Esa maleta cargada de palabras

Ovejero es un hombre pegado a una maleta. Interrogado al respecto, él se defiende argumentando que es un maletín y que es muy común llevar un maletín. Pero en realidad es un maletón, grande y de aspecto pesado, y lo saca hasta para ir simplemente a comer con un amigo. Posiblemente sea un tic propio de su carácter nómada. Vive a medias entre Bruselas y Madrid y viaja mucho. Mujeres que viajan solas es el bello título de uno de sus formidables libros de relatos (es un cuentista magistral). Con los títulos de sus libros de cuentos se podría hacer un retrato de José Ovejero: es un tipo que deambula en soledad y ya se sabe que los viajeros solitarios siempre se fijan mucho en todo; además está preso del estupor ante la incomprensible, paradójica, a menudo patética condición humana (Qué raros son los hombres); y, desde luego, la literatura es su ancla con el mundo, su talismán protector (Cuentos para salvarnos todos). Ovejero pertenece a esa clase de autores que consagran su existencia a la escritura del mismo modo que el eremita se consagra a la contemplación: con entrega casi suicida. No hace sólo eso y vive muchas otras cosas en la vida, pero la meticulosidad, la pureza y la necesidad con las que escribe están muy por encima de todo, me parece. Esa tenacidad obsesiva se advierte en su lenguaje maravilloso, tallado, exacto, desnudo y feroz. Sus textos unen a la vez la mirada escrutadora del viajero que contempla las cosas desde fuera y la negra emoción de quien es capaz de compartir dolores muy antiguos. Es un poeta diferente y un novelista magnífico: Añoranza del héroe, Las vidas ajenas, Nunca pasa nada… A menudo sus obras tienen gracia, pero es mucho más habitual que te hielen la sangre. Lo lees con fascinación y con temor porque siempre bordea un agujero. Es uno de los mejores escritores de su generación. Seguramente lleva la maleta cargada de palabras.
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