El gran masturbador vive en París
El Pompidou, primero, y el Reina Sofía después, acogerán la más grande retrospectiva sobre la obra de Dalí
Si después de leerse todo Freud, todo Lacan y todo Sade, usted llega a la conclusión de que un queso camembert derretido puede querer decir cosas relacionadas con las perversiones sexuales, los deseos de destrucción y dolor, las ganas de matar al padre, la subversión de la realidad o la reinterpretación de la historia del arte, en efecto, debería hacérselo mirar. A no ser que la Humanidad esté ante una reedición de Salvador Dalí. Que no parece, por mucho que se empeñen los Damien Hirst de turno.
A nada que se le deje 10 minutos abandonado a su suerte sobre un plato, el queso camembert empieza a traicionar las leyes de la física, y aquel redondel blanco y compacto pasa a ser una masilla informe, lechosa y huidiza, como lo es toda materia de naturaleza cremosa a temperatura ambiente. Salvador Dalí, que había pintado un fondo pero no tenía claro cómo llenarlo, no iba a dejar pasar la ocasión. En aquella noche de 1931, con Gala y sus amigos ya en el cine de verano de Cadaqués, y con Dalí —que no había querido ir— observando en la cocina de su casa de Port Lligat cómo fluía el queso dichoso de la cena, nació la idea de una pintura, de una obra fundamental en la trayectoria del artista, en concreto, y de la panoplia surrealista en general: La persistencia de la memoria, paisaje de relojes flácidos con los riscos del cabo de Creus al fondo, un cuadro que, procedente del MoMA, se erige en una de las estrellas de la gran retrospectiva sobre Dalí que mañana abrirá sus puertas en el Centro Pompidou de París, donde permanecerá hasta el 25 de marzo antes de viajar (a partir del 23 de abril) al Museo Reina Sofía de Madrid.
‘La persistencia de la memoria’, del MoMA, es una de las estrellas de la cita
Solo el hecho de que los responsables del museo neoyorquino hayan permitido que La persistencia… salga de sus salas y vuele a Europa para quedarse aquí por espacio de nueve meses da una medida de la dimensión de esta retrospectiva, quizá la más importante que se haya montado nunca en torno a la vida y la obra del artista nacido y muerto en Figueras (1904-1989). Pero esta es solo una de las más de 200 obras de este agotador paseo por el planeta Dalí. El recorrido está jalonado, además de por 120 pinturas de toda su trayectoria, por esculturas (como el impagable Teléfono afrodisiaco con auricular en forma de bogavante o la Venus de Milo con cajones), cartas, audiovisuales, fotografías e instalaciones. Entre ellas, una gigantesca donde los visitantes pueden hacerse fotos, y que emula a la sala dedicada a Mae West en el Teatro-Museo de Figueras.
Tonterías y canalladas verbales como “Franco era un santo” o “La libertad es una mierda” no deberían sepultar la bestialidad que, desde el punto de vista de la cantidad y de la calidad, supone la obra de Salvador Dalí, uno de los nombres de la Historia del Arte con más capacidad de generar admiración y repulsa a partes iguales. Las afinidades electivas son libres, y allá cada cual a la hora de decidir quedarse solo en la circense epidermis del genio del marketing o intentar aprehender las complejidades —algunas de ellas ciertamente irresistibles— de la obra del artista. Esto último es lo que ha querido hacer Jean-Hubert Martin, comisario general de la muestra, apoyado por Jean-Michel Bohours y Thierry Dufrêne en la parte francesa y por Montse Aguer (directora del Centro de Estudios Dalinianos en la Fundación Gala-Salvador Dalí) en la española.
No cabe duda de que la apabullante acumulación de hechos y dichos altisonantes en la biografía del personaje Dalí y su posterior incapacidad de sustraerse a él han ejercido tradicionalmente de empalizada disuasoria a la hora de analizar con un mínimo de frialdad su obra. En efecto, Dalí se anticipó a los grandes marchantes en las técnicas de publicidad y venta, se anticipó a Warhol en venderse como producto en sí mismo frecuentando a todas las estrellas del gossip habidas y por haber, y se anticipó a tantos y tantos profesionales de la performance que, en el mejor de los casos, no hicieron otra cosa que rizar el rizo de algo que ya había quedado dicho por su auténtico inventor.
Claro que fabricar sentencias como “el surrealismo soy yo” o hacer cosas como hablar durante un buen rato sobre el peppermint como objeto artístico delante de la alta sociedad parisiense o neoyorquina tenía su mérito. El mérito del payaso brillante, acaparador y magnético. Pero la intención de los organizadores de esta retrospectiva es muy otra: aportar, obras y documentación mediante, toda la información para que el visitante —anti o pro-Dalí— conozca en profundidad los argumentos de una obra inclasificable. Y sus amores y desamores con personajes como André Breton o Luis Buñuel (con quien rompió tras escribir juntos el guion de La edad de oro tras haber triunfado con Un perro andaluz). Y el poderosísimo influjo que sobre él tuvo su compañera y gran amor de su vida, Gala.
“Esta era una retrospectiva necesaria, porque puede decirse que, a menudo, lo daliniano ha superado a Dalí, aunque queda claro que estamos ante alguien genial, que se lo sabía todo, que se lo había leído todo y que era un magistral dibujante”, comentaba ayer muy cerca de la pintura El gran masturbador Manuel Borja-Villel, director del Reina Sofía. Por su parte, el comisario general de la muestra, Jean-Hubert Martin, exponía las razones que, según él, más han influido en que pasase tanto tiempo sin celebrarse una retrospectiva sobre Dalí: “Primero, sus posiciones políticas lo depreciaron a ojos de muchos artistas y de gran parte de la intelligentsia de su época; segundo, su rechazo de la abstracción, el cubismo y la modernidad en general, lo depreciaron a ojos de los galeristas, los críticos y los historiadores”.
“Sus ideas políticas lo depreciaron a ojos de muchos”, dice el comisario
En el caso concreto de París, la ciudad que le vio triunfar como gran estrella del grupo surrealista antes de su ruptura traumática con André Breton en 1939, esta exposición reviste caracteres históricos. Los responsables de programación del Pompidou, el coloso de plástico, acero, hormigón y cristal firmado en 1977 por los arquitectos Renzo Piano y Richard Rogers son conscientes del reto: reeditar el éxito de la última gran retrospectiva francesa de Dalí. Será imposible. Fue en 1979, en este mismo museo, y entonces más de 840.000 visitantes colapsaron las salas del centro. Nunca una exposición ha recibido tantas visitas en la capital francesa. Aquella vez, Dalí llegó a la puerta del museo en un Rolls-Royce, con un bastón en una mano y un bogavante en la otra. No sabía que, justo ese día, los trabajadores del Pompidou estaban de huelga. Así que se bajó del Rolls y se fue a parlamentar con ellos, dándoles toda su solidaridad.
Museos de todo el mundo, entre ellos el MoMA, la Tate, el Museo de Arte de Filadelfia, el Museo de Bellas Artes de Bruselas, el Dalí Museum de Saint Petersburg (Florida) y, por supuesto, el Teatro-Museo de Dalí en Figueras, el Reina Sofía y el Museo Nacional de Arte Moderno del Centro Pompidou han prestado sus joyas. Conclusión: el bombardeo de obras maestras está asegurado. El gran masturbador, La tentación de san Antonio, El espectro del sex appeal, Premonición de la Guerra Civil, La metamorfosis de Narciso, El teléfono afrodisiaco...
Ya solo queda comprobar los porqués de ese reto, y regresar a Dalí. A la salvaje matrona de mundos tenebrosos, flechas envenenadas y carcajadas sin fin, al Dalí de la paranoia crítica, al traductor de la realidad a partir de la percepción psíquica, al Dalí en busca de Freud y de sus adorados Velázquez, Vermeer y Rafael. No solo al bufón de la corte del dinero y del poder. Ah, y queda, también, no perderse Dalí a contracorriente, el luminoso texto que Pere Gimferrer escribió (bueno, mejor dicho, dictó) para el catálogo de la exposición. Y donde puede encontrarse la posible clave del enigma Dalí: “Alguien que, al mismo tiempo víctima y verdugo de su propia personalidad, hizo de la falta de seguridad un mecanismo de defensa, y de la timidez, una teatralidad”.
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