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GRANDES FESTIVALES DE VERANO

Stone Roses limpia la sangre del escenario del crimen

La banda de Manchester triunfa en la tercera jornada del FIB, donde hace 16 años certificó su declive antes de disolverse

Daniel Verdú
Stone Roses sobre el escenario.
Stone Roses sobre el escenario.ÁNGEL SÁNCHEZ

El asesino siempre vuelve al escenario del crimen, y ayer Stone Roses, 16 años después de ofrecer un catastrófico concierto en el FIB de 1996 que, añadido a algunos desastres más, desembocó en su disolución, volvieron para redimirse en el mismo lugar que les dio boleto. El concierto de este sábado terminó con la banda fundida en un abrazo, quedándose un rato sobre el escenario y gritando orgullosa su nombre varias veces. Como un equipo de fútbol de segunda (chándal incluido) después de un heroico ascenso a primera. Así que está bastante claro lo que pasó. Han vuelto para arreglar el desaguisado y, probablemente, cuando hayan limpiado la sangre (y engordado la cuenta bancaria), se volverán por donde vinieron.

Nadie esperaba mucho de la banda de Manchester al principio, y eso siempre ayuda a salir victorioso. Pero es que desde el arranque con I wanna be adored estuvieron como si nunca la hubieran pifiado. De ahí arriba ya no se volvieron a bajar. Ian Brown, su enjuto vocalista, que no soltó las maracas en todo el concierto, no está ya para muchos gorgoritos, pero lo disimula muy bien sin forzar la voz, un poco baja todo el tiempo. Mani, su bajista, que nunca perdió la fuerza en los dedos mientras anduvo enrolado en Primal Scream durante el barbecho de su banda, es como un ancla en el ritmo de un grupo que a veces parece que no va a saber regresar del viaje psicodélico en el que se perdía en canciones como Fools Gold. Lo tocaron casi todo, es verdad que ayuda tener solo dos discos, y miraron a los ojos a su propia leyenda.

En Waterfall fue como si todavía creyeran que siempre serán los reyes del mundo, aunque estén mayores, apuren los últimos tiros y muchas de sus canciones ya no hablen de ellos mismos. Pero cuando llegaron a Made of Stone, los miles de británicos y absolutamente todos los españoles que había en el recinto enloquecieron. Están en forma, como si algo fabuloso les hubiese sucedido en este tiempo. Claro que debe ayudar lo de volver a cobrar al final de un bolo, pero no parece que eso sea lo único que hizo que la letra de This is the one sonara como si realmente la de ayer fuera la gran oportunidad de su vida.

Justo después aparecieron en ese escenario Crystal Castles, que son como aquella pareja de chiflados de Asesinos Natos. Ella es toda una Mallory Knox del techno que su pareja suelta en el escenario y maneja a ritmo de sintetizador, muriéndose de gusto mientras ella busca y provoca la sangre. Son de lo más punk que corre por la electrónica. A 130 pulsaciones por minuto a ella le cuesta horrores no tirarse al público, entrar en una suerte de éxtasis y buscar el cuerpo a cuerpo con los de seguridad. Hay que verla poniendo los ojos en blanco y mirando al cielo mientras decenas de manos intentan agarrarla. La chica se deja la vida. Él no levanta la vista del teclado. Y a veces el asunto acaba a tortazo limpio y alguien apaga la música para evitar males mayores. Ayer quedó en nada, pero de casualidad. Montaron un show de electrónica para las tres de la mañana que ya querría hoy David Guetta.

Porque llegados al ecuador de su 18ª edición, con un cartel disparatadamente ecléctico que reinventa el concepto de selección y criterio, el FIB propuso quizá la noche más importante de las cuatro de este año. Ayudaba el carácter de sus cabezas de cartel. Todo muy old school. Volvía Noel Gallagher al festival, esta vez sin Oasis, embarcado en su proyecto en solitario con los High Flying Birds. Y estaban los inagotables Buzzcocks, cuyo agente debe ser un genio para conseguir colocarles en tantos escenarios. Siempre cumplen, pero es una y otra vez lo mismo. Eso, y la exótica inclusión de Jessie J en el programa del día, una reina del pop comercial que ofreció un espectáculo (el único entendido como tal) más cercano a festival de emisora de radio que a un certamen con trayectoria de culto.

Noel Gallagher, en un momento de su actuación.
Noel Gallagher, en un momento de su actuación.ÁNGEL SÁNCHEZ

Noel Gallagher, a mil leguas distanciado de su hermano Liam (palas de cricket y amenazas de guitarrazo en la cabeza mediante), llegó para demostrar que él era el cerebro de aquel monumento del pop que fue Oasis. Tan bocazas como su hermano, que también luce proyecto en solitario, pero mucho más inteligente y ordenadito (dentro del hooliganismo que impera en la familia) ha reconstruido pausadamente su carrera. La noche ayer habalaba de Manchester -luego vendrían sus colegas de Stone Roses- y dedicó una canción a su ciudad, para delirio de los que llevaban una hora coreando su nombre obstinadamente (acompañado del lanzamiento de vasos habitual) mientras tocaba su álbum, aún resistiéndose al pasado. Duró poco. Porque suenan perfectos, a bandaza. Pero sin el alma y sin la tensión universal que supo otorgar un día a aquel otro proyecto construido a mamporrazos con su hermano.

Así que, como suele pasar, acabó tirando de viejos mitos varias veces, incluida la enorme Whatever, que convirtió el recinto en enorme karaoke. Y ahí, sí conectó con el resto de la audiencia de fuera de las Islas que andaba un poco despistada hasta el momento. Y como al final la sombra de Oasis terminó devorándolo todo, Gallagher acabó con toda una declaración de amor liberada de rencor hacia esa época con Don’t look back in anger. Uno de los pocos temas que le dejó cantar Liam en la época de Oasis. Y eso fue todo. 60 escasos minutos.

Otra británica, Jessie J saltó al mismo escenario a las 21.45 y encendió al mismo público que el viernes andaba despistado con Bob Dylan. Esta vez sí reconocieron las canciones. Es una estrella en Reino Unido, pero de otro tipo a las que vendrían luego. Niña prodigio, trabajadora incansable, lleva metida en esto desde los 11 años y fue a la mil veces reseñada escuela de música a la que asistieron Amy Winehouse o Adele. Anoche se presentó con una banda en toda regla, tres coristas y un buen número de luces. Justin Timberlake la adora y ha compuesto para Miley Cirus. Y así, más o menos, suena su música. No es un producto prefabricado, porque ella se lo guisa todo. Otra cosa es el tiempo de cocción que dedique a cada canción. Los brazos de los chavales británicos recién salidos del camping iban de un lado a otro con cada tema en perfecto compás. Una juerga tan respetable como irrelevante musicalmente y que ilustra perfectamente este año el pastiche artístico, sin rastro de ironía autoparódica, en el que se ha embarcado el festival.

La cantante y compositoria británica, Jessica Ellen Cornish, mas conocida como Jessie J, durante su actuación en el Festival Internacional de Benicassim.
La cantante y compositoria británica, Jessica Ellen Cornish, mas conocida como Jessie J, durante su actuación en el Festival Internacional de Benicassim.DOMENECH CASTELLO (EFE)

Porque hay de todo en el cartel. En las antípodas, School of Seven Bells, que tocaron justo antes de la starlet británica, demostraron que uno puede sobreponerse con un poco de cara a la adversidad. Tras su segundo disco, a su cantante y teclista le dio por largarse. Lo bueno es que su hermana gemela, también en el grupo, no estaba por la labor de finiquitar el proyecto. Siempre es bueno tener a un pariente en la banda, a menos que seas un Gallagher, claro. Así que convertido en dúo (ayer ser presentaron en el FIB acompañados de otros dos músicos) se han reinventado y han abandonado el sonido vaporoso que practicaban para lanzarse al sintetizador más ochentero y bailable. Que es lo que consiguieron que hiciera la gente en una hora tan desagradecida como la que les impuso el cartel. Hasta que llegaron Stone Roses, alguien modificó el rumbo del festival unas 30 veces más.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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