Tremendismo ¿anticomercial?
El filme es una verdadera apoteosis del mal rollo. O del tremendismo, que de eso también hay.
Cuando uno se acerca a La soledad de los números primos, en versión cinematográfica de Saverio Constanzo, sin el paso previo del original literario La soledad de los números primos, la novela de Paolo Giordano, surgen multitud de preguntas y casi todas ellas tienen que ver con el concepto de best seller y con la naturaleza del cine comercial destinado al llamado gran público. Automutilaciones infantiles y adolescentes, matonismo colegial, variados accidentes provocadores de traumas, cojeras físicas, mentales y emocionales, anorexia, irresponsabilidad paterna y materna, autismo, bulimia, soledad extrema, incapacidad para las relaciones sociales… En fin, una verdadera apoteosis del mal rollo. O del tremendismo, que de eso también hay. Y, sin embargo, la novela fue un multitudinario éxito de público. Por tanto, ¿qué hace que una novela con semejante cantidad de dolor añadido uno al otro, como capas que se superponen en una especie de concurso por ver cuál de los dos personajes es más desgraciado, se convierta en un best seller, cuando este tipo de historia en el cine es impensable para un público de mayorías? ¿Por qué esa audiencia que suele demandar agradables sentimientos, buen rato, ausencia de desgracias y demás lugares comunes alrededor de la amabilidad cinematográfica sí es capaz de zambullirse en semejante socavón si es en versión literaria? Porque, seamos claros, en buena parte hablamos de los mismos consumidores, del mismo arco de público.
LA SOLEDAD DE LOS NÚMEROS PRIMOS
Dirección: Saverio Costanzo.
Intérpretes: Alba Rohrwacher, Luca Marinelli, Martina Albano, Arianna Nastro, Tommaso Neri.
Género: drama. Italia, 2010.
Duración: 118 minutos.
De hecho, la película llega a España con tres años de retraso y casi de tapadillo en una semana poco apta para grandes estrenos. Un trabajo en el que, más allá de las susodichas disquisiciones teóricas sobre la comercialidad cultural, destaca la ausencia de cualquier resquicio a la esperanza en el 99,9% de su metraje. ¡Si incluso en una fiesta de cumpleaños infantil, en lugar de haber un payaso que hace reír lo que hay es un monstruo que hace que los niños se caguen de miedo! Constanzo, que en 2004 había debutado en el largometraje con Domicilio privado, un excelente relato político-social centrado en el conflicto entre Israel y Palestina, y ambientado exclusivamente en una casa, aporta empaque al conjunto en materia de puesta en escena y montaje, pero la narrativa, que se adentra con constantes saltos adelante y atrás en cuatro etapas distintas de la existencia de dos desgraciados chavales, nunca tiene complejidad verdadera, altura dramática, análisis social ni familiar.
La soledad de los números primos, versión cine, de la que han desaparecido hasta las metáforas matemáticas, sólo es un rosario de calamidades que espantará a los amantes del cine “para pasar el rato” y al que dudosamente se acercarán los admiradores de González-Iñárritu, Susanne Bier y otros tremendistas con trascendencia y sello de autor.
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