Desamor entre hermanos
'La hermana de Freud' demuestra cómo el arte de la ficción puede plantear ciertas preguntas esenciales que las ciencias históricas no pueden o no se atreven a plantear
Cada vida es un conjunto de nimias infamias y pequeños actos heroicos. Y sin embargo, la historia de una vida no depende de su protagonista sino de su autor, de quien ha elegido cuales episodios contar y cuales relegar al olvido. Decir que toda biografía es ficción no condena el género: al contrario, lo redime, ya que las sucesivas constelaciones que diversos biógrafos proponen implican siempre una posibilidad más, como si cada vida fuese infinita, o tuviese la posibilidad de ser infinita. En esa eternidad literaria, cada uno de nosotros es, como san Pablo, todas las cosas para todas las personas.
Las muchas versiones de Sigmund Freud que historiadores y poetas nos han propuesto, desde la primera hagiografía escrita por Franz Wittels en 1924 hasta las revelaciones sobre el lado oscuro del personaje hechas hace unos años por Geoffrey Mason en los archivos Freud, no logran recrear un único hombre sino un verdadero tumulto de individuos. Entre las evocaciones más inquietantes, más originales, más fantasiosas, están sin duda las del joven novelista macedonio, Goce Smilevski. De la lectura de La hermana de Freud ningún admirador del maestro vienés saldrá indemne.
Smilevski quiere recuperar la vida de una de ellas, Adolphine, cuya relación con su hermano fue a la vez amorosa y traumática
El punto de partida es uno de esos hechos relevantes en la vida de una celebridad que los historiadores suelen relegar al pie de página. Cuando en 1938 las tropas de Hitler invadieron Austria, intelectuales y políticos internacionales lograron obtener para Freud (que aún residía en Viena) un salvoconducto para refugiarse en Inglaterra; también le ofrecieron salvoconductos para los familiares y amigos que él sugiriera. Freud redactó una lista que incluía los nombres de su mujer, su hija Anna, su médico y hasta de su perro, pero no incluyó el nombre de ninguna de sus cinco hermanas octogenarias, cuatro de las cuales acabaron asesinadas en los campos de concentración nazis. La novela de Smilevski quiere recuperar la vida de una de ellas, Adolphine, cuya relación con su hermano fue a la vez amorosa y traumática. Después de una infancia dominada por la presencia de su genial hermano, Adolphine se sintió abandonada cuando éste se fue de casa para proseguir sus estudios. Al abandono siguió el rechazo por parte de su madre celosa, de la relación entre los dos hermanos, y al rechazo materno, la traición de su depresivo amante Rainer Richter quien, después de dejarla embarazada, la obligó a un aborto. Al límite de sus fuerzas, Adolphine decide internarse en un hospital psiquiátrico. Allí comienza a construir su propia identidad y a reconstruir su propia historia.
Virginia Woolf habló alguna vez de la sombría vida que hubiese llevado una hermana de Shakespeare. A través del ejemplo de Adolphine, Smilevski busca saber cómo puede rescatarse una vida olvidada, no solo la de Adolphine sino también otras vidas femeninas condenadas por sus célebres hermanos a las sombras: Klara, hermana del pintor Gustav Klimt, incansable feminista, y Ottla, hermana de Franz Kafka, capaz de dar un sentido inmediato y concreto a las pesadillas literarias de su hermano. No es coincidencia que, en una sociedad en la que el poder está en manos de los hombres, las tres mujeres hayan acabado sus vidas en lugares de reclusión: Klara, en una clínica psiquiátrica; Adolphine y Ottla, en un campo de concentración.
Smilevski busca saber cómo puede rescatarse una vida olvidada, no solo la de Adolphine sino también otras vidas femeninas condenadas
Obra profunda, inteligente, audazmente imaginativa, La hermana de Freud demuestra cómo el arte de la ficción puede plantear ciertas preguntas esenciales que las ciencias históricas no pueden o no se atreven a plantear. Como pocos otros intelectuales, Freud ha sido objeto de adoración y de escarnio para artistas y escritores, mereciendo el encomio de luminarias como Joyce, pero también las burlas de Borges y Nabokov. La visión que Smilevski nos propone es más ambigua. El rol de Freud en la novela es sin duda aborrecible, pero sus ideas liberatorias son las que al mismo tiempo permiten a Smilevski hurgar en terrenos psicológicos freudianos las raíces de sus personajes y desenterrar sus deseos secretos y motivos ocultos. Si bien la atroz sombra de Hitler se extiende sobre la vida de los protagonistas, otra sombra, la del exilado vienés, les permite ser algo más que meras siluetas literarias. Gracias al pensamiento de Freud, cada personaje adquiere dimensiones insospechadamente vastas.
Sería un error entender que La hermana de Freud es la mera crónica de las consecuencias de una vergonzosa decisión individual. Sin duda la suerte de Adolphine fue sellada con la ausencia de su nombre en la lista salvadora, pero, como Smilevski no deja de recordarnos, ése es solo uno de los hilos de la trama. La hermana de Freud concierne el peligroso amor entre hermanos, las relaciones devastadoras entre una madre y una hija, la apasionada amistad de las mujeres, el poder restaurador de la voz humana, la importancia de la ficción como instrumento para entender nuestros misterios, las nociones de destino y de redención en el pensamiento judío, las posibilidades que la psiquiatría nos ofrece para vislumbrar nuestra propia persona, la incomprensible furia de la maldad humana, la incomprensible constancia de la misericordia.
La suerte de un libro extranjero, ya se sabe, depende no tanto de los méritos del original como de los de su traducción. Hay más de treinta traducciones de La hermana de Freud: he consultado cuatro. Sin conocer el macedonio, ninguna me ha parecido tan fluida, clara, precisa como ésta, de Liliana Tabákova y Krasimir Tasev.
La hermana de Freud. Goce Smilevski. Traducción de Liliana Tabákova y Krasimir Tasev. Alfaguara. Madrid, 2012. 288 páginas. 18,50 euros (electrónico 9,99 )
Babelia
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