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crítica: '¡ATRACO!'
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Las joyas de la patria

Fotograma de la película '¡Atraco!' de Eduard Castro
Fotograma de la película '¡Atraco!' de Eduard Castro

Quizá obedeciendo más a los caprichos de la memoria que a auténticas afinidades entre un trabajo y otro, este crítico se acordó al ver ¡Atraco! de otra película española que conquistaba un territorio común entre una sensibilidad porteña y los códigos de cierto cine español de vocación clásica y corte académico: Sus ojos se cerraron y el mundo sigue andando, de Jaime Chávarri, un melodrama musical sobre Gardel y su doble que, sin duda, merecería ser más recordado.

¡Atraco!, de Eduard Cortés, llega tras haber cosechado un espectacular triunfo de taquilla en Argentina, a partir de otro juego entre la realidad y el mito. En este caso, el punto de partida es uno de esos sucesos de la crónica negra que tanto han nutrido el imaginario del corpus como productor y director de Pedro Costa: el atraco a una joyería madrileña planeado para recuperar, con fines patrióticos, las alhajas empeñadas de Eva Perón. Cortés elige contar su historia en clave de tragicomedia: Guillermo Francella y Nicolás Cabré componen una rotunda pareja (tragi) cómica, donde el primero ejerce de controlado straight guy —el payaso serio, con una mirada cargada de densidad y todo el patetismo del patriota autoengañado—, mientras su compañero modula su conmovedora comicidad al servicio de los tics del actor del Método empeñado en encajar en piel ajena.

¡ATRACO!

Dirección: Eduard Cortés. Intérpretes: Guillermo Francella, Nicolás Cabré, Amaia Salamanca, Óscar Jaenada, Francesc Albiol, Jorge Suquet, Jordi Martínez.

Género: comedia. España-Argentina, 2012.

Duración: 111 minutos.

La pareja de actores y la habilidad del guión para mantener, en todo momento, en alto la tensión narrativa son lo mejor de un conjunto que acaba resintiéndose del salto sin red que exige el cambio de tono de su último tercio. Cortés ha mencionado el referente del cine de los Coen, pero, salvo en los ecos a lo Muerte entre las flores que contiene una de las localizaciones del tramo final, cuesta horrores encontrar en la película argumentos para respaldar la afirmación. Lejos de controlar su cambio de registro, la película se enfatiza sin vuelta atrás y revela que Cortés, antes que afirmar una identidad autoral, sigue prefiriendo inyectar anabolizantes de multisalas a un modelo de cine español ya algo erosionado.

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