El niño ha salido rana
En 'Hijo de caín', su director, Jesús Monllaó, convierte en 'thriller' el mal comportamiento de un adolescente, devenido en psicópata
Entre el viejo adagio "es un adolescente, está en esa época" a asesinar sin contemplaciones hay un largo camino que el protagonista de Hijo de Caín transita pulcramente, sin dejar mancha, con una absoluta frialdad con la que jamás pierde de vista su objetivo. En ese camino se cruzan unos preciosos instrumentos útiles para su final: su madre, su hermana pequeña, un psicólogo que intenta reconducir al chaval, y un viejo maestro de ajedrez (el inmenso Jack Taylor), el único que olfatea el amor por la sangre de ese lobezno sediento de muerte.
Monllaó ha sabido plasmar en imágenes, con el tempo adecuado y una atmósfera acorde, el guion de Sergio Barrejón y David Victori que adaptan la novela de Ignacio García-Valiño. Todo funciona muy bien engrasado. Todo, excepto una terrible sensación: ya hemos visto esa historia en Tenemos que hablar de Kevin. Monllaó cuenta: "No la he visto, y esa ni la mayor parte de las películas con bad kid que me recomendaron que revisara. Porque no quería destrozar un buen material como este, ni dejarme influir por clásicos modernos que hubieran constreñido mis ganas de cineasta. Podía haber seguido esos esquemas". Y sigue con su discurso: "Mismos conceptos pueden dar iguales mismos buenos resultados".
En Hijo de Caín no hay engaños para el espectador: el protagonista miente, manipula. "Si crees que te he engañado como espectador, debes de verla otra vez. No hay truco, todo se enseña. Cuando ates cabos al final, verás que las cuerdas estaban ahí. Desde el inicio fuimos muy respetuosos con la novela, ser sensibles a lo narrado, con interpretaciones sólidas, contada de manera lineal aunque el espectador vaya completando lo mostrado al inicio". Monllaó asegura que García-Valiño ya ha visto su versión y que está contento: "Entiendo que tuviera miedos. Él, escritor de best-sellers, cedía su historia a un director debutante. Creo que ha percibido mi respeto".
Como director, recuerda que sobre todo le importa "no insultar al espectador", que fue muy complejo lograr el tono a mitad de camino entre el thriller y el drama. "Luché por mantener la potencia del thriller empatizando con los personajes, como se da en el drama". Por eso ese final en plan drama griego "con su coro, sus luces espectrales, sus protagonistas". ¿Otro ejemplo similar en el cine español actual? "El orfanato, de Bayona. Tiene elementos sobrenaturales, pero es el drama de una madre buscando a su hijo. La historia te llena, no hay personajes artefactos al servicio de la trama".
Para ello buscó a Jack Taylor, "una especie de Bobby Fischer", el hombre de rotundo y misterioso físico que con una pincelada clava a ese maestro o a José Coronado, "que aceptó desde el principio este personaje secundario". "Todas nuestras conversaciones, el cómo llegó a firmar, no sé, todo lo que he vivido con él me han demostrado lo excepcional que es como persona. Fíjate cómo se presenta: 'Hola, soy Jose'. Ni más ni menos".
¿Y cómo ve el director esta sociedad llena de peterpanes, una sociedad que cuida como nunca se ha hecho a los niños y al mismo tiempo los maleduca? "Hay que cuidarlos. Son nuestro futuro. Aunque es cierto que generamos sobreprotección. Vivimos momentos muy complejos, y para adaptarnos a este hábitat necesitamos una preparación que nos saca de los que somos como seres humanos. Nos meten en un personaje, en un rol, y muchos adolescentes no quieren entrar en ese papel. Nuestro rol como adultos, que no sé si es bueno o malo, es ir domándolos para que se conviertan en ciudadanos de bien. Ahora, ¿qué ese eso?". La respuesta puede que esté en Hijos de Caín.
Babelia
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