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Resolviendo el cubo de Rubik de la música

Así se gestiona el macrofestival húngaro Sziget, ‘el Woodstock del Danubio’, que reúne a 350.000 personas en una isla

Tommaso Koch
Uno de los asistentes al festival húngaro Sziget.
Uno de los asistentes al festival húngaro Sziget.marton botond (EL PAÍS)

Robin parece cansado. Apoyado en una farola, con la cabeza agachada, tal vez el superhéroe no se haya recuperado todavía de la última proeza criminal del Joker. O, tal vez, la razón de su hundimiento sea menos existencial. “Igual está borracho”, sugiere Spiderman. Ojo, es el hombre araña quien habla por él y no su compañero de toda la vida, Batman. Porque el hombre murciélago también se encuentra sentado en el suelo, a menos de un metro, sin dar señales de vida. Bienvenidos al festival húngaro Sziget, que congrega a 350.000 personas en una isla de Budapest y es conocido como el Woodstock del Danubio.

La noche ha derrotado a los superhéroes. Así que le toca a Bas Van Ansem, el joven que lleva el disfraz de Spiderman, hacer de portavoz de la pandilla. Son un grupo de nueve amigos holandeses, asegura. Y es la primera vez que acuden al Sziget. Pero, ¿por qué disfrazados?

—Porque en Holanda cada año se celebra el Carnaval.

—Qué raro. ¿En agosto?

—No, no. En marzo.

—Ah.

El caso es que el encuentro en cuestión es de lo más común en este megaevento que desde hace 21 años ofrece música, entretenimiento y surrealismo. “La isla de la libertad”, se ha autoproclamado el certamen en la edición de este año, que cerró ayer sus puertas. Y en efecto, entre los sziudadanos —así se han bautizado los asistentes—, cada cual actúa y se viste como le da la gana. De ahí que pasearse con un sombrero puntiagudo a lo mago Merlín o ser empapado por un desconocido con un fusil de agua no llama la atención en absoluto. Porque, ¿qué es eso comparado con disfrazarse de plátano?

“El 70% de la programación está representado por los conciertos, pero no es un festival musical, sino multicultural”, aclara Fruszina Szep, directora de los cientos de contenidos del certamen húngaro. Es ella, por ejemplo, la que ha decidido introducir este año espectáculos de ópera y una carpa solo para el circo. Y es ella la que soluciona el Tetris de cómo y dónde colocar la quincena de escenarios del evento, en busca del encaje perfecto.

Sziget cuenta con un equipo de 3.000 personas y 11,5 millones de euros

Unas 50 personas conforman el equipo al frente de Sziget. En pocas semanas ya se reunirán para empezar a organizar la edición 2014, que podría contar con un gemelo en Kiev. “De momento solo es un proyecto”, defiende Tamás Kádar, director ejecutivo de la compañía que organiza Sziget, mientras recorre el backstage del festival. Atraviesa el catering (llevado por un restaurante con una estrella Michelin), supera la bulliciosa zona dedicada a camerinos y guardarropas, y sube las escaleras detrás del escenario principal.

Desde allí arriba, Sziget parece aun más enorme. Editors, de espaldas, se desgañitan delante de un océano de cabezas y banderas. Una máquina echa humo sobre los artistas, mientras atardece. Y, al fondo, se alza la noria del festival. Ante esta postal, Kádár explica que “montar la estructura cuesta unas tres semanas. Lo más complicado son aspectos como el wi-fi, la electricidad y el agua corriente”. Para ello cuentan con un equipo de más de 3.000 personas, un presupuesto de 11,5 millones de euros y varias empresas subcontratadas.

El multitudinario festival ha reunido este año a 350.000 personas.
El multitudinario festival ha reunido este año a 350.000 personas.marton botond (EL PAÍS)

El director ejecutivo de Sziget cree que han alcanzado un nivel “satisfactorio”, aunque todo es perfectible: “Nos hemos volcado en perfeccionar la decoración. Y ya no somos tan económicos [49 euros la entrada, 229 el abono para una semana], así que tenemos que llegar a ofrecer el mejor festival de Europa”. Sin perder, claro está, esa mezcla de jipismo, libertad y trabajo metódico que es la esencia del certamen.

Con su método, por ejemplo, Barnabas Turi tarda 30 segundos en hacer encajar como Dios manda las caras del cubo de Rubik. Aunque tiene truco: trabaja en el stand que el certamen ha dedicado a este insidioso artilugio. Se le ocurrió, en 1974, al profesor húngaro Ernö Rubik y el año próximo, por sus 40 años, Budapest se lanzará a la construcción de un museo de los inventos donde el cubo será protagonista.

Pero, ya saben, Sziget hace lo que le da la gana. Así que ha adelantado las celebraciones. Y el buen Turi está allí para explicarle a cualquiera cómo se soluciona el problema de Rubik. Sostiene que hay que empezar consiguiendo una cruz del mismo color. Suena fácil, esperanzador. Pero Turi aclara que muchos de los que acuden a su mesa arrojan la toalla antes de tiempo.

Los bautizados como ‘sziudadanos’ actúan y se visten como les da la gana

En el fondo, el invento de Rubik no difiere tanto de Sziget. Varios colores, muchas caras distintas y, al final, con entrega y buena organización, todo cuadra. Para darse cuenta basta explorar cualquiera de las 108 hectáreas de este monumento al delirio. Entre bosques, tiendas de camping esparcidas allá donde haya un hueco y nubes de polvo, a la vuelta de la esquina nunca falla una sorpresa. Ya sea con un dragón construido con botellas, un concierto improvisado de rockabilly o un curso de danza, Sziget no para.

Jamás cierra tampoco el Chuck'n Bar. Es un garito colocado justo frente al escenario principal y dedicado al culto de Chuck Norris. “Estamos abiertos 24 horas al día, toda la semana”, cuenta un tipo detrás de la barra que prefiere no dar su nombre: “Solo soy un esclavo más de Chuck Norris”. El joven explica que anoche tan solo cerró los ojos unas cuatro horas, aunque eso no es nada: “Chuck ni siquiera habría dormido”. Seguramente el vaquero se hubiera pasado la madrugada distribuyendo patadas circulares. Pero nada de violencia: así se llama un cóctel que sirven en el bar.

“Queremos que quien cruce el puente hacia la isla tenga la sensación de entrar en la tierra de los sueños”, explica sobre la receta de este gran festival húngaro Fruszina Szep. En concreto, algunos hasta los cumplen. Como poder casarse, en una tienda para las bodas. O tumbarse en una colchoneta hinchable y navegar sobre la masa de manos que asisten a los principales conciertos.

Los cabezas de cartel de esta edición (a la que este periódico ha sido invitado por la oficina de turismo de Hungría y la plataforma musical Deezer) fueron Blur, Franz Ferdinand y Nick Cave.

Pero Tamás Kádár no se conforma: “Tenemos que traer cada año al menos cinco estrellas mundiales”, dice el responsable de la organización. Además, el certamen ofrece literalmente de todo, desde los grupos autóctonos hasta el reggae, pasando por hordas de dj. Como el holandés Kees van Hondt, que tocó el jueves ante una auténtica selva. Resulta que es tradición en Holanda llevar una rama de un árbol a sus conciertos, y la jungla de sziudadanos pareció tomárselo en serio. Hasta el punto de que la organización trajo un camión lleno de ramas ya caídas para evitar una deforestación repentina de la isla.

Además de acudir a los conciertos, los festivaleros de Sziget aprovechan para bañarse (o para dormir) en las aguas del Danubio.
Además de acudir a los conciertos, los festivaleros de Sziget aprovechan para bañarse (o para dormir) en las aguas del Danubio.marton botond (EL PAÍS)

Probablemente quisieran ahorrarse también las quejas de vecinos y Ayuntamiento de Budapest. Desde hace años Sziget pelea contra las acusaciones de descuidar la isla y las multas por exceso de decibelios. De hecho, en las últimas ediciones pagan unos 400.000 euros al Ayuntamiento, sobre todo por el alquiler de la isla. Y, a partir de las 23.30, trasladan los conciertos debajo de las carpas para no obligar a los vecinos a pasar la noche en blanco.

Aun así no es suficiente. Algunos hasta sostienen que el certamen ya tiene una parte para las multas venideras incluida en el presupuesto. Lo demás está dedicado a proporcionar todo lo que un festivalero pueda desear. Como cables que echan agua sobre el respetable durante los conciertos. O un abono para disfrutar del transporte público gratuito por Budapest.

Sin embargo, hay un elemento que el festival no ha podido vencer. Hace unas semanas el Danubio inundó la mitad de la isla. Las aguas se retiraron, pero dejaron en herencia un ejército de mosquitos. En los escenarios, en cada farola, hasta en el tren de vuelta, no hay manera de liberarse de los bichitos. Haría falta un superhéroe. O Chuck Norris.

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Sobre la firma

Tommaso Koch
Redactor de Cultura. Se dedica a temas de cine, cómics, derechos de autor, política cultural, literatura y videojuegos, además de casos judiciales que tengan que ver con el sector artístico. Es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Roma Tre y Máster de periodismo de El País. Nació en Roma, pero hace tiempo que se considera itañol.

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