Vigencia de la (gran) fantasía
En este filme de Bryan Singer hay personajes de un solo trazo, pero ese trazo les dota de identidad y carisma: se ve a los actores
El cuento de Jack —Periquín, en las versiones en castellano— y las habichuelas mágicas había inspirado una deliciosa adaptación disneyana protagonizada por Mickey Mouse en uno de los largos menores del canon disneyano —Las aventuras de Bongo, Mickey y las judías mágicas (1947)—, veinte años antes de servir de fundamento al intento, un tanto ratonero, del productor Edward Small de parasitar el éxito de Simbad y la princesa (1958), con el mismo director y los actores Kerwin Matthews y Torin Tatcher, pero sin el factor clave de ese hito de las aventuras fantásticas: el creador —y poeta— de los efectos especiales Ray Harryhausen. Jack the giant killer (1962), de Nathan Juran, no merecía pasar a la gran historia del cine popular, pero, en unos tiempos en que la imaginación parece instrumentalizada por la cultura de la franquicia, es inevitable recordar su ingenuidad con cierta nostalgia: el perfecto material para una de esas añoradas sesiones de tarde televisivas de los sábados.
JACK EL CAZA GIGANTES
Dirección: Bryan Singer.
Intérpretes: Nicholas Hoult, Eleanor Tomlinson, Ian McShane, Ewen Bremner, Eddie Marsan, Bill Nighy.
Género: fantasía. EE UU, 2013.
Duración: 114 minutos.
Quizá Bryan Singer también sienta cierto afecto por ese título menor del cine fantástico juvenil de los sesenta, porque su versión del asunto parece mirar atrás: a unos tiempos en que el sentido de la maravilla lograba imponerse a ciertas precariedades de producción, antes que a un presente donde el supuesto asombro digital ahoga toda vida y toda chispa en las ficciones diseñadas para el gran público. Jack el caza gigantes no inventa nada e incluso recurre en su introducción a unos fragmentos de animación digital bastante espantosos, pero no tarda en afirmar su singularidad entre tantas rutinarias y reiterativas lecturas contemporáneas del legado de los cuentos infantiles.
En Jack el caza gigantes hay personajes de un solo trazo, pero ese trazo les dota de identidad y carisma: el hecho de que Ian McShane, Ewen Bremner, Eddie Marsan, Bill Nighy, Stanley Tucci y Ewan McGregor parezcan niños disfrutando del recreo más caro del mundo —y no actorazos lidiando con un marrón alimenticio— sirve a un conjunto narrado con eficacia, que apuesta por el movimiento perpetuo —no hay tiempo muerto en este viaje— y que matiza su imaginería torva con un sentido del humor, elemental, que no necesita recurrir al tan socorrido guiño cómplice.
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