Catacumbas con alfombra roja
Ahí está el secreto del Loewe: los poetas quieren entrar en un palmarés con aduaneros prestigiosos y los lectores se fían
¿Qué ha hecho que el Loewe sea el premio de referencia para la poesía actual en un país que todavía en 2009, de cabeza en la crisis económica, llegó a contar con 3.500 premios literarios (casi 10 al día)? El dinero no es asunto menor, pero el millón y medio de pesetas (9.000 euros) de su dotación inicial (1988) pronto fue superado por ayuntamientos y cajas de ahorro cuyo futuro conocemos bien. El catálogo de la editorial Visor —y su distribución— es un canon en el que cualquiera querría estar, pero el Loewe no es el único premio publicado por el sello de los libros negros. La mayor razón de su prestigio está en el jurado, todo un síntoma en tiempos en los que el sigiloso principio de autoridad compite con el ruido de los trending topics (temas del momento). Octavio Paz, José Manuel Caballero Bonald, Francisco Brines o Pablo García Baena formaban parte de la historia de la literatura en español cuando se incorporaron a ese jurado, ¿y qué escritor no quiere ser bendecido por un clásico al que ha leído?
Ahí está el secreto del Loewe: los poetas quieren entrar en un palmarés que cuenta con tales aduaneros y los lectores se fían de ellos. Siguiendo a su maestro Juan Ramón Jiménez, Brines suele decir que la poesía no tiene público (como la novela) sino lectores. Por razones que están en la naturaleza del negocio que le da nombre, la Fundación Loewe consiguió además para un género en principio minoritario algo de público. Y lo hizo sin que los ecos de sociedad enturbiaran las voces de la literatura. ¿Y qué habitante de las catacumbas no quiere ver por un día el mundo desde una pasarela?
Es cierto que el Loewe no cumple en la España democrática el papel que cumplió el Adonais durante la posguerra —es un premio de consagración más que de descubrimiento (rol que cumple el Hiperión)—, pero la industria cultural ha cambiado tanto que poco tienen que ver el Biblioteca Breve que ganó Vargas Llosa en 1963 con 27 años y el que ganó Rosa Regàs la semana pasada con 80. En su nómina faltan mujeres y autores latinoamericanos, pero la hispánica costumbre de premiar libro inédito tiene sus servidumbres de cara a la sociología. Con todo, esa nómina contiene tal cantidad de aciertos que es difícil encontrar tantos nombres incontestables fuera de un manual de literatura.
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