Los Premios Benois vuelven al renovado Bolshoi de Moscú
El jurado cuenta con Tamara Rojo, la estrella española más adorada por el público ruso Los bailarines Lendorf, Muntagirov y Smirnova son algunos de los ganadores El coreógrafo Van Manen triunfa en su apartado
Los Premios Benois de la danza han vuelto por fin a su lugar natural de nacimiento: el gran Teatro Bolshoi de Moscú. Son los premios profesionales más reputados en el universo del ballet junto a los Positano (Italia, los más veteranos) y los Laurence Oliver del Reino Unido. Solo una española tiene los tres galardones: Tamara Rojo, que este año está en el jurado del Benois como figura relevante y flamante directora del English National Ballet de Londres. Rojo recibe un bouquet de flores y un aplauso allí donde llegue en Rusia, y se le reservó ayer el honor de dar la primera clase a los bailarines concursantes de 2013. Todos la ponen de ejemplo de tenacidad y capacidades laborales, además de comenzar a tener sus propias leyendas entre la potente balletomanía moscovita. La gala inaugural reunió anoche sobre el escenario del Bolshoi las obras de cuatro coreógrafos aspirantes al premio principal: Hans Van Manen, Justin Peck, Christopher Wheeldon y George Williamson, todo bailado por los 13 artistas entre rusos, daneses, cubanos, armenios y un canadiense con sus respectivos partenaires. La calidad asegurada, el nivel técnico elevadísimo. Para ellos este gigantesco palco no es un páramo ni les da miedo. Algunos lo pisan por primera vez. Es un suelo mítico.
Finalmente fue el coréografo holandés Van Manen el que se llevó el galardón en esa categoría. Los bailarines Alban Lendorf y Vadim Muntagirov fueron elegidos como los mejores intérpretes masculinos, mientras que la rusa Olga Smirnova recibió el premio como mejor bailarina, en el prestigioso coliseo de Moscú.
En el Bolshoi, como antes había hecho el Teatro alla Scala de Milán con el Nuevo Arcimboldi, hicieron un segundo teatro de nueva planta antes de enfrascarse en la profunda remodelación del coliseo original, que amenazó seriamente ruina y derrumbe en varias de sus zonas. Así nunca se interrumpió la línea espectacular de ópera, ballet, música sinfónica y premiación. En esos años, los Premio Benois (fundados en 1991, declarados bajo la protección de la UNESCO en 1992 y del Parlamento Europeo en 2009) viajaron a la Ópera Nacional de Varsovia (1997); al Teatro del Kremlin (1998); a la Staatsoper Unter der Linden de Berlín (2000); al Sadler’s Wells de Londres. Del 2004 al 2008 volvieron al Bolshoi y ahora están aquí para quedarse usando todas sus nuevas instalaciones, pues el teatro moscovita se ha adicionado varios palacetes adjuntos con nuevas salas de ensayos, atrios y talleres conectados por pasillos soterrados o pasarelas aéreas: una ciudad para el arte y la creación escénica donde el ballet tiene una égida indiscutida.
El presidente del jurado no rota y es su fundador, el coreógrafo Yuri Grigorovich, siempre incendiario en sus declaraciones, octogenario pero lúcido y en activo, dijo en la rueda de prensa de anteayer lunes en los salones modernistas del Metropol que tiene planes para largo, que hay que defender y alimentar el alma rusa. En esto, no le falta razón. Otra vez hoy en el mundo global es verdad aquello de que en ballet “todos somos un poco rusos”. Los Premios Benois, que deben su nombre al influyente diseñador de los Ballets Rusos de Diaghilev Alexander Benois (San Petersburgo, 1870 – París, 1960), surgieron de la mano de Grigorovich y de dos mujeres de la cultura rusa y del propio Bolshoi: Regina Nikiforova y Nina Kudriavtseva-Loory. La primera cuando dejó el escenario se convirtió en asistente de Grigorovich por el mundo; la segunda colgó las zapatillas y emigró a Norteamérica para traducir al ruso a Merimée, a Druon y a Bazin. Hoy han vuelto a casa también, y por eso insisten en el símbolo de Benois: los premios encarnan una visión acaso más democrática, o al menos, la idea de los premios de la nueva Rusia con apertura a lo nuevo en el arte y en los artistas, sin cortapisas ni prejuicios, y así se configura un jurado que cambia cada año y se alimenta de lo mejor del panorama mundial de directores y coreógrafos. Por este jurado pasaron también alguna vez Rudolf Nureyev, Galina Ulanova, Carla Fracci, Ivette Chauviré, Nadia Nerina, Víctor Ullate y John Neumeier.
Este año no hay aspirantes españoles, y es raro, porque si se atiende a los cómputos históricos, tras las reputadas academias de París, San Petersburgo, Moscú y Londres (todas oficiales y ligadas a sus teatros de ópera) es la escuela de Ullate de Madrid quien ocupa un honroso quinto puesto aportando premiados de consolidada fama: Angel Corella (2000); Lucía Lacarra (2003); Tamara Rojo (2008); Joaquín de Luz (2009). Además, lo han ganado como coreógrafos Nacho Duato (2000) y José Carlos Martínez (2009). El premio Benois a una vida entregada a la danza se empezó a otorgar en 2000. La primera en obtenerlo fue Alicia Alonso y el último ha ido a manos del francés Pierre Lacotte. Para homenajear a Lacotte anoche bailaron cuatro estrellas de la casa: Eugenia Obratsova, Nina Kapsova, Artom Ovcharenko e Igor Tzvirko. También tienen esa presea de mérito retrospectivo Mijail Barishnikov, Marina Semionova, Maurice Béjart, Fernando Alonso y William Forsythe, entre otros. Entre cierres parciales y definitivos, la restauración del Teatro Bolshoi de Moscú se alargó dos lustros. Finalmente, aún con obreros por medio, la reapertura oficial tuvo lugar en octubre de 2012. Después, se estrenó La Bayadera de Grigorovich y esta temporada en curso es la del rodaje, en realidad la primera donde toda esa gigantesca maquinaria ya está en marcha. Lo único que la enturbiado ha sido el atentado con ácido al director del ballet, Serguei Filin (que también ganó el Benois en 1994 cuando despuntaba). Hoy nadie quiere hablar de eso aquí. Para unos es agua pasada, para otros, una vergüenza. Una amable funcionaria del teatro dice: “Filin está y no está. Está bien de salud, se recupera. Lo más problemático es la visión de su ojo izquierdo. Del resto de las heridas, no queda nada”.
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