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HAMACA DE LONA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Secuelas

Manuel Rodríguez Rivero

Elizabeth Costello, protagonista de la ficción homónima de Coetzee (2003), había escrito en su juventud una novela con el punto de vista de la gribaltareña Molly Bloom, la infiel Penélope del Ulises joyceano. John Stoppard centró en dos personajes secundarios de Hamlet su drama existencial Rosencrantz y Guildenstern han muerto (1966), en el que —justicia poética— el irresoluto príncipe de Dinamarca juega un papel muy marginal. Alonso Fernández de Avellaneda aprovechó el éxito apabullante de la primera parte del Quijote para continuar a su modo envidioso las aventuras del hidalgo, lo que obligó a su legítimo autor a modificar en la segunda parte el itinerario de su criatura inmortal.

Ancho mar de los Sargazos (1966), de Jean Rhys, es una precuela de Jane Eyre en la que se nos relata la existencia caribeña de quien, posteriormente, acabaría loca y casada con el señor Rochester (la verdad, no sé qué es peor). Alexandra Ripley logró cierta fama (y se hizo millonaria) gracias a Scarlett (1991), la insufrible secuela (autorizada) de Lo que el viento se llevó. Elizabeth Bennet, la sensata e independiente protagonista de Orgullo y prejuicio, ha reaparecido en numerosas narraciones posteriores; en algunas de las más recientes se ha mostrado como lesbiana, caníbal, asesina o zombi. Incluso la muy conservadora P. D. James la ha vuelto a resucitar, junto al resto de los personajes de la más célebre novela de Austen, para su thriller La muerte llega a Pemberley. James Bond, otro personaje muy secuelado (por Kingsely Amis, John Gardner, Sebastian Faulks o Jeffrey Deaver, entre otros,) volverá pronto de la mano de William Boyd, quien considera "una oportunidad magnífica" el ofrecimiento de los derechohabientes de Ian Fleming para que escriba una nueva aventura del mejor agente del MI6. No me extraña: hay mucha pasta de por medio y, además, Bond, un de los grandes iconos de la cultura popular, sigue siendo un personaje fascinante.

Buena parte de la historia de la literatura consiste en un diálogo (que puede llegar al plagio) más o menos consciente entre historias y personajes que han logrado apasionar a los lectores incrustándose en el imaginario de las sucesivas generaciones. Precuelas y secuelas las ha habido siempre, pero su número aumenta exponencialmente en épocas, como la nuestra, en que crece la demanda de ficciones y la gente no siempre encuentra satisfacción en el mainstream de nuevo cuño.

Existen dos formas de publicar una secuela (o precuela) de la obra de un escritor sujeta a copyright: con o sin su permiso (o el de los titulares del derecho). En el segundo caso, al autor de la secuela y a su editor les aguardan los tribunales. De modo que, si yo deseara, por ejemplo, darle otra oportunidad literaria a José María Bueno de Guzmán, el promiscuo protagonista de Lo prohibido (Galdós, 1885), podría hacerlo tranquilamente; pero si lo que quisiera es desarrollar por mi cuenta (y publicar) determinadas particularidades del carácter de Jaime Leza, o las ulteriores relaciones sentimentales de Judith Biely, la amante americana de Ignacio Abel, no tendría más remedio que pedirles permiso a Javier Marías o Antonio Muñoz Molina, sus respectivos propietarios intelectuales. Y no creo que me lo concedieran. Por lo demás, rara vez (aunque sucede en ocasiones) las secuelas o precuelas ajenas están a la altura del original, por más que las firme alguien de prestigio. De modo que ya veremos si el Bond de Boyd consigue convertirse en una nueva excepción a la regla.

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