Cultura: a vueltas con la subvención
El papel del Estado como motor económico de las artes en tiempos de crisis, a debate Cine, política, arte y teatro fueron los protagonistas del encuentro
Si no hubiera existido el emperador Augusto no hubiera sido posible el poeta Virgilio, o por lo menos hubiera sido muy difícil que su obra existiera o fuera difundida. El Estado asumió luego el papel de Adriano, pero ahora una tendencia que en España tiene una de sus residencias principales reclama que las administraciones públicas dejen de prestar ayuda a la creación cultural. Virgilio en peligro, Adriano se lava las manos. Pues bien, si esa tendencia termina triunfando la cultura que se hace en España terminará siendo miserable.
Esa podría ser una de las conclusiones de lo que escuchamos anoche en el ciclo A debate, organizado por la Fundación Canal de la Comunidad de Madrid. El coloquio se titulaba De la cultura de la subvención a la industria cultural. Entre los intervinientes había un funcionario, el ex secretario de Estado de Cultura (con Esperanza Aguirre en el ministerio), catedrático y poeta Luis Alberto de Cuenca (que fue quien llevó a Virgilio a la discusión); otro catedrático, Francisco Calvo Serraller, crítico de arte de EL PAÍS, y un funcionario asimilado, Albert Boadella, que fue propietario de un teatro en Cataluña y que desde hace años dirige los Teatros del Canal, de la Comunidad de Madrid. Un independiente, por decirlo así, del Estado, el productor y director de cine Gerardo Herrero, tuvo la tarea de hablar del sector en el que está directamente implicado.
El cine es el sector cultural sobre el que ha caído con todo su peso muerto el malentendido de la subvención. Herrero lo puso de manifiesto: el cine no ha sido nunca subvencionado en España. Ese sobreentendido “perverso” ha sido puesto en circulación por aquellos que han decidido que no prospere la industria cinematográfica, basándose en una falsedad sobre la que volvió Herrero varias veces. Lo que el mundo del cine reclama del Estado es lo mismo que este procura para otras industrias, y lo que por otra parte ese universo logra en países como Francia, Alemania o Estados Unidos. Sin esas ayudas del Estado (el doble que las que reciben en España los industriales del cine) no habría películas de esos países, ni esos países serían tan competitivos en este renglón concreto de la producción cultural.
Herrero fue precedido por Luis Alberto de Cuenca. Éste hablaba para contar lo que pasa en el mundo de los libros. La gente no lee, y tampoco compra libros; desaparecen las librerías, peligra la producción editorial. Pero eso no sucede solo en el ámbito del papel; pasa igual con lo que él llamó “la informática”. El Estado debe procurar que esa situación se alivie, seguramente sin tener que recurrir a los tiempos en que Virgilio era auxiliado por Augusto. En el ámbito de la literatura un poeta puede escribir sin necesidad alguna de ser subvencionado, pues con un papel (incluso con aquel papel tosco que usaba Miguel Hernández) y un lápiz se puede hacer una gran obra. Pero es cierto que la difusión de la lectura y de la cultura en general necesita el auxilio del Estado, al menos como benefactor de las bibliotecas.
¿Y las artes plásticas? Durante años, explicó Calvo Serraller, sobre todo en la época de la dictadura hasta la transición, el Estado español dejó dormir la producción artística, permitió la quietud suicida de los museos y marcó a cero su ambición inversora. Desde la transición esa situación varió, y gracias a esa preocupación de la Administración los museos fueron dotados y grandes autores plásticos del siglo XX y de otras épocas empezaron a ser repatriados y ahora forman parte del patrimonio del Estado y por tanto de los ciudadanos. Ahora ahí también llegó la crisis de los recortes. Es notorio.
Ante estas evidencias, lo que sorprendió al final del coloquio fue que Luis Alberto de Cuenca, excitado por el moderador, el catedrático de Economía Carlos Rodríguez Braun, dijera que si el Estado desapareciera “no pasaría prácticamente nada”. Estuvo al quite Herrero, que regresó a su defensa del cine como industria cultural: en ningún lugar del mundo el cine subsistiría sin la ayuda de las administraciones, argumentó. “Como cualquier industria. Sin ese apoyo no hubiera habido películas de Almodóvar, de Amenábar o de Trueba…”. Claro que ninguno de ellos podría haber hecho su cine con un papel como aquel de Miguel Hernández. Sin el Estado eso no es posible. Y el Estado, dijo Herrero, tiene muchos mecanismos (la televisión, por ejemplo, o las ayudas que recibe el fútbol) para impedir que el cine asista a su propio entierro.
Boadella defiende las ayudas públicas
Albert Boadella ha estado en los dos lados de la barrera. Fue director de un teatro privado, y ahí pensó que el Estado era desleal, sometía al teatro a unos precios (y a unos salarios) que eran manifiestamente suicidas (para la Administración) y asesinos (para la competencia privada). Esperanza Aguirre lo llamó para que dirigiera los Teatros del Canal y eso le ha hecho ver en otra barrera los toros de la cultura. Y ahora piensa que gracias a la Administración pública se pueden programar obras que no tendrían cabida en las programaciones privadas. “Si yo hiciera sólo lo que me gusta, como hubiera ocurrido en mi teatro propio, mi programación aquí no duraría ni dos meses”. “Ahora no soy tan radical, y he empezado a pensar que merece la pena que exista el teatro público”, dijo Boadella.
Al final del debate, Carlos Rodríguez Braun (economista cuya profesión de fe liberal le ha llevado a acuñar el grito “¡A pesar del Gobierno!” en sus intervenciones mediáticas) le planteó al exsecretario de Estado Luis Alberto de Cuenca la pregunta con la que se cerró el ciclo de las reflexiones:
— ¿La cultura es una necesidad o un lujo?
El poeta, que ha nutrido de letras célebres a grupos musicales como la Orquesta Mondragón, no pudo decirlo con un verso, así que informó:
— La cultura es una necesidad, no un lujo; pero se tiene que someter a prioridades. Primero, los alimentos; después el cine o el teatro.
Él había dicho que los libros son “cada vez más baratos”, pero en este renglón no los citó. El punto final lo puso invitando a cava a los asistentes (“o a la exquisita agua del Canal”).
Babelia
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