Los superpoderes de un fracasado sexual
La película de Zack Snyder ‘El hombre de acero’, que llega hoy a las salas de cine, supone la reedición de uno de los grandes mitos populares de la historieta y el cine. Pero no todo en él son superpoderes: el personaje alberga sus luces y sus sombras
Superman tuvo dos modestos padres judíos que tardaron cinco años en ver aceptada su criatura en la prensa; esta vio la luz en 1938, como consuelo optimista en los años de la Depresión. Y como procedía del planeta Krypton, adquirió el estatuto de inmigrante ilegal. Lógicamente, en su mito abundan los ecos bíblicos: es eco del Moisés salvado en su infancia por las aguas o del Jesús de la matanza de Herodes; su vulnerabilidad a la kriptonita se asemeja a la cabellera de Sansón, que Dalila mutiló despojándole de su fuerza; como Cristo, creció en un hogar de padres humildes que no le concibieron; vivió un retiro antes de iniciar su vida pública, en la que ayudó a oprimidos y necesitados, llevando a cabo prodigios sobrehumanos, como sobrevolar montañas o levantar locomotoras con la mano…
Superman es, por lo tanto, hijo legítimo de la cultura hebrea de la que procedían sus autores, Jerry Siegel como guionista y Joe Shuster como dibujante. Aunque su vulnerabilidad a la kriptonita le asoció también a los mitos arios del talón de Aquiles y del omoplato de Sigfrido.
Pese a sus superpoderes, su mayor debilidad radicó en su infortunio sentimental. El soso Clark Kent, su versión humana, estaba perdidamente enamorado de Lois Lane, quien no le hacía caso. Pero cuando se enfundaba su uniforme de Superman, la chica se derretía por él, sin encontrar eco en el hombre de acero. Este permanente desencuentro amoroso constituyó una ingeniosa manifestación de masoquismo sexual, que sólo se atrevió a enmendar Richard Lester en su versión cinematográfica de 1980 —entonces hasta el porno estaba legitimado—, cuando ella descubría que el soso y el atlético eran la misma persona y, después de desprenderse de sus poderes físicos, que habrían destrozado a la chica, efectuaban su unión carnal en un coquetón hogar polar. Si nos atenemos a una cronología realista, el galán era ya un cincuentón: un tardío debut sexual. Pero los psicoanalistas nos han aclarado que los sueños masculinos de vuelos son símbolos de erección y de poder sexual.
Superman combatió contra el III Reich en diversos soportes y Goebbels le descalificó en el Reichstag como “odiosa criatura judía”. Y generó plagios. El primero fue el Capitán Marvel (1940), rebautizado Capitán Maravillas entre nosotros, pero los tribunales lo liquidaron en 1945. Más afortunada resultó su réplica femenina Wonder Woman (1941), que ilustró el complejo de Diana, definido por Alfred Adler como una protesta viril de la mujer ante el poder masculino. Superman vivió vidas paralelas en el papel y en las pantallas de cine y de televisión. Su primer serial cinematográfico, en 15 episodios, fue de 1948 y perteneció a la modesta serie B de la Columbia Pictures. Desde 1957 George Reeves le dio vida en una serie televisiva de más de cien episodios, pero al terminar el ciclo el actor no pudo soportar su popularidad perdida y se suicidó. Y Christopher Reeve lo resucitó en el cine con más medios y empaque desde 1978, pero tras cuatro entregas exitosas que modernizaron el mito, sufrió un accidente y acabó sus días en una silla de ruedas de paralítico: una penosa contrafigura de su arquetipo. Este episodio, como el trágico desenlace de George Reeves, demostraron el lado humano y sufriente del mito.
Pero los fantasmas imaginarios nunca mueren y, disimulando su edad casi octogenaria, los ingenieros digitales de Hollywood nos lo han resucitado ahora en plena forma para que sobrevuele con su capa protectora nuestras ciudades amenazadas por terroristas, maleantes y ¿por qué no? delincuentes financieros. Esperemos que en ese aspecto el Superman del siglo XXI resulte más eficaz que sus predecesores.
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