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Crítica: quiero ser italiano
Columna
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La empatía del impostor

Javier Ocaña

Sea cual sea su género, en las buenas películas con protagonista instalado en la mentira (del Norman Bates de Psicosis al José Coronado de La vida de nadie) el espectador debe sufrir con el impostor. Ya sea un asesino, ya sea un pobre tipo que padece, la platea, aunque sea de forma inconsciente, debe estar con él, no querer que le pillen.

En Quiero ser italiano, tercer largo del francés Olivier Baroux, hasta ahora inédito en nuestro país, casi a los diez minutos se está deseando que pillen al mentiroso compulsivo de origen árabe que se ha inventado una identidad italiana para poder ascender en Francia en el escalafón social. ¿Por qué? Porque el personaje no genera empatía; porque los dos primeros tercios de película se alimentan de chistes rancios y situaciones poco originales alrededor de la identidad; porque el último tercio, aún peor, se convierte en un melodrama moralista con toques de realismo social crítico basado en situaciones harto improbables; porque el impostor no es el protagonista, sino la película.

Ficha técnica

Dirección: Olivier Baroux.

Intérpretes: Kad Merad, Valérie Menguigui, Roland Giraud, Phillippe Lefebvre.
Género: comedia. Francia, 2010.
Duración: 102 minutos.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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