Triángulo de amor, zozobra de crisis
El escritor español José Ovejero gana el galardón con una historia de azar, soledad y misterio La convocatoria literaria bate su récord de originales recibidos: 802
Si la simpática ocurrencia de uno de los miembros del jurado consistente en despertar a José Ovejero a las cinco de la mañana en Pensilvania para mentirle diciéndole que había quedado finalista del Alfaguara hubiera tenido éxito, es de suponer que el interfecto habría jurado lo que no está en los escritos. Pero no fue así. Ninguna de las dos cosas fueron así. Ni la jugarreta prosperó ni Ovejero había quedado finalista. El narrador, poeta, cuentista y ensayista (Madrid, 1958) había ganado el Premio Alfaguara de Novela en su XVI edición gracias a La invención del amor, una inquietante historia de triángulos amorosos entreverados de esa pegajosa zozobra que proyectan las crisis pasajeras, y no digamos las que deciden quedarse.
Así que el ganador se alegró, se levantó, se tomó el día libre allá en Pennsylvania y añadió otra muesca a un curriculum que ya sumaba otras recompensas de fuste, como el Anagrama de Ensayo (La ética de la crueldad), el Primavera de Novela (Las vidas ajenas), el ramón Gómez de la Serna (La comedia salvaje) o el Grandes Viajeros (China para hipocondríacos).
La invención del amor, que había sido presentada bajo el título inicial de Triángulo imperfecto y firmada con el seudónimo Doppelgänger, sacó la cabeza por encima de otros 801 originales llegados de las cuatro esquinas del ancho mundo que habla y escribe en español. Es el récord en los 16 años del Premio Alfaguara. No en vano, el presentador del acto celebrado ayer en un hotel de Madrid, el periodista Toni Garrido, se preguntó entre las risas del comedor: “Esto quiere decir o que la gente tiene cada vez más tiempo para escribir, o que cada vez hay más gente que cree que puede ganarse la vida con la literatura... no sé qué me preocupa más”.
De esas 802 novelas aspirantes al premio, 342 llegaron desde España, 133 desde México, 99 desde Argentina, 61 desde Colombia, 34 desde Estados Unidos, 28 desde Chile, 23 desde Venezuela, 19 desde Ecuador, 18 desde Perú, nueve desde Guatemala, nueve desde Honduras, ocho desde Costa Rica, ocho desde Panamá, ocho desde Nicaragua, ocho desde Bolivia, siete desde El Salvador, siete desde Uruguay, cuatro desde Paraguay y dos desde Puerto Rico.
¿Qué es La invención del amor? Una historia de azares, zozobras, amores peligrosos y quiebras individuales y colectivas ambientada en el popular barrio madrileño de Tirso de Molina, que no es otro que el del autor cuando se encuentra en su ciudad natal. ¿Zozobras? Sí, y tiene su explicación: en su acta, los miembros del jurado presidido por Manuel Rivas (José María Pozuelo Yvancos, Annie Morvan, Jordi Puntí, Xavier Velasco, Antonio Ramírez y Pilar Reyes, con voz pero sin voto) evitaron huir de la palabra crisis como alma que lleva el diablo y, como explicó ayer el propio Pozuelo Yvancos, prefirieron poner zozobra: “Sí, evitamos lo de crisis cuando escribimos el acta; pensamos que la literatura tenía que decirla de otra manera, así que al final pusimos zozobra”.
De nuevo: ¿qué es La invención del amor, más allá de una novela que inyectará en la cuenta corriente de su autor 130.000 euros, que pondrá en una estantería de su casa una escultura de Martín Chirino y que será editada y distribuida de forma simultánea en 19 países de habla hispana con 400 millones de lectores como objetivo potencial? En palabras del hombre del día, “un relato de estructura sencilla y lineal, narrada en primera persona y sin grandes saltos ni alardes... de hecho, no era una novela como para presentar a un gran premio, no pretendía ser deslumbrante”.
Heredero confeso del boom latinoamericano, hijo putativo de Cortázar, García Márquez, Borges, Rulfo, Mujica Lainez y Luis Martín Santos y seguidor ferviente de Coetzee, Philip Roth y Don DeLillo, José Ovejero ha echado mano del poder de la imaginación para trastocar la realidad y reinventar las posibilidades del amor, a través de triángulos peligrosos, antídotos contra lo acomodaticio, huida de la evidencia.
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