Al celuloide se le acaba el rollo
La película tradicional desaparece de los cines de EE UU El cambio, iniciado con el estreno de ‘Avatar’, supone un ahorro millonario y se extiende por Europa
Cuando en 2009 James Cameron estrenó Avatar la mayoría de salas estadounidenses (y por ende de todo el mundo) tuvieron que adaptar sus proyectores: el filme podía verse únicamente en formato digital y los aparatos convencionales ya no eran suficiente. Si se hubiera tratado de otro director, más de uno se hubiera abstenido, pero tratándose del realizador más taquillero de la historia pocos se lo pensaron. Más de 10.000 salas, solo en EE UU dieron el paso y más de 2.000 millones de dólares (la recaudación mundial de Avatar, unos 1.500 millones de euros) después pudieron comprobar que la inversión estaba justificada.
En las Navidades de 2011, Christopher Nolan, otro director con una especial conexión con la taquilla, presentaba en petit comité los primeros seis minutos de El caballero oscuro: la leyenda renace, la tercera entrega de su saga de Batman. Antes del visionado el propio Nolan, frente a una audiencia de lujo compuesta por algunos de los directores y productores más poderosos de Estados Unidos, cogía el micrófono para defender la vigencia del celuloide y la relevancia del formato, haciendo hincapié en que sin una defensa a ultranza del mismo, este estaba condenado a desaparecer sin dejar rastro. La toma de posición respondía a que unos meses antes, y en la CinemaCom, varios de los ponentes, dirigentes de los grandes estudios de Hollywood, adelantaron que al celuloide le quedaban cuatro días.
“Es un asunto meramente económico”. Ese era el mantra de los peces gordos, cabezas pensantes de estudios como Fox o Universal. Aquel mismo 2011, John Fithian, presidente de la National Association of Theatre Owners (en otras palabras, el gremio de exhibidores de Estados Unidos) anunciaba que “nadie debería confiar en que la distribución de copias en celuloide dure mucho más”. Poco después Fox anunció su intención de dejar de producir en el formato para pasarse al digital, poniendo 2013 como la fecha del cambio.
De poco sirve la presión de Nolan o de Sam Raimi o del propio Spielberg: el digital ha fagocitado el séptimo arte de arriba abajo. Para los independientes ha resucitado la posibilidad de trabajar a un coste más bajo; para los grandes estudios ha reventado los precios de distribución: de los 1.200 euros de coste para una copia en 35 mm se ha pasado a los 100 que cuesta una copia digital. Si se tienen en cuenta el número de copias en las que se trabaja para una superproducción a nivel global, el ahorro se cifra en millones.
Michael Karagosian, presidente de MKPE, una de las consultoras más potentes en asuntos cinematográficos a nivel mundial, declaraba a la revista Hollywood Reporter este mismo año que para 2015 más del 90% de las salas proyectarían únicamente en formato digital.
La muerte del celuloide, que al principio parecía simplemente un titular fatalista, se ha convertido en nombre del progreso y de la crisis, en un hecho consumado. Fujifilm y Kodak, dos de los principales proveedores de película, ya han anunciado que para finales de este año su producción cesará. La cosa afectará especialmente a estos últimos, que hace unos años sufrieron la crisis provocada por la aparición del formato fotográfico digital en el ámbito doméstico y ahora ven cómo la otra gallina de los huevos de oro sufre el hachazo —una vez más— de la tecnología. Otros laboratorios como Technicolor o De Luxe llevan desde 2011 preparándose para el final de la distribución de película y el trasvase a los servicios digitales, liquidando por el camino varias de sus divisiones y subcontratando a compañías más pequeñas para poder focalizarse en servicios de posproducción digital.
En Europa, donde el índice de penetración del formato digital era del 40% el año pasado, no parece que la cuestión vaya a ser distinta, aunque algunas voces (como Cyril Drabinsky, el presidente de la mencionada De Luxe) calculen que en nuestro continente la vida del celuloide podría alargarse dos o tres años más.
El celuloide, que fue desarrollado a finales del siglo XIX y luego probado en Francia y Reino Unido, ha permanecido como un tótem sagrado durante más de un siglo de historia. La imagen de las gigantescas latas conteniendo las bobinas de las películas que iban a proyectarse eran un clásico de salas y festivales de cine que ahora parece condenado a desaparecer en favor de un formato más cómodo, económico y accesible.
El séptimo arte pierde de este modo una de sus señas de identidad más conocidas para seguir avanzando hacia un mundo más barato, menos romántico, más sostenible (aunque este no parece ser un factor decisivo a la hora de tomar decisiones). En un universo monopolizado por el 3D donde Peter Jackson y James Cameron pretenden dejar anticuado el estándar de los 24 fotogramas por segundo y subirse al caballo de los 48 e incluso de los 60 (la prensa estadounidense afirma que Avatar 2 se va a proyectar a esa velocidad) era obvio que algo tan tradicional como el celuloide estaba destinado a acabar en el olvido. Aun así, quién sabe, si en algunos círculos cinéfilos han resucitado el culto al VHS y el vinilo va mejor que nunca, quizás, algún día, el celuloide también regrese.
Babelia
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