Tomás Picó, un actor que supo reinventarse
Fue intérprete de cine comercial y terminó reciclándose como director tras su paso por los platós de Italia
El actor y director teatral Tomás Picó Hormeño, nacido en Cáceres, falleció a los 73 años a causa de un linfoma el pasado viernes en Tarifa (Cádiz), donde residía desde principios de los años noventa del pasado siglo y ciudad en la que desarrolló una importante labor social, siempre ligada al mundo del teatro, participando en numerosos actos culturales y dirigiendo el Aula Municipal de Teatro, entre 1995 y 2005, donde se dedicó a inculcar la pasión por el teatro a cientos de chavales de muy diferentes edades y clases sociales. “Todo en Tarifa me invita a quedarme aquí, su viento, sus piedras, la luz, la antigüedad y la modernidad”, dijo hace unos meses sobre la ciudad que adoptó como propia.
Picó debutó en 1960 en el Teatro Eslava, y desde entonces hizo numerosos personajes de reparto y algunos protagonistas, habitualmente de galán, gracias a su buena planta, tanto en teatro, como en cine y televisión, e incluso en alguna que otra revista, género en el que llegó a trabajar junto a Lina Morgan. Uno de sus papeles más recordados en España es el de novio de una de las hijas en toda la saga de La Gran Familia (con Alberto Closas, Pepe Isbert o José Luis López Vázquez), y curiosamente, Picó también participó en otro de los títulos de esta serie, La familia, bien, gracias, que Pedro Masó rodó en 1979 en un tono más desencantado. A lo largo de su carrera compartió escenarios y platós con actores de la talla de Concha Velasco, Pepe Sacristán o Emilio Gutiérrez Caba. Durante las décadas de los sesenta y setenta, Tomás Picó ejerció como actor de reparto para el cine comercial y de destape, en títulos como Fulanita y sus menganos (Pedro Lazaga, 1976), Eróticos juegos de la burguesía (Michel Vianey, 1977) o Cariñosamente infiel (Javier Aguirre, 1980). Hijo de un arquitecto vasco de prestigio, su primera película fue Canción de juventud, de Luis Lucia que sirvió para lanzar como niña prodigio a Rocío Dúrcal.
Picó estuvo viviendo diez años en Italia, donde trabajo en numerosas películas y, gracias a su correcto italiano, en bastantes obras de teatro, algunas bajo las órdenes del gran Lucca Ronconi. El actor también hablaba perfectamente inglés y francés.
En los últimos años en Tarifa llegó a poner en pie un total de 17 obras, muchas de autores contemporáneos con el grupo Güenarate Teatro, y otras como la recreación que hacía en verano de la Gesta de Guzmán el Bueno, que se representaba en el Castillo hasta que tanto este edificio, como el teatro Alameda, ambos de la localidad gaditana, fueron cerrados por trabajos de rehabilitación.
“Poseía una gran cultura”, recordaba ayer su compañera y amiga Kiti Mánver, quien destacaba del actor que fue un hombre que cuando comprendió que su época había pasado no se quedó esperando a que le llamaran por teléfono: “Buscó salidas y se apasionó con el aula de teatro, donde no sólo se hacía teatro, ya que también les abría los ojos a la literatura y enseñaba a hablar bien a sus alumnos, hasta el punto de que algunas madres le decían, con una mezcla de humor y orgullo, ‘¿pero que le ha hecho a mi niño que habla tan bien que casi ya no le entiendo?”, señala Mánver al hablar de esta etapa de Picó en la que se reinventó y emprendió su faceta de director, hasta ahora que se ha ido con una gran elegancia y sentido del humor: “Se ha despedido de los amigos con una gran entereza y muy tranquilo, fue un señor también para morirse”.
Babelia
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