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El extraño influjo del Sella

La mucha bebida y no poca comida hacen cada verano de este descenso en piragua una peculiar cita para turistas y curiosos

Pedro Zuazua
Salida del Descenso Internacional del Sella 2012
Salida del Descenso Internacional del Sella 2012Alberto Morante (EFE)

Francisco Gorgojo estaba en Alicante. Allí le encontró la Guardia Civil el 19 de agosto de 2009, en un control rutinario. Gorgojo, ovetense que por aquel entonces tenía 23 años, había sido declarado oficialmente desaparecido siete días antes. Lo último que se había sabido de él era que después de asistir a la fiesta del Descenso del Sella había discutido con sus amigos, que no creían que estuviera en condiciones de conducir. Durante aquellos días, Asturias se preocupó por el chico, y las hipótesis siempre apuntaban a la desgracia. Tenía el móvil apagado y no acudió a trabajar. Cuando le encontraron, aseguró que no tenía ni idea de la preocupación que había causado: “Después del Sella pasé por casa, cogí ropa y me fui con una amiga a Alicante", declaró. Gorgojo había sido una víctima más del extraño influjo del Sella.

Y es que el Descenso Internacional del Sella, que ha alcanzado su 76ª edición, tiene, en paralelo a su vertiente deportiva -la victoria tiene un valor más emocional que económico; el premio para los vencedores de k2 es de 2.500 euros a repartir- una vertiente festiva que cada año deja multitud de escenas cuando menos curiosas. Se calcula que la media de asistencia en los últimos años de jueves a domingo rondaba las 300.000 personas. Este año la crisis ha hecho que hubiera entre un 20 y un 30% menos, según fuentes de la organización. Lo más normal es que la gente acuda a campings habilitados para la fiesta -20 euros por persona, con duchas y aseos- aunque en Ribadesella, por ejemplo, abunda lo que se conoce como pihippie: gente que intenta ir de acampada pero que, al final, conoce a alguien con casa en la localidad y por lo tanto aquello termina siendo una especie de acampada de luxe, plantando la tienda en el jardín de un chalet y con acceso a baños de verdad.

En total, 15 kilómetros de carrera. Y por el medio, miles de personas, mucha sidra, más copas y esa inexplicable capacidad humana de hacer cosas extrañas bajo los efectos del alcohol.

La prueba piragüística parte de Arriondas y llega a Ribadesella. En total, 15 kilómetros de carrera. Y por el medio, miles de personas, mucha sidra, más copas y esa inexplicable capacidad humana de hacer cosas extrañas bajo los efectos del alcohol. Parémonos a observar dos minutos una calle cualquiera de Arriondas, a las diez de la mañana, a donde poco a poco va llegando el público para presenciar la salida: un chico está sentado en medio de la carretera, del cuello le cuelga un cencerro que sus amigos hacen sonar de vez en cuando. Pasa un tándem con dos señores ataviados con el uniforme de la fiesta de las Piraguas -montera picona, collar de papel y chaleco-. Un chico ve pasar a dos piragüistas algo rellenitos. Les grita: “¡Remeros, aminoácidos!". Un joven se arrodilla ante todas las chicas que pasan por su radio de acción. Otro chaval, vestido con bermudas y una camiseta roja de cerveza Duff interpreta con un clarinete la canción El gato montés, o al menos eso dice la partitura que lee. Y así todo el rato. Eso son las fiestas de las piraguas, una oda al absurdo.

A las 11.30 el desfile "oficial" cruza Arriondas en dirección al puente. Lo encabeza una banda de gaitas, luego va un romano, después Don Pelayo con su corte. Un chico con un camiseta de Los Ángeles Lakers se suma al cortejo sin desentonar demasiado. Y después llegan Los tritones. Van vestidos con camiseta amarilla, falda marrón hecha jirones, una enredadera en la cabeza y un tridente en la mano. Ellos son los encargados de limpiar el río de borrachos y pesados, para que la salida se pueda realizar sin problemas. “La gente no suele dar problemas, nos esperan con la botella en la mano, y como todos estamos de fiesta, se trata de encontrar el equilibrio", explica Kevi, que lidera el grupo altavoz en mano. Ayer alguno no quiso salir del agua a pesar de sus advertencias. El respetable primero abucheo al intruso, que estaba en el centro del río, después comenzó a lanzarle piedras y, cuando estas empezaban a coger un tamaño considerable y la puntería iba mejorando notoriamente, un amigo del hombre-diana, seguramente con una copa menos que él, se adentró en el agua y se lo llevó.

La salida es un pequeño milagro anual, porque el caos que la rodea es monumental. Ayer participaron 906 palistas y 552 embarcaciones. “La salida es un poco estilo Le Mans, se hace embudo", explica Juan Carlos Muñiz, juez árbitro de la prueba. Se recomienda el visionado de los vídeos que hay subidos en la red para entender de lo que se habla. Ayer la lectura del pregón corrió a cargo del ex presidente de Cantabria Miguel Ángel Revilla, que se llevó algunos pitos por salirse del guion y hablar de los mineros y su situación. El pregón, que siempre ha sido el mismo, contiene incluso el permiso de Don Pelayo para abrazar a las “mozas que lo quieran y se dejen". Pero eso sí, la “chavalina" ha de gustar “de veras" y, a cambio de tan generoso permiso, sólo pide que, si de ese ligue salen neños, se les lleve a la fiesta de Las Piraguas, para mantener la tradición.

Los vivas a todos los países participantes- ayer hubo chascarrillos cuando se citó a Alemania- y el himno de Asturias marcan el inicio de la prueba. El río se llena de piraguas, de palas y de gente. Es el caos absoluto. Pero se soluciona. Unos minutos después el azar decide a qué embarcaciones de las últimas en salir se aplaude y a cuáles se les vuelca. Incluso algunos colocan enormes piedras en las embarcaciones. Al final, un escaso porcentaje del público asistente sabrá quién ha ganado la prueba y un porcentaje enorme no habrá ni tan siquiera visto una piragua. Pero volverán el año que viene, presas de ese extraño influjo de Las Piraguas del Sella.

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Sobre la firma

Pedro Zuazua
Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Oviedo, máster en Periodismo por la UAM-EL PAÍS y en Recursos Humanos por el IE. En EL PAÍS, pasó por Deportes, Madrid y EL PAÍS SEMANAL. En la actualidad, es director de comunicación del periódico. Fue consejero del Real Oviedo. Es autor del libro En mi casa no entra un gato.

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