A Richard Gere le sienta muy bien el traje donostiarra
El actor primer protagonista de un certamen con un reparto estelar
Richard Gere fluye. Fluye hacia la rueda de prensa, donde bebe una taza (¿de té?). Fluye en su discurso, enlazado, primoroso y, cuando entra en la conversación Susan Sarandon, hasta humorístico. Fluye en cómo pasa la mano por un rosario de cuentas budista, que acaricia con suavidad. Y fluye en la pantalla, en El fraude,que inaugura la sección oficial de San Sebastián. Su Robert Miller (“Un tiburón que solo dejará de nadar y devorar cuando muera”, dice su director, Nicholas Jarecki) es un hombre hecho a sí mismo, un triunfador en los negocios de inversiones bursátiles, que se mueve por la pantalla sin grandes aspavientos, pero sin detenerse. Y Gere sabe lo que tiene entre manos. Le basta con un traje bien cortado y esos andares sinuosos, y tenemos al personaje.
En la conferencia de prensa, el actor estadounidense, que ya ha cumplido 63 años, recuerda que cuando estrenó American gigolo, un crítico brasileño le comparó con “un cisne de jardín”. En persona, puntualiza entre carcajadas: “No un cisne cualquiera, no. Un cisne de jardín. No me preguntes por la diferencia”. Pero, ese movimiento, ¿es muy ensayando? “Sorprendentemente, no me sentía muy alejado de él. Es cierto que yo soy budista, y creo que se me nota en muchas cosas, en el talante. Aunque por otro lado, me pareció atractivo crearle como si fuera un ser humano. Pienso que todos los hombres tenemos algo bueno en nuestro interior”.
¿Y el traje? “Hace un tiempo filmé con Robert Altman una película llamada… [PAUSA]Doctor T y las mujeres, y los trajes que usamos eran de la marca Brioni. Y cuando empezamos con El fraude y su presupuesto exiguo, me acordé de aquellas chaquetas, de aquellos trajes poderosos que ellos también confeccionan para diplomáticos y empresarios. Ellos generosamente nos los cedieron. Trabajamos en ese sentido: porque son trajes para embajadores y también para banqueros, y mi personaje tiene algo de los primeros y es un tiburón como los segundos. Va a por lo que quiere”.
Antes, en un encuentro con los periodistas, durante la jornada de arranque de la sexagésima edición del Festival de Cine de San Sebastián, lo había definido con mayor contundencia: “Cuando te ofrecen un personaje así, tienes dos elecciones: o interpretar al malo con mayúsculas o buscar al ser humano con sus fallos humanos. No son monstruos, no son sociópatas, son personas. Hay que procurar encontrar al encantador que era Bill Clinton, buscar la manera de nadar a través de todos los problemas. Robert Miller es un ganador, nunca funcionaría como un perdedor. Lo he discutido muchas veces con republicanos muy poderosos”.
Gere recuerda que se emocionó hace cinco años cuando recibió el Donostia y vio un video sobre su vida: “No tanto por las películas —no recuerdo todas— sino por las fotos de mi niñez, la agradable sensación de cómo ha fluido mi vida. Volviendo a los trajes, cuando empecé, yo era de chaquetas de cuero y grandes motos. Ese era mi mundo. Cuando hice American gigolo creo que ni siquiera tenía un traje, y Giorgio Armani hizo aquel trabajo que logró que me sintiera cómodo en el personaje”.
El tiempo pasa para todos, y Gere recuerda algunos de los genios con los que ha trabajado. “Ahhh, Terry [Terrence Malick]. Mira qué dos películas hizo en sus inicios, Malas tierras y Días del cielo —que no es porque yo salga en una de ellas, que es lo de menos— que son geniales. Es un visionario. Por supuesto que repetiría con él”.
El fraude se mueve en un espinoso equilibrio: es un thriller comercial, con sus dosis de familia, amantes, investigaciones policiales y traiciones empresariales. Pero a la vez juega en la liga del cine inteligente, lanza un claro mensaje sobre la avaricia, sobre la podredumbre moral de los poderosos, y las injusticias de la vida. “El poder judicial no ha funcionado en EE UU. Muchas personas perdieron mucho dinero por culpa de otras que se han librado de la cárcel. Y algunos de ellos fueron luego contratados para altos cargos de la presidencia. Ya me he enterado que en España también se han ido de rositas”. Y eso queda en el poso de El fraude. “Es una película diferente en estos tiempos. Me extrañó mucho cuando me llegó. No existe ese mito de la pila de guiones al lado del actor para que él —en este caso, yo— escoja. Hoy, El fraude es, yo te diría, hasta revolucionaria, porque está hecha por gente comprometida con sus ideas”.
Babelia
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