Cásate en Eurovegas
El obispo de Getafe teme que su rebaño caiga en la perdición por culpa del casino
Steve Wynn, promotor del resort The Mirage —o sea, el espejismo— dijo una vez que Las Vegas es “más o menos como lo haría Dios si tuviera dinero”, pero Joaquín María López de Andújar y Cánovas del Castillo, representante de Dios en Getafe, no piensa lo mismo de Eurovegas. Como obispo de la diócesis a la que pertenece Alcorcón, solar de la futura franquicia de la ciudad del juego, monseñor López arremetió en febrero contra el proyecto por el que pelearon los gobiernos vagamente democristianos de Cataluña y Madrid.
La nueva Sodoma servirá para enriquecer a pocos a costa de muchos
Todo el mundo sabe que las bodas en Las Vegas son una tradición, pero una vez se supo que Sheldon G. Adelson había dado el sí quiero a Esperanza Aguirre, el prelado getafeño, lejos de consagrar la unión, arengó a sus feligreses con una advertencia: si bien la Iglesia “apoya” el fomento de la riqueza —instante que un camello aprovechó para colarse ágilmente por el ojo de una aguja—, Eurovegas será bastante menos familiar que Eurodisney. Al calor centrífugo de la ruleta, avisó, podrían florecer el blanqueo de capitales, las drogas y la prostitución, es decir, el mundo, el demonio y la carne. Y remató vaticinando, cual teólogo de la liberación, que la nueva Sodoma serviría para “enriquecer a unos pocos a costa de empobrecer a muchos”. Antes de que el presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González, le pidiera que se limitara a salvar las almas de los madrileños —sin añadir que de los cuerpos se encargaría él privatizando la sanidad pública—, el pastor tuvo tiempo de admitir que la perdición del rebaño se esconde en Eurovegas bajo “una fachada muy atractiva”. Él sabrá quién le inspiró tal juicio estético, sobre todo teniendo en cuenta que la última vez que el Dios de la meseta tuvo algo de dinero lo dedicó a terminar la catedral de la Almudena.
Con todo, la teoría de la fachada no hace más que situar a monseñor en la línea de otros muchos escritores que han tomado Las Vegas como objeto de análisis en sus ensayos o como escenario para sus novelas. Si para J. G. Ballard la ciudad que no duerme nunca fue más que la mayor bombilla eléctrica del mundo, para los arquitectos Robert Venturi, Denise Scott Brown y Steven Izenour ir a Las Vegas en los años sesenta era como ir a Roma a finales de los cuarenta: aprender que, mal que les pese a los devotos del minimalismo, el personal adora las columnas dóricas y el tejado a dos aguas, es decir, las cosas que puede reconocer, sean o no de verdad. En el fondo, tampoco los tomates saben ya a tomate. Bastante tenemos con que lo parezcan. Bastante tendrán, pues, los visitantes si el anunciado Times Square de Alcorcón se da un aire al de Manhattan. Como advirtió Paul Morand, escritor, francés y diplomático, es decir, triple experto en fachadas, “la palabra auténtico la inventaron los falsificadores”.
Por los mismos días de febrero en que el obispo de Getafe lanzaba su pastoral al orbe, el escritor murciano de 41 años Javier Moreno —nada que ver con el director de este periódico— lanzaba la novela 2020 (Lengua de Trapo). Si Las Vegas ha sido a menudo calificada de utopía infantil —sumisión a las reglas, placer garantizado—, el libro de Moreno es una corrosiva distopía cuyo protagonista, antiguo indignado del 15-M, vive en los aviones abandonados en una desvencijada T-4. Con la crisis, que sigue, ha vuelto la peseta y circulan billetes de 5.000 con la efigie de la princesa Letizia. España es un fracaso salvo en un punto brillante: Eurovegas. “Aquí todo es fingido. Sabe a lo que atenerse”, leemos. No sabemos si dentro de siete años habrá Juegos Olímpicos o todo tendrá un aire de Mad Max celtibérico, pero el apocalipsis y la religión le sientan estupendamente a un no-lugar cuyo modelo en el desierto de Mojave creció sobre un paraje habitado primero por los indios payutes, bautizado más tarde por los españoles y colonizado a finales del siglo XIX por piadosos mormones que creían que aquello era la Sión celestial.
Para ser bíblicamente perfecta le falta una catedral
A la “atractiva fachada” de Eurovegas solo le falta ya una cosa para ser bíblicamente perfecta: una catedral en la que casarse. Y otra más para ser digna de la estirpe apocalíptica de sus ancestros: una central nuclear. No pongan esa cara. De algún sitio tendrá que salir la electricidad para alimentar tanta bombilla y tanta tragaperras. El Manzanares no da para un embalse como la presa Hoover del río Colorado. Eso por no hablar de algo hoy silenciado por los tour operators: en los años cincuenta Nevada, el llamado Estado Nuclear, promovió un turismo atómico cuya expresión más refinada eran los picnics que algunos hoteles de Las Vegas organizaban para que sus clientes disfrutaran de la vista de los hongos gigantes de radiación y polvo que brotaban en el secarral. Si no dejan fumar, al menos eso. Y si tampoco, siempre nos quedará el Circus Circus, ese casino-hotel que Hunter S. Thompson, autor de la inefable Miedo y asco en Las Vegas, definió grácilmente como “el lugar al que iría la gente maja la noche del sábado si los nazis hubieran ganado la guerra”. ¿No suena apetecible?
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