Otro bis de Herzog & de Meuron
Los arquitectos exprimen su arquetipo en el nuevo museo Parish de Nueva York
Cuando Jacques Herzog y Pierre De Meuron concluyeron la casa Rudin, en 1997, aseguraron que habían encontrado inspiración en recuerdos de su infancia. Por entonces los arquitectos suizos diseñaban la Tate Modern de Londres y, con ese proyecto, daban un paso clave en una carrera que les llevaría a convertir el patrimonio arquitectónico en un gran laboratorio tipológico, formal y expresivo. Así, esa forma prototípica de una vivienda con cubierta a dos aguas —que pocos disfrutan y, sin embargo, continúan dibujando casi todos los niños— se convertiría en el origen de numerosos proyectos . Entre otros en el de aquella vivienda de Leymen (Alsacia) que buceó en la memoria de los diseñadores y que, además, abriría una puerta a una experimentación formal aparentemente inagotable.
La idea de la cubierta a dos aguas como principio generador de las formas es el origen de bastantes de los proyectos de H&dM. Así, fue un apilamiento de esas cubiertas lo que hace tres años dio lugar al edificio de la empresa alemana Vitra, no en vano llamado Vitra Haus, en Weil am Rhein. Y ha sido esa misma forma arquetípica la que los ha conducido ahora a yuxtaponer cubiertas para levantar la sede del nuevo Parish Art Museum que expone lienzos de creadores de la Escuela de Nueva York, como Pollock, Krasner o de Kooning, en Long Island.
Más allá de remitir a la geometría elemental de una vivienda, este museo, de una sola planta, confunde su silueta con el paisaje y con los graneros de la zona este de la isla en la que se levanta. Con cuerpo de hormigón y cubierta metálica con contracubierta de madera, el edificio une cuatro planos —formando una cubierta doble— para ubicar, en el espacio intermedio, el pasillo que distribuye la colección del centro en diez galerías. Los bajos de la cubierta se extienden más allá de las fachadas rodeando el museo y formando un porche que amplía la superficie del centro, ofrece espacio para el descanso o la cafetería y, a la vez, contribuye a arraigar el inmueble en medio del paisaje.
Jacques Herzog ha descrito la silueta de este centro como “comprensible, abierta, funcional, sencilla y… casi banal”. Al tiempo que añadía adjetivos —“fresca, precisa, específica, renovada”— para tratar de acertar en la descripción de una de las formas más elementales y, al parecer, inagotables de cualquier repertorio arquitectónico.
Lo que Herzog no ha dicho puede, sin embargo, derivarse de su propia experiencia. Parece evidente que, ante un material tan sencillo, resulta revelador buscar las claves identitarias más allá de la arquitectura. Así, aquí son elementos del propio edificio y, a la vez ajenos a él, los que definen la calidad espacial de las galerías. Así también, es la iluminación cenital (abierta al norte) que se cuela por las claraboyas perpetradas en la cubierta metálica del museo la que resuelve con un único gesto, la iluminación, la distribución y hasta la seguridad en el centro. El trazo único, y sin embargo casi infinito, de la planta del museo, relaciona arquitectura y lugar, pero es el cuidado en el manejo de muy pocos materiales lo que permite pensar que, más allá de la obra expuesta, el centro está pensado para sus visitantes.
El propio edificio lo anuncia nada más llegar: un banco ininterrumpido recorre, como un zócalo infinito, las dos fachadas laterales del inmueble. Así, bajo el amparo de la cubierta, y antes de descubrir la colección, el museo invita a contemplar el paisaje, el primer tesoro en exposición al que la edificación, lejos de robar protagonismo, trata de rendir homenaje.
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