura contemporánea que ya hasta las jóvenes estrellas de Hollywood andan dispuestas a flagelarse con escupitajos tan sorprendentes como el de Juerga hasta el fin. “Las vidas inútiles no generan tragedias, sino inutilidades”, escribió Kenneth Anger en Hollywood Babilonia.Y eso es precisamente la película de Evan Goldberg y Seth Rogen, habituales de la factoría de Judd Apatow, una inutilidad; una sensacional inutilidad con Los Ángeles como ciudad del pecado, como una Sodoma y Gomorra repleta de niñatos, egocéntricos, cocainómanos, falsarios, sexoadictos, cobardes y egoístas seres humanos disfrazados de mitos. Algunos de los herederos de aquellos Erich von Stroheim, Charles Chaplin y Rodolfo Valentino del libro de Anger han decidido autocalificarse, y reírse de sí mismos. Con muy mala baba. En fin, Hollywood, pero (casi) más divertido que nunca.

JUERGA HASTA EL FIN

Dirección: Evan Goldberg, Seth Rogen.

Intérpretes: Seth Rogen, Jay Baruchel, James Franco, Jonah Hill.

Género: comedia. EE UU, 2013.

Duración: 107 minutos.

Con Seth Rogen a la cabeza (director, guionista y protagonista), y una tropa con gente como James Franco, Michael Cera, Jonah Hill, Danny McBride, Emma Watson, Channing Tatum y hasta Rihanna, Juerga hasta el fin elucubra con lo que pasaría si hubiera una hecatombe durante una fiesta de treintañeros hollywoodienses donde unos se lo toman como un respiro laboral y otros como una bacanal. Interpretándose todos a sí mismos, la película evoluciona hacia una comedia de ciencia ficción donde lo esencial es la autorreferencia; es decir, la autoficción enloquecida. Su irreverencia (con nombres y apellidos: Lindsay Lohan y cía, en la diana) y sus dosis de escatología no están, sin embargo, reñidas con un poso desesperanzado sobre temas mayores, aunque expuestos con la sorna y la aparente intrascendencia de cualquier comedia universitaria estadounidense. Porque, he ahí una vez más el peterpanismo globalizado, con criaturas que rozan o superan los cuarenta comportándose como adolescentes. A lo que ellos espetarían, y puede que con razón: "¡Sí, qué pasa!".

El honor, el egoísmo y las complicadas relaciones en la edad madura con los amigos de la infancia están presentes, cuando unos cambian y los otros siguen siendo críos, y unos y otros se quejan del cambio, o del estancamiento. Y mientras, la cultura popular (de El exorcista a La semilla del diablo, pasando por los Backstreet Boys), provoca oleadas de identificación en la mejor película de zombis, desastres y alienígenas del verano.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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