Antídotos contra la resignación
Don Felipe y los premiados animan a la esperanza en la gala de los Príncipe de Asturias 2012 Ante el teatro, 400 personas protestan bajo el lema "la España real no tiene nada que celebrar"
Don Felipe ha alentado durante su tradicional discurso de entrega de los Premios Príncipes de Asturias a no dejarse llevar por “el pesimismo, la resignación o el desaliento”, pues “no nos acercan a la solución”, que solo llegará si sabemos fomentar “lo mucho que tenemos de positivo”. Mientras, a las puertas del teatro Campoamor unas 400 personas entre funcionarios, padres de alumnos y activistas del difuso 15-M protestaban contra los recortes y los privilegios, contra “la estafa que han querido disfrazar de crisis” y el resto de las frustrantes realidades que azotan un país dramáticamente desalentado. “La España real no tiene nada que celebrar”, se podía leer en una pancarta que recibió entre banderas republicanas, pitos, y cacerolas a los príncipes y la reina, a los galardonados y el resto de invitados.
La enmarañada cacofonía que resulta de sumar estos cada vez más familiares sonidos del descontento y la aguda letanía de las entregadas bandas de gaitas ha sido la banda sonora que ha reinado durante toda la jornada en un Oviedo matizado en los grises que amenazaron con lluvia una entrega de premios algo deslucida por las ausencias (Philip Roth, galardonado en la categoría de Letras) y los retrasos (Xavi Hernández e Iker Casillas llegaron in extremis, al filo de la gala y solo cuando las obligaciones en sus respectivos clubes se lo permitieron).
Por suerte, también han resonado las palabras. Discursos inspiradores como los de la filósofa Martha C. Nussbaum (Ciencias Sociales) o el arquitecto Rafael Moneo (Artes). Si la primera ha abogado por un saber capaz de aunar filosofía, helenismo y superación humana (“la medida correcta de desarrollo se focaliza en las personas, es sensible a la distribución, y es plural; refleja el hecho de que la gente no lucha por la renta nacional, lucha por una vida con sentido para ellos mismos”); el segundo ha hecho una defensa de los valores primigenios de su profesión, que tiene como “razón de ser” “la fábrica de la ciudad”, en el preciso lugar en el que se funden lo “público y lo privado”.
De Philip Roth, premio de las Letras y gran ausente de la ceremonia a causa de una “una operación de columna vertebral de la que todavía” se está recuperando, ha leído el embajador de los EEUU en España, Alan D. Solomont, un mensaje de 356 palabras, de las cuales 14 eran la misma: estadounidense.
El autor de obras maestras del desconcierto contemporáneo como Pastoral americana, El lamento de Portnoy o Adiós Columbus, considerándose como se considera un notario de “la historia de los Estados Unidos, las vidas estadounidenses, la sociedad estadounidense, los lugares estadounidenses, los dilemas estadounidenses, la confusión, las expectativas, el desconcierto y la angustia estadounidenses”, no acaba de entender el interés de “una eminente institución extranjera” en premiar su obra. Sus atentos lectores (legión en España) reconocieron muy probablemente en ese breve mensaje la grandeza de Roth, capaz de explicar inmejorablemente el mundo sin apartar la vista su ombligo.
En el otro lado del espectro de la imagen del escritor judío como sumo sacerdote del solipsismo posmoderno se han situado los otros dos discursos de la velada, pronunciados por Peter Maurer, presidente del Comité Internacional de la Cruz Roja, y Tadateru Konoé, de la Federación Internacional de Sociedades de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja, que recogían su premio en la categoría de Cooperación Internacional. Ambos han celebrado la labor entregada de los 13 millones de voluntarios, encargados de “preservar cierto grado de humanidad en caso de desastre”.
Las palabras de Konoé han precedido, una vez se habían entregado los galardones, a las del príncipe, leídas con cierto deje de consternada gravedad y salpicadas de citas: de Goethe a Todorov; de Tagore a Eliot: “¿Dónde está la sabiduría que perdimos en el conocimiento?, ¿dónde el conocimiento que perdimos en la información?”.
Parecida sensación acre a la provocada por la reflexión del poeta ha dejado la contemplación en los momentos previos a la ceremonia de las calles que separan el hotel de la Reconquista, residencia de los premiados, del Campoamor. Se vieron sin duda menos animadas que en otras ocasiones, incluso aunque una auténtica marea roja de voluntarios de la Cruz Roja pusieran todo de su parte.
En el recibimiento a los invitados ha habido, eso sí, distintos grados de entusiasmo, los que han ido de la despistada llegada de los científicos Gregory Winter y Richard Lerner (premios de Investigación Científica y Técnica por sus estudios sobre los anticuerpos) o el representante de la Federación Española de Bancos de Alimentos (Concordia), a la despreocupación vitalista del padre del videojuego moderno Shigeru Miyamoto (Comunicación y Humanidades) o la fiebre desatada por los futbolistas Iker Casillas y Xavi Hernández (Deportes).
Llegaron uniformados con traje y corbata estrechos, pero ciertamente muy sueltos; después de todo repetían sobre el estrado del Campoamor, que ya pisaron para recoger el galardón como parte de la selección española en 2010. Esta vez se les reconocía su “ejemplaridad”, palabra empleada en dos ocasiones por el príncipe, y por representar “los valores de la amistad y el compañerismo más allá de la máxima rivalidad” entre el Madrid y el Barcelona.
Claro que una vez que había terminado la ceremonia, cuando los asistentes han despertado de las buenas voluntades allí expresadas, los equipos de fútbol, las protestas, el paro, las gaitas y los demás ingredientes de la tozuda realidad seguían allí.
Babelia
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