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Leandro, el fantasma de La Moncloa
Columna
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¡Alá es grande!

José María Izquierdo
FERNANDO VICENTE

(Viene del capítulo XIV)

Volví por un momento al despacho del presidente, que el embajador ya debía estar acabando su entrevista. Presentía yo que el final del encuentro tendría que coincidir con el fin, fuera cual fuera, de las maniobras en el jardín entre unos y otros.

—…Por lo que puedo asegurarle, señor presidente, que nuestro programa nuclear no esconde ningún ánimo bélico…

—¡¡¡Atchíssss!!!, estornudó el ficus de la esquina.

Por un momento todos se quedaron en silencio y con la vista fija en la hermosísima planta que superaba el metro ochenta. Interrumpió su discurso el embajador, enmudeció el presidente, que no daba crédito a lo que había oído, y solo Margallo reaccionó con presteza.

—No es nada, no se preocupen, es que es un ficus que trajeron de la selva panameña y allí está acostumbrado a temperaturas de 40 grados, y claro, aquí, en el despacho, en cuanto que el aire acondicionado está un poquito fuerte… Pero no se preocupen, que ahora mismo lo retiramos. Usted siga, embajador, siga… ¡Conserje!

Afuera esperaba el comandante del CNI.

—¡¡¡ Facúndez, pero cómo se le ha ocurrido estornudar en mitad de la conversación!!! No voy a tener más remedio que meterle un correctivo, ha estado a punto de causar un desastre diplomático…

—Pero mi comandante, si es que ya le dije que soy alérgico a las plantas. Si al menos hubieran escogido el de plástico que les dije…

—Pero cómo vamos a tener un ficus de plástico en el despacho del presidente del Gobierno, Facúndez, que está usted tonto…

Volví afuera y mi sexto sentido, que comprenderán que un buen fantasma puede tener seis sentidos, e incluso siete si se tercia, me decía a gritos que extremara la atención. Y sí, se advertía un algo flotante en el ambiente que hacía que se notara agitados a los rumanos, menos cantarina el agua de las fuentes y algo temblorosas las hojas de los bojs.

Y fue en ese momento cuando todo reventó y los hechos se sucedieron a velocidad vertiginosa, que como será la cosa que me pareció que a alguno de las estatuas vivientes se le ponía cara de Matt Damon, que el jardín pareció convertirse en un escenario de cualquier episodio de Bourne.

—También parece de Misión Imposible y podía tener cara de Tom Cruise, me corrigió Azorín, que el caso era incordiar…

El disparo de salida —metafóricamente hablando— se produjo cuando uno de los rumanos sacó de entre los vendajes mugrientos una acordeón de gran tamaño y de forma muy sentida comenzó a tocar El Gato montés, que en aquella soleada tarde a no pocos de los miembros del CNI les recordó la plaza de toros de las Ventas en sus tardes gloriosas, tal era la habilidad de aquel vagabundo para arrancar a su acordeón los acordes más castizos del inmortal pasodoble, alma española llenando la atmósfera del jardín…

Pero mientras los agentes del CNI, con el corazón apretujado por la emoción se arremolinaban cerca del acordeonista, norteamericanos e israelís no perdían el tiempo, pues eran conscientes de la maniobra de distracción que habían emprendido los iranís. Así que los bojs, aprovechando la falta de atención de los agentes del CNI, se plantaron en unos cuantos saltos en las cercanías de aquellos, sin que nadie advirtiera la calva que dejaron donde estaban antes y la extraña concentración de arbustos en la esquina contraria. Mientras, las fuentes se hacían airosos y alegres columpios, y las estatuas vivientes se reconvertían: la Diana cazadora se transformó en un compacto y sufriente Laooconte y sus hijos, mientras David pasó a ser una piadosísima Dolorosa, confirmando de esta manera los muchos rumores que de siempre habían existido en torno al sexo real de David, que no pocos eruditos tenían abundante obra escrita en torno a este mito, que si David, que si Davidia. Bien.

Consideró en ese momento el acordeonista que el arrobo que ya había logrado entre el auditorio exigía un cambio, camino del final de la operación, y al vibrante felino le siguió un riquísimo popurrí, que de Joselito pasaba a Amparito Roca, de El Gallo a España cañí e incluso a Marcial, sin olvidar a Paquito el Chocolatero, ampliamente celebrado por la concurrencia con unos estentóreos olés surgidos de lo más hondo del alma de aquellos valerosos soldados transmutados en espías, que de muchas maneras se puede defender a la patria.

Y así, mientras el agente-músico ejercía su trabajo, el resto de los iranís se desplegaba por un ala del jardín y volvieron a entremezclase las conversaciones cifradas, ahora a gran velocidad.

—Adelante, Jafar, puerta vista. Repito, puerta vista. Alá es grande. Corto.

—¿Una puerta grande, Majid? Aclara eso. Corto.

—¡¡¡No, no. Que ya he localizado la puerta y que Alá es grande, Jafar!!!

—¡¡¡Misión cumplida, Majid. Retirada, retirada para todos. Alá es grande, pero no se olviden de llevarse las limosnas, que hay que comprar el metrobús. Corto!!!!

—Efraím, lo he visto todo, solo querían ver la puerta del búnker. Corto.

—¿Y no van a entrar, Amos? Corto.

—En absoluto, que los veo de retirada… Corto, no, espera, que hay un lío… Ahora te llamo. Corto.

Y es que los israelís habían dejado de ser columpios, unos, y estatuas vivientes los demás, y se habían vestido con los trajes de policía municipal que habían escondido ladinamente en los pedestales. Así pertrechados, se acercaron a los rumanos; recogidos los platillos de las dádivas y plegado el acordeón, se retiraban a toda velocidad.

—Chist, chist, ahí paraos… Más despacito, más despacito, que a ver ande vais vosotros, que seguro que no tenís ni papeles ni ná... les abordó el jefe del comando israelí, que había pasado varios meses ensayando el peculiar argot de los municipales madrileños…

Vi que el resto del comando del Mossad se encargaba de hablar con los del CNI, y les decían aquello de…

—…Tranqui, chavales, ni os molestéis, que a estos ya les conocemos y les venimos siguiendo desde Argüelles, lo que pasa es que como no tenemos coche, por lo de los recortes, ya sabéis, hemos tenido que coger el autobús, y no veas lo que tarda… Ná, nos los llevamos ya… Vosotros a lo importante, a defender al presidente, que lo nuestro es lo de chichinabo…

Y en un momento les plantaron a los rumanos-iranís una tira de cinta adhesiva en la boca y con cuatro llaves los inmovilizaron para irse corriendo hasta los coches que estaban en el exterior.

—Que se los queden, Efraim, que para qué los queremos nosotros, dijo el de la CIA. Corto.

—Pues para casa, que tengo una rama en la oreja que me está haciendo polvo. Corto.

—Adiós, presidente, ha sido un honor, se despedía el embajador.

—Adiós, adiós, un placer. Y muy interesante lo de los kayak…

—Kayar, presidente, kayar…

—Sí, eso, kayak…

—Señor presidente, dijo el coronel del CNI que había organizado el despliegue.

—Diga, coronel, diga…

—La Operación "Petróleo-bueno-bonito-barato" ha sido todo un éxito, que mis hombres han logrado impedir que ningún agente extranjero haya traspasado el perímetro de seguridad. La profesionalidad de nuestros agentes, una vez más, ha quedado demostrada. ¡Viva España!, gritó, que los coroneles en general y éste en particular ya he visto yo que enseguida se emocionan y les sale el grito a poco que se descuiden.

—Descanse, descanse… Respecto al del estornudo...

—Señor presidente, me ha dicho la viceppresidenta que le haga saber que el interfecto se quedará hasta el retiro en el cuartel para limpiar los zapatos de varios regimientos…

Les dejé a lo suyo y en ese momento capté, muy débil, una última conversación.

—La bomba déjala en el acordeón, Majid, ni se te ocurra… Lo del cerdo da igual… No, no…

¡¡¡¡¡¡¡BOOOOOOOOOOOOMMMMM!!!!!!!

Miré, y allá a la altura de la Moncloa, se veía una nubecilla de humo…

Lo mismo se han cargado el Arco del Triunfo, se alegró Om, que en cuanto le hablabas de romper algo de Franco se le alegraba la pajarilla.

Y todo este jaleo por el búnker. Fíjense. Que vaya risa me he estado echando con los ectoplasmas. Otro día les cuento del búnker.

Mañana, siguiente capítulo: Pistolas Santa Teresa.

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