La Mostra empieza renqueante
El festival de cine de Venecia arranca con la proyección de 'El fundamentalista reticente' El filme de Mira Nair es una adaptación confusa de una novela de Moshin Ahmid
Arranca el festival de cine de Venecia como casi siempre: con la casa a medio hacer y sol de justicia. Los pintores siguen rematando marcos, los carpinteros finiquitan tarimas y todo va –moderadamente- retrasado: nada nuevo bajo el cielo italiano. Abría esta mañana las puertas La Mostra con el último trabajo de Mira Nair, una directora que desde Las bodas del monzón (un colorido divertimento) no es que haya venido a menos sino que prácticamente se ha borrado. Su anterior película, que contaba la historia de la aviadora Amelia Earhart (que desapareció en 1937 en el Pacífico) ya era un aviso de que a Nair no le sentaba bien Hollywood. Hoy en Venecia, después de ver El fundamentalista reticente, adaptación de la novela de Moshin Ahmid, se confirma que la magia de la realizadora –la de sus primeros trabajos- ha sido desintegrada por su nula capacidad narrativa.
El libro de Ahmid, un monólogo en forma de novela corta, contaba –con los esperados apuntes autobiográficos- la historia de un joven paquistaní al que se le atraganta el sueño americano y cuya vida cambiará cuando empiece a oír los cantos de sirena de la yihad. La voz singular del libro adquiere en la gran pantalla una textura confusa, como si la directora quisiera coquetear con todos los géneros (del musical (!) al drama, pasando por un –ridículo- intento de acercarse al thriller) y estos se limitaran a darle plantón. La propia gama tonal de la película, que parece ser hija del musical Bollywoodiense más ortodoxo, choca frontalmente con el alma de lo que se pretende contar: la pesadilla de un hombre al que la vida coloca una y otra vez al límite de sus fuerzas, apegado a su país pero deseoso de abandonarlo, humillado por sus contradicciones. Suena a color gris, ¿verdad? Pues resulta que es naranja, muy naranja.
No se puede aspirar a meterle el dedo en el ojo al espectador cuando en todas las esquinas del encuadre huele a cuento chino, a impostado, a falso. Cualquier reflexión profunda a la que Mira Nair quisiera encaramarse se pierde en un océano de charletas y secuencias de vergüenza ajena (el protagonista entrando en Estados Unidos y sufriendo las inclemencias de la policía aeroportuaria; los malvados agentes del FBI; la delirante rebelión popular) en la que todos los personajes son tan blanco y/o negro que acaban pareciéndose al teclado de un piano. Tampoco ayuda la estructura del filme, que se articula en torno a una serie de flashbacks (de una torpeza punzante) ni los secundarios, que parecen metidos en la película con la ayuda de una palanca: el padre poeta, la novia atormentada (con una Kate Hudson en horas bajas), el jefe malvado (Kiefer Sutherland, impecable), los amiguetes del protagonista o la hermana comedianta.
Si lo que la realizadora pretendía era reflexionar sobre el terrible panorama que se cierne sobre aquella parte del globo, más le valía haberse agarrado a algunos de los –terroríficos- relatos del periodista Dexter Filkins sobre el terrorismo y sus consecuencias en la sociedad civil. Si lo que quería era reflejar el infierno personal al que todos nos condenamos de cuando en cuando por culpa de la conciencia (ese bien individual que funciona como un GPS estropeado), más le valía haber renunciado a las que parecen ser sus constantes vitales: cuando uno tiene la sutilidad de un herrero cimerio no puede pretender ser delicado. Nair no lo es y la historia lo necesitaba.
Al final, eso sí, aplausos para la película. Debe ser que el primer día hay que tirar de palmas.
Babelia
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