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La victoria que encerraba una derrota

‘No’, de Pablo Larraín, narra las paradojas del referéndum que tumbó a Pinochet

Elsa Fernández-Santos
Gael García Bernal y Pablo Larraín, ayer en Madrid.
Gael García Bernal y Pablo Larraín, ayer en Madrid.Bpernardo Pérez

¿Se puede acabar con una dictadura abrazando su sistema? ¿Es posible tumbar a un autócrata con una campaña de publicidad a lo Coca-Cola? ¿Cabe ser a la vez el Che Guevara y Don Draper? Sobre eléctricas paradojas planea No, de Pablo Larraín, primera película chilena que alcanza la candidatura a un Oscar, premiada en la pasada Quincena de Realizadores de Cannes, y uno de los filmes políticos más divertidos, originales y, finalmente, fatalistas que se han estrenado en mucho tiempo. “¿Es la derrota de Pinochet o es también la victoria del modelo de Pinochet? En esa ambigüedad está la concepción de la película”, afirma su director (para mayor ironía hijo de un conocido senador de la derecha chilena) sobre un filme que encierra un insalvable desencanto.

No se estrena hoy en España y Larraín y su protagonista, Gael García Bernal, lo presentaron ayer en Madrid. El embrión del guion está en la obra de Antonio Skármeta El plebiscito, basado en uno de los momentos más emocionantes de la historia reciente de Chile: el referéndum que en otoño de 1988 acabó con la dictadura de Augusto Pinochet. Ante la presión internacional, el viejo tirano se vio obligado a convocar la primera votación libre en 15 años. El apuntalaba su continuidad mientras que el no le obligaba a presentarse a unas elecciones generales democráticas.

Un fotograma de 'No', de Pablo Larraín.
Un fotograma de 'No', de Pablo Larraín.

El régimen aceptó el reto a regañadientes, pero convencido de su victoria, tenía todo a favor. Después de años amordazada, la oposición solo contaba con una minúscula ventana para atraer el voto: 15 minutos nocturnos en televisión. Es ese duelo televisivo entre la campaña del y la del no la gesta que recoge una película que tira de archivo para jugar con el humor y la memoria. “Lo importante no es recordar qué hizo quién sino cómo se organiza la memoria para comprender el presente. Eso es interesante y, a la vez, delicado”, explica Larraín, que con este filme cierra su trilogía sobre la dictadura iniciada con Tony Manero (2008) y seguida por Post mortem (2010).

No es un tratado de época ni un testamento ideológico Larraín

Para su indagación en los hechos reales, el equipo de la película se encontró con el portazo en las narices de la derecha y con las puertas abiertas de la izquierda y de los publicitas de la campaña del no, dispuestos a evocar su histórico triunfo. El sabor que ha dejado la película en ellos es, sin embargo, agridulce. Juan Gabriel Valdés, exembajador en España y uno de los impulsores y coordinadores políticos de la campaña del no, explica en conversación telefónica las críticas surgidas desde algunos sectores: “La película me gusta, pero sostiene una tesis, que fue la publicidad la que cambió el voto, falsa. Hubo otro trabajo, de reclutamiento civil, de movilización social, que no recoge y lo lamento. Además, los políticos son presentados de una manera patética, como una tropa de tarados. Esa caricatura del plebiscito ha irritado a algunos porque el filme muestra como la Concertación negoció con Pinochet pero nosotros no negociamos con él, lo que hicimos fue engañar a Pinochet”.

“Esta película no es un tratado de época ni un testamento ideológico”, se defiende Larraín. “Es una pieza arbitraria sobre una serie de hechos que ocurrieron en Chile. La izquierda, o un sector de la izquierda, esperaba que la película legitimara una parte de su trabajo pero si la historia no puede legitimarte, ¿cómo puedes pedir que una película lo haga? No, no se engañó a Pinochet, se negoció con él. Pinochet murió libre y millonario y la mayoría de los que cometieron crímenes siguen caminando por la calle. La justicia nunca llegó a Chile. Los cinco gobiernos que se han sucedido desde entonces han profundizado en un modelo de Chile que por muy diferente que sea en la ideología es finalmente el mismo”.

A través de mi personaje nos preguntamos qué es lo que cambió en Chile García Bernal

Esa derrota del dictador pero no de su sistema late en una pantalla en la que un personaje (un izquierdista que abandona la campaña ante el tono jovial y alegre que deciden darle para atraer el voto) proclama algo que retumba con fuerza en la propia historia reciente de España: “Esta es una campaña que pretende silenciar todo lo que ha pasado en Chile pero la historia les pasará la cuenta porque ustedes son esas imágenes”.

El catalizador de esas imágenes y, finalmente, de sus contradicciones es René Saavedra, el publicista que interpreta el actor mexicano, un exiliado que regresa a su país para vivir una toma de conciencia que al final le deja en tierra de nadie: la euforia por el triunfo del presente y perplejidad ante el futuro. “A través de él nos preguntamos qué es lo que cambió en Chile”, dice García Bernal. “Al final, la gran diferencia, es que ahora su jefe de derechas le respeta, incluso le anuncia a los clientes como el publicista del no, así la familia puede seguir unida y sin problemas”. “Un espejo moral de Chile”, añade Larraín, “donde izquierda y derecha han logrado convivir gracias a un modelo económico común”.

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Sobre la firma

Elsa Fernández-Santos
Crítica de cine en EL PAÍS y columnista en ICON y SModa. Durante 25 años fue periodista cultural, especializada en cine, en este periódico. Colaboradora del Archivo Lafuente, para el que ha comisariado exposiciones, y del programa de La2 'Historia de Nuestro Cine'. Escribió un libro-entrevista con Manolo Blahnik y el relato ilustrado ‘La bombilla’

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