La ciudad grabada
David Ayer reivindica la estrategia de la grabación en primera persona para reformular el gastado subgénero de la 'buddy movie' policial
La mirada vocacionalmente objetiva y omnisciente sobre la ciudad como organismo colectivo que propusieron Jules Dassin y Mark Hellinger en La ciudad desnuda (1948), bajo la inspiración del The Naked City de Weegee y el Metrópolis de Agnes Rogers, tuvo una de sus más radicales alteraciones con la propuesta estética de Cops, el programa de docu-reality televisivo nacido el 11 de marzo de 1989. Sin tregua propone una imaginativa variante sobre la actividad policial registrada cámara en mano: su protagonista, el oficial de policía Brian Taylor, es estudiante de cine en sus ratos libres y plantea cada una de sus rondas como jornada multitarea, donde el ejercicio de la ley convive con la obtención de brutos en alta definición. En un hallazgo que la propia película se resiste a explotar, las bandas de narcotraficantes latinos también utilizan la cámara en mano para articular su propia épica narcisista audiovisual.
SIN TREGUA
Dirección: David Ayer.
Intérpretes: Jake Gyllenhaal, Michael Peña, Anna Kendrick, America Ferrera, Frank Grillo.
Género: Thriller. Estados Unidos, 2012.
Duración: 109 minutos.
En su tercer trabajo como director, David Ayer reivindica la estrategia de la grabación en primera persona para reformular el gastado subgénero de la buddy movie policial. Ayer se toma la molestia de mostrar unas sofisticadas microcámaras de solapa para justificar los abundantes planos subjetivos en plena agresión que puntuarán la trama, pero no parece importarle que, al rato, se manifiesten planos -aéreos y otros- que espolean el mosqueo del espectador sobre el rigor de la propuesta.
El dispositivo formal propuesto por Ayer rompe su propia lógica y no inyecta nuevas cargas de crudo realismo a esta historia sobre la cruenta infiltración angelina del cartel de Sinaloa, contemplada por dos Ronsencratz y Guildenstern de escuela de cine. En ocasiones, ese pretexto de estilo funciona antes como cortina de humo para enmascarar el esquematismo de la propuesta que como garantía de veracidad.
Sin tregua encuentra su sentido, su energía y su respetable razón de ser en lo que tenía más a la vista: la química entre sus actores, Gyllenhaal y Peña, cuyas conversaciones cotidianas sobre guerra de sexos, prejuicios culturales y perplejidades cotidianas acaban convirtiéndose en lo más relevante de una película que podría ser el paradigma de la ingenuidad metalingüística del principiante.
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