El irreductible carácter griego
Las consideraciones de Lawrence Durrell en su trilogía de las islas resuenan especialmente oportunas en estos momentos
Las consideraciones de Lawrence Durrell en su trilogía de las islas sobre el carácter griego, a veces divertidamente estupefactas, resuenan especialmente oportunas en estos momentos con la Hélade amenazada por el Jerjes alemán con falda: “Hasta la muerte es menos importante que la política”; la manera de ser del griego es “regañona y alegre, el entrañable afecto desdeñoso”; “el hombre griego es de impulsos, lleno de jactancias, impaciente por la lentitud, rápido en la simpatía, inventivo y asimilativo, a caballo entre su genio heroico y su desesperanzado poder de raciocinio”; “espléndido en la holganza, en pedir dinero prestado” (!).
Manoli, viejo pescador del Egeo, en Rodas afirma con acento de ajo y mastika en Reflexiones sobre una Venus marina: “El caos nos agrada”. Y señala en conversación con Durrell ¡en 1945!: “Vienen a librarnos de la pobreza. Dios sabe que necesitamos que nos libren de eso. Pero terminarán esclavizándonos con otros males. Y Dios sabe que eso no lo necesitamos”. Se refiere al Frente de Liberación Nacional griego (EAM) no al FMI ni al Bundesbank, ¡pero qué actual suena! “Sáquenme de la pobreza, pero, ¿pueden darme la felicidad que tengo aquí?”, añade el pescador filósofo tocándose el velludo pecho con el puño. Para dejarnos esta última cavilación: “En el mundo hay muchas personas egoístas, sea de quien sea el burro siempre aparecen montadas sobre él”.
El tema griego muestra qué oportuno puede ser leer o releer a Lawrence Durrell. Por supuesto no hace falta ninguna excusa para acercarnos a sus libros. De hecho es difícil creer que alguien pueda vivir (o al menos enamorarse) sin haber leído Justine. El caso es que el centenario de Durrell aquí en España parece que está pasando sin pena ni gloria, a excepción de la edición de Edhasa y de algunos artículos, especialmente los dos espléndidos dedicados al escritor en La Vanguardia por Joan de Sagarra, cuya madre había sido amiga de Durrell y al que el maestro, que lo denomina siempre “tío Larry”, conoció en una memorable ocasión en Taormina en 1990 después de haberle dejado años antes unas botellas de manzanilla en su casa de Sommières…
“En España no se hace nada que yo sepa para homenajearle como es debido”, me dice el empedernido durrelliano Alejandro Lasala, que ha formado parte incluso de la Association Lawrence Durrell en Languedoc, en Sommières, y que tiene en cartera un proyecto videográfico sobre el escritor. “De alguna manera parece haber caído en el olvido, pese a la enorme popularidad que adquirió en nuestro país con El cuarteto de Alejandría, al que añadiría su popular guía de las islas griegas, que estaba en todas las casas. Es cierto que en cambio El quinteto es una obra mucho más exigente y que la creatividad y la calidad de Durrell empezaron a caer en picado con su alcoholismo y el predominio del lado más oscuro de su personalidad”.
En Gran Bretaña, aunque siempre ha habido una extraña renuencia a colocar a Durrell en el panteón de los escritores ilustres —por su amoralidad o por su condición de autoexpatriado, quién sabe—, las cosas son diferentes. Se están desarrollando una larga serie de iniciativas con motivo del aniversario, que incluyen publicaciones, reediciones, exposiciones y conferencias. A destacar un conjunto de grabaciones de entrevistas con el escritor y de lecturas de poemas por él mismo que ha editado la British Library (The spoken word: Lawrence Durrell). También la prèmiere de la grabación de la ópera Sappho (1963), con libreto de Durrell y música de Peggy Glanville-Hicks, que tenía que cantar en su día Maria Callas. Entre los títulos interesantes que nos trae 2012, Durrell and the City, que conmemora el 55º aniversario de El cuarteto de Alejandría con una serie de 14 ensayos de especialistas que analizan la relación de Durrell con el paisaje urbano.
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