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TELEVISIÓN
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El chapuzón de los seis millones

'Splash' enfrenta en el trampolín al campeón olímpico Deferr con Falete. Ganó el gimnasta, claro, pero la audiencia y el 'trending topic' se lo llevó el coplista. La fórmula piscinera funciona a Antena 3

Ricardo de Querol

Lo mejor del verano es que anochece muy tarde, se puede ir en manga corta, los que trabajan tienen vacaciones y, para el espectador televisivo, que en años pares tendrá Juegos Olímpicos y Eurocopa o Mundial de fútbol, alternativamente. Lo peor del verano es no poder irse de vacaciones, carecer de aire acondicionado y tener que tragarse, en años impares como este, la programación "refrescante" que planean los responsables de nuestras cadenas en abierto. Ya saben la fórmula: agua, chapuzones, cuerpos bellos y menos bellos en bañador, inhibición del sentido del ridículo, competiciones extravagantes, tigres contra leones en otra época, el inevitable Ramón García, horas de parrilla resueltas sin ambición de dejar gran huella en el televidente, si acaso de prestarle algunos chascarrillos para las conversaciones menos trascendentes del año. Y así, cuando uno se quedaba de Rodríguez frente a la tele de verano en estas circunstancias, podía desear que llegara septiembre, sus atascos, la manga larga, lo malo conocido, la bendita normalidad.

No nos hemos quitado la bufanda todavía y ya tenemos aquí Splash, gran apuesta de Antena 3 para los próximos meses, otro formato de talent show que pone a famosos a aprender y a competir, esta vez en saltos de trampolín. Claro, se preguntarán, ¿cómo demonios van a competir en saltos de trampolín Gervasio Deferr, que es un profesional de élite en la gimnasia, y Falete, ese cantante de copla y personaje del corazón que fue el trending topic de la noche en Twitter? No, claramente no compiten, sino que participan en el espectáculo. Deferr, que fue un campeón olímpico y mundial de salto de potro, desposeído de varias medallas por un porro a destiempo, no dio más que hablar con su perfectísimo salto que Falete y su bañador de lunares y volantes, aunque el popular cantante apenas dio un paso para caer de pie en el agua. Deferr pasó como primer clasificado pero Falete se llevó la máxima audiencia: un 41% de la tarta bien pasada la medianoche. Otro salto nada profesional pero digno, el del cómico Miki Nadal, fue el minuto de oro, un pico de seis millones de espectadores, a esa hora un 30% del share. El resultado es que Antena 3 hizo una media del 26% durante el programa y barrió a esa hora a Gran Hermano 14, la alternativa obviamente desgastada de su rival Telecinco, diez puntos por detrás. Frente a los apáticos y egocéntricos chicos encerrados en la casa de Guadalix, los participantes de Splash al menos parecían ganarse el pan con esfuerzo.

Splash es un intento (exitoso, vistos los números) de la cadena de Planeta de estirar los buenos resultados de audiencia logrados con Tu cara me suena, el concurso en que se obliga a las celebridades a actuar como una estrella determinada, preferiblemente del sexo opuesto, y así Santiago Segura se convierte en una lograda Raffaella Carrá y Arturo Valls baila y canta como la loba Shakira metida en una jaula. El escenario en que interpretan los números musicales es ahora una gran piscina con trampolines a distintas alturas. Pero el concepto es idéntico: el grupo de faranduleros, una prueba para la que requieren formación y entrenamiento (ahora se dice coaching), seguimiento de sus progresos, la actuación en la gala y un jurado que pretende hacer un juicio profesional a lo que no lo es.

Anna Tarrés es la versión deportiva de Risto Mejide, el terror del concursante

Aquí Arturo Valls es el presentador, y su desparpajo de humorista experimentado funciona, porque lo peor que se puede hacer al frente de un programa así es tomárselo en serio. En el jurado ha entrado el comodín de la cadena, el rey midas Santiago Segura, un tipo que se mueve igual en los Goya que en el concurso más frívolo, capaz de llenar salas de cine como nadie en este país y autor del prodigio de que un personaje tan repulsivo como Torrente nos parezca tierno a ratos. Junto a Segura se sientan tres profesionales del deporte: Emilio Ratia, saltador de trampolín con discreto historial, es también instructor de los participantes. Va de profesor de verdad. Guti, que como futbolista fue tan genial como intermitente, quiere mantener su imagen de chico rebelde e incomprendido, y eso casa mal con el papel de examinador. Y el gran personaje del jurado: Anna Tarrés, la entrenadora de natación sincronizada aferrada a su fama de estricta instructora, la versión femenina y deportiva del sobreactuado Risto Mejide, el terror de los concursantes que deben cantar y bailar. Dijeron de Tarrés que vejaba a las gimnastas hasta dejarlas sin lágrimas, pero sacaba lo mejor de ellas. Ella no quiere desmentir ese perfil autoritario, de exigencia espartana, que igual produce atletas de élite que personas frustradas, y que le costó seguramente el fin de su carrera en la selección tras la gloria olímpica. En Splash es la única que le dice al concursante que ha saltado fatal; los demás también lo han visto pero prefieren aparecer con su cara amable y ser cariñosos con sus amigos concursantes. Pero vamos, tampoco es que Tarrés saque el látigo, que no toca. Ya dije que esto no va de competir. Tan poco se parece a un deporte que la primera concursante, Daniela Blume, se estrenó diciendo: "Estoy dopada", pero añadió que con biodramina, porque se marea. Menos mal, no imaginaríamos que este título mereciera recurrir a los trucos de Eufemiano.

¿Es buen producto Splash? Nada que reprochar, porque es puro entretenimiento y punto. Lo que quizás chirrió fue el intento de introducir los toques dramáticos que adornan todo reality. Para eso se invitó a concursar a personas con fobia al agua, o miedo a las alturas. Así que Toñi Salazar (la alta de Azúcar Moreno) o la modelo Elisabeth Reyes se enfrentaban no a la piscina, sino a sus propios traumas, y eso hacía más necesaria la terapia del coach. No resultó convincente esta sensiblería, que el concursante nos diga que ha ido a este programa a derrotar a sus fantasmas.

De un rápido vistazo a Twitter uno deduce que hay algo liberador en que las caras conocidas hagan el ridículo para todos. En un país tan adicto al cotilleo da para muchas tertulias el desfile de gente en bañador, y así puntuamos el palmito de cada cual. A tal punto llega la competencia que Telecinco prepara su propio y clónico concurso piscinero: ¡Mira quién salta! , a partir del miércoles que viene. Ahí el morbo no lo pondrá Falete (persona que saca partido a su indefinición sexual, que también es una opción libre), sino Olvido Hormigos, la concejal toledana que fue víctima de la difusión de un vídeo erótico, que recibió una oleada de solidaridad para que siguiera en política, y que al final ha acabado aprovechando aquel incidente para escapar de su pueblo y dar el salto a las pantallas. Cabría preguntarse por qué genera tanta expectación ver en trikini a quien se vio en pura piel, pero así es la soberana audiencia.

¿Por qué genera tanta expectación ver en bañador a quien tantos vieron en pura piel?

Uno se hace pasar por crítico de televisión para que le pidan escribir sobre Juego de tronos o Homeland. Anoche el encargo era Splash, qué le vamos a hacer, uno es un profesional, y eso me hizo pasar una falsa noche de televisión "refrescante" de verano mientras en la calle soplaban los penúltimos vientos fríos del invierno. Si esta es la programación que nos espera el próximo verano de año impar, seguiré haciendo acopio de series en mi disco duro para pegarme el atracón en los meses del calor, mientras varios millones de personas se burlan, se ríen o se emocionan con los famosos en bañador en dos cadenas a la vez. Feliz chapuzón a quien sepa disfrutarlo. Yo ya casi espero el otoño.

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Sobre la firma

Ricardo de Querol
Es subdirector de EL PAÍS. Ha sido director de 'Cinco Días' y de 'Tribuna de Salamanca'. Licenciado en Ciencias de la Información, ejerce el periodismo desde 1988. Trabajó en 'Ya' y 'Diario 16'. En EL PAÍS ha sido redactor jefe de Sociedad, 'Babelia' y la mesa digital, además de columnista. Autor de ‘La gran fragmentación’ (Arpa).

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