El valor de la obra y el precio de la crisis
La comisaria Zoë Gray plantea en una conferencia en Madrid un debate sobre el abismo entre la aportación intelectual de la creación y su trato como mercancía
Un buen día, al salir de casa por la mañana, plazas, glorietas y cruces aparecen desiertos de esas esculturas públicas que daban color a la rutina diaria. Las paredes no son ahora más que piedra sobre piedra, y aquel museo al final de la avenida, solo un edificio vacío poblado por las telarañas. No queda rastro de vida en las salas de exposiciones. No hay dónde encontrar fundaciones, ni escuelas, ni galerías, nada. Todo vestigio del arte ha desaparecido. Llegado ese día, cree la comisaria británica Zoë Gray, las personas habríamos perdido nuestra identidad, aquello que nos definía como seres humanos: “Sería un mundo más anodino, más oscuro tanto emocional como intelectualmente. Pero el arte es irremplazable, porque la creatividad es algo que nos es inherente”.
Como vicepresidenta de IKT, la asociación internacional de comisarios de arte contemporáneo, que aúna a medio millar de profesionales de todo el mundo, Gray ha participado este fin de semana en la organización del congreso anual de la institución, tres días de visitas a museos, foros y asambleas, que se ha celebrado en Madrid. De la sede, surgió la inspiración para el tema central del simposio que tuvo lugar el sábado en la cineteca del Matadero de la capital: el valor del arte, entendido, eso sí, más allá de su acepción económica. “En la sociedad occidental de hoy a lo que más importancia se da es al dinero, y el mercado se ha convertido en un ente tan poderoso que la perspectiva de lo que entendemos como valioso está cambiando”, explica. “Y aunque esto es algo que se puede percibir en toda Europa, hay lugares en los que se ve más claramente que en otros”.
Este cambio de paradigma, espoleado por la crisis -o, si se prefiere, la crisis espoleada por el cambio de paradigma-, es el causante de que el arte se comprenda cada vez más, y desde todos los estamentos, como una mera mercancía, por astronómico que pueda ser (y que es: solo hace falta recordar los 120 millones de euros que se han pagado hace solo unas semanas por un picasso), el precio que se le imponga. “Muchos gobiernos están utilizando la crisis como excusa para reorientar los servicios públicos: ‘Ya no podemos permitirnos una educación para todos, ya no podemos pagar la asistencia sanitaria a todos’… “, dice la comisaria, que desarrolla su trabajo en Bélgica. “Pero recurrir a la esfera privada para que asuma el papel de lo público va a afectar a todo: en las artes visuales supondrá que el dinero se convertirá cada vez más en el valor que define a las obras, lo cual es un peligro, porque puede hacer de él algo muy elitista, solo al alcance de la minoría afluente”.
Tras una lucha de siglos por la democratización del arte, Gray no dudó de la importancia de sacar a colación esta cuestión del significado simbólico y profundo que emana de la creación, que debe ser protegido y a la vez hacerse accesible. Pero, ¿cómo definir algo tan fundamentalmente inaprehensible? “Es algo que proviene del objeto, del producto o de la propia práctica, aunque si por ejemplo hablamos de arte conceptual, puede ser simplemente una idea”, señala. “Y la originalidad, el hecho de que las cosas se hagan de una manera diferente, es también un factor. El valor lo construyen las personas que rodean al arte, desde los propios creadores a los comisarios, las instituciones o el público. Si como periodista escribes sobre esto y haces que la cuestión se convierta en un debate, también estás generando valor. Es todo un ecosistema”.
El origen de este embrollo, coincidieron en señalar los varios expertos que participaron en las conferencias del simposio, moderadas por Gray, se retrotrae (como casi todo en la plástica de la modernidad), a la figura de Marcel Duchamp. “Desde la aparición de los ready mades, todo objeto es susceptible de ser considerado arte”, recordaron. Pero que exista esa posibilidad, no implica en toda instancia que se vaya a producir valor para el beneficio de la sociedad. “Existen piezas que son comercialmente muy valiosas, pero que a largo plazo no tendrán tanto valor simbólico”, sentencia Gray. “Fíjate en las calaveras que realizaron casi al mismo tiempo Gabriel Orozco y Damien Hirst: aunque la de este último está recubierta de 8.000 diamantes, creo que en el futuro se valorará más, por las ideas que aporta, la que creó Orozco”.
Babelia
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