La señora Duffield
South downs, la nueva obra de David Hare, se estrenó la primavera pasada en el Harold Pinter Theatre. Nació como un encargo del festival de Chichester para complementar la reposición de The Browning version, con motivo del centenario de Rattigan, para que una obra dialogara (puentes, ecos) con la otra. Dudo mucho que South downs se estrene en España. Transcurre en una public school de Sussex (“demasiado inglesa”), en 1962 (“demasiado lejana”) y dura apenas una hora (“demasiado corta”). También habrá quien piense: “Ya vimos Los chicos de historia”.¿Puntos en común? El principal: como la obra de Alan Bennett, esta es felizmente irresumible, porque toca demasiados temas. Su protagonista, John Blakemore (14 años) no deja de hacer y hacerse preguntas, como si fuera el hermano pequeño de Holden Caulfield. Grandes preguntas. Sobre el anglicanismo, por ejemplo: “¿Por qué hemos de seguir un culto que se inventó un rey de hace 500 años para poder divorciarse?”. Como suele suceder, profesores y alumnos le detestan. Por sus preguntas, por su soberbia y por leer libros existencialistas en francés. Todos menos Jeremy Duffield (17 años), a quien han encomendado su tutela.
Lo que más me fascina de South downs es el personaje de la madre de Jeremy, Belinda Duffield, que solo aparece en una escena, exhalando puro perfume Rattigan: seco e intenso. La señora Duffield es actriz y está representando en el West End una obra insignificante llamada Uncle says no. El joven Blakemore la ha visto en esa obra y se ha quedado turulato. Jeremy le hace un regalo: lleva su madre a South downs para que tomen el té juntos. Blakemore cree que es una broma pero allí está la actriz, con un esplendoroso plumcake de Fortnum & Mason. La señora Duffield habla con el deslumbrado Blakemore como si fuera un viejo amigo, que quizás sea la mejor manera de hablar con un adolescente.
He aquí algunas de las sorprendentes cosas que le dice, en remix y traducción apresurada: “En las películas que pasan en el futuro todo el mundo viste de blanco ¿Te has fijado? Los veo y pienso: ¿por qué esa gente habrá renunciado al placer del color? Jamie, mi marido, se me declaró durante una cena en el Savoy en 1942, y nunca olvidaré el rojo rubí de aquel Château Haut-Brion sobre el mantel blanco. No creo que sea un progreso perder los colores. Los colores vívidos, brillantes. Aquel fue el mejor vino que he bebido nunca. Después Jamie se fue al desierto y le metieron una bala en la garganta. Dejó mucho dinero y algunas deudas. Y una casa en el campo. Durante un tiempo algunos de sus perros le recordaron. Le buscaban, al anochecer. Luego murieron también, y de algún modo ese fue el fin de Jamie. Salvo en mi corazón. La casa es confortable y no nos falta de nada, pero el miedo sigue. A veces pienso que solo actúo para vencer el miedo a actuar. No es mala cosa hacer cada noche a las siete y media algo que te asusta, aunque sea algo como Uncle says no. Enfrentarse al miedo es la clave de todo ¿no te parece? Y es difícil hacerlo solo. Tú tienes la suerte de contar con Jeremy como amigo. Tiene el encanto de su padre, pero el encanto es una trampa terrible, porque te vuelve perezoso. Lo mejor que Cristo dijo fue 'Sigue el sendero difícil', así que deberías dar gracias a Dios por no tener encanto. Tienes algo mucho más importante.
Johnny Gielgud dice que no puedes mantener viva una interpretación después de 50 funciones, pero yo he hecho muchas más. Llevo 40 años actuando. Tú deberías actuar. No en el teatro, en la vida. Sé lo que estás pensando. Piensas: ‘Pero ella es encantadora, y me gustaría que fuera mi madre’. Te aseguro que a la larga estarías peor conmigo, querido. ¿No vamos a comernos ese pastel?”.
Truman Capote hubiera dicho: “A su salud, señora Duffield”.
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