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El diseñador feliz

Michael Kors es una estrella mediática, creativa y empresarial.

El diseñador Michael Kors.
El diseñador Michael Kors.

Hace falta optimismo para aterrizar ahora mismo en el mercado español. Por suerte, es una cualidad que le sobra al diseñador estadounidense Michael Kors (Long Island, 1959). Gracias al programa de televisión Project runway, su fama en su país trasciende a la moda. Pero son sus 30 años de férrea defensa de una filosofía estética –basada en la elegancia deportiva– los que explican que la salida a Bolsa de su compañía se convirtiera en 2011 en la más exitosa de la historia de la industria estadounidense según The Financial Times. La oferta inicial valoró la empresa en casi 2.400 millones de euros. No está mal para un chico que abandonó la escuela de moda y montó en 1981 su propia marca gracias a la experiencia adquirida como vendedor en una tienda. Este mes de mayo estuvo en Madrid para inaugurar su primera boutique (Serrano, 32). A la hora de comer, entre croquetas, jamón y un sándwich Club que apenas probó, repasó una carrera marcada por las sonrisas.

¿Cómo es crecer en Long Island? Significa tener lo mejor de dos mundos: la playa y Manhattan. Pero en Long Island no hay cultura, la única actividad posible es ir de compras. Como soy hijo único, me pasaba el día de compras con mi madre y mi abuela.

¿Era un niño mimado? Bueno… soy hijo único. Y estaba rodeado por muchas mujeres. Mi infancia fue como una película de Almodóvar. Era el único niño, y eso me dio una posición privilegiada para observar caracteres y estilos. Mi abuela, por ejemplo, era muy llamativa. Su ídolo era Elizabeth Taylor y amaba los colores, las joyas… el más es más. Mi madre, en cambio, era muy práctica y admiraba a Jackie Kennedy. La hermana de mi padre era hippy, le encantaba Joni Mitchell. Finalmente, mi tía era como Cher… Creo que mi estilo es una mezcla de la simplicidad de mi madre y el glamour de mi abuela.

¿Supo pronto lo que le gustaba? Inconscientemente, sí. Era un poco sabihondo, como todo hijo único. Rediseñé el vestido de novia de mi madre cuando tenía cinco años. Ella iba a volver a casarse y mi abuela y yo le acompañamos a buscar el traje. Estaba completamente cubierto de lazos. Le dije que no me gustaba y mi madre le pidió a la costurera que le quitara algunos. Al final, terminó con un diseño mucho más simple.

"Empecé en una tienda. Nunca tuve la ilusión de ser un artista. Se trata de entender a la gente y darle lo que necesita"

Con esa boda, usted pasó de llamarse Karl Anderson a Michael Kors. Mi padre me adoptó y mi apellido cambió. A mi madre le pareció que Karl Kors no sonaba muy bien. Así que me cambió el nombre de pila también. De todas formas, nunca me llamaron Karl. Era un bebé muy sonriente y me apodaban Chuckle [reírse], y de ahí Chucky. Y ese no era un nombre de verdad.

Empezó a estudiar moda en el Fashion Institute of Technology. ¿Por qué lo dejó? Porque era muy ansioso e impaciente. Empecé a trabajar en Lothar’s, una tienda muy elegante, con 19 años. Era el tiempo de Studio 54. Cada noche, salías y te cruzabas con Halston o Bianca Jagger. Y en la tienda compraban Diana Ross, Nureyev… El propietario me dio libertad para diseñar. Lo hacía todo: diseñaba, vendía, montaba los escaparates. Fue una entrada en la moda estupenda y a los 21 años me independicé.

¿Estaba Studio 54 a la altura del mito? Merece su estatus legendario. Recuerdo un desfile de Issey Miyake. Las modelos llevaban bengalas en el pelo y sonaba If my friends could see me now [Si mis amigos pudieran verme ahora]. Eso era justo lo que pensaba: ¡allí estaba yo, a los 18 años, bailando con Óscar de la Renta! Fui por primera vez cuando apenas llevaba una semana abierto. Cuatro amigos decidimos ir en lugar de a nuestro baile de promoción. Habíamos leído que incluso los famosos no podían entrar, pero lo intentamos. Yo llevaba dos camisas de seda abiertas hasta el ombligo –en color café y blanco–, gafas de sol, mocasines blancos y el pelo rubio y largo. Y lo conseguimos. Entramos. Empezamos a ir tres o cuatro veces por semana. Era un mundo increíble. Un momento irrepetible. Había jóvenes, viejos, famosos, decadentes, guapos… la mezcla era asombrosa. Todavía conservo muchos amigos de esa época. Soy Leo, así que soy muy fiel.

El año pasado rubricó una de sus más longevas relaciones al casarse con Lance LePere. Sí, nos casamos en la playa de South Hampton. Estoy muy orgulloso de que ya sean seis los Estados en los que me puedo casar en mi país [los recita]. La noche que se legalizó en Nueva York, salimos del apartamento y fuimos a Christopher Street, frente a Stonewall. La calle estaba llena de gente, pero nos encontramos con unos vecinos de la playa. Llevan 40 años juntos y uno había estado allí en la primera marcha por los derechos de los homosexuales en 1969. Nos dijo que nunca hubiera podido soñar que algo así sucediera. Fue un momento increíble.

Barack Obama ya se ha pronunciado a favor del matrimonio homosexual. ¿Ve cerca la legalización en todo el país? Llevará tiempo. Pero es algo generacional. Los menores de 40 años no comprenden que esto sea materia de debate. No sé si el matrimonio será legalizado en EE UU con este presidente. Pero ahora ya podemos ver que sucederá. Cuando los padres de Obama se casaron, su matrimonio era ilegal en 10 Estados porque era interracial. Y no hace tanto tiempo.

Participa en el concurso ‘Project runway’ desde que se creó en 2004. Antes de ese programa, la moda no era materia televisiva. Ahora proliferan películas, series… ¿Esperaba esta repercusión? Para nada. Al principio, no quise participar. Pensaba que iban a hacer algo como Supervivientes, con diseñadores peleándose y manteniendo relaciones sexuales. Pero insistieron en que sería como hacer de tutor para estudiantes de una escuela. “¿Y quién va a querer ver eso?”, me dije. Pero decidí intentarlo. Desde la primera temporada, padres de familia me paran por la calle. La gente siente curiosidad por la moda. Todos nos vestimos y queremos saber cómo se crea esa ropa.

El año pasado, su compañía protagonizó una exitosa salida a Bolsa. ¿Produce vértigo una empresa de ese tamaño? Yo empecé en una tienda. Anhelaba expresarme creativamente, pero quería ver mi ropa puesta en los clientes. Nunca tuve la ilusión de ser un artista. Desde aquella tienda hasta la salida a Bolsa, el camino es recto: se trata de entender a la gente y darle lo que necesita. Lo peor que un diseñador puede hacer es vivir aislado en su torre. Mi actitud es la misma que a los 19 años, pero a una escala mayor.

Se habla de la presión que hoy se ejerce sobre los creadores. ¿Era diferente cuando empezó? Esto es como un entrenamiento atlético. No hubiera podido ser director creativo de Céline si antes no hubiera trabajado para una marca japonesa [ICB]. Vas aprendiendo. No envidio a los que empiezan ahora. En los ochenta, diseñábamos dos colecciones al año y punto. Ahora hay que lanzar gafas, relojes… En aquella época, las actrices se compraban un vestido en unos grandes almacenes para ir a los Oscar. Ahora hay que hacerles incontables diseños a medida. Doy gracias por haber tenido tiempo de entrenarme. La moda, como la vida, se ha acelerado mucho.

¿Qué siente al ver la pasarela de Nueva York tomada por una nueva generación? La moda necesita renovación. No puedes seguir defendiendo que Michael Kors o Marc Jacobs son jóvenes diseñadores de Nueva York. Hay un punto en el que tienes que pasar a ser lo establecido, aunque no resulte fácil asumirlo. Cuando me dieron el premio del CFDA a toda una carrera, mi primera reacción fue: “¡Si todavía soy muy joven!”.

Trabajó en Céline de 1997 a 2004. ¿Le gustaría volver a diseñar para otra firma? Me divertí y aprendí. Pero estoy muy contento de no tener que hacerlo más. Es duro, porque compites contigo mismo. Cuando me fui, me sentí como unos padres cuyo hijo no va bien en el colegio. La gente no se da cuenta de lo complicado que es trabajar para otra marca. Admiro a los que se atreven.

Sus anuncios están protagonizados por mujeres bronceadas y de aspecto saludable. ¿Qué opina de los cánones de belleza que promueve la industria? Una mujer de 30 años con dos hijos y una talla 40 puede pensar que tiene un aspecto horrible si se compara con algunas fotos de moda. Lo que nadie le está diciendo es que la chica de la imagen tiene 14 años. Usar modelos demasiado jóvenes no es realista a menos que sea para vender ropa a adolescentes. Yo me intereso por la edad y la historia de las modelos con las que trabajo. Quiero estar seguro de que hacen esto porque les gusta. Es nuestra responsabilidad. Y si un diseñador no sabe diseñar para una mujer con cuerpo de mujer, tal vez debería dedicarse a hacer edificios en lugar de ropa. Soy amigo de Jennifer Hudson y la he vestido muchas veces. Lo hice cuando utilizaba una talla mayor y también ahora. Estoy tan orgulloso del aspecto que tenía entonces como del que tiene hoy.

Las agencias culpan a los diseñadores de la delgadez de las modelos; estos, a las revistas… ¿Dónde empieza el problema? Empezó cuando la gente cogió miedo a mostrar algo realista en la pasarela. Con la aparición de Internet, muchos pensaron que tenían que hacer ropa llamativa para captar el interés. La mayoría de esa ropa no está pensada para la vida real. Si le dijeras a un diseñador que solo va a vivir de lo que muestre en pasarela, tendrías una industria muy diferente. Se dejaría de presentar ropa que no se produce y que no se puede llevar. Y si tuvieras que hacer ropa más pragmática, también podrías mostrarla en cuerpos más realistas. Pero para enseñar locuras necesitas un gigante sin formas. Linda Evangelista o Christy Turlington hoy serían consideradas mujeres grandes. Es absurdo. Vivimos en un tiempo en el que se quiere alcanzar lo inalcanzable. La gente quiere ser joven para siempre. Se vuelve loca con dietas, ejercicio y cirugía…

¿Es posible una moda feliz? Por supuesto. Si tengo éxito es porque nunca olvido la excitación que sentía cuando me compraba algo nuevo. La moda debe hacerte sentir vivo.

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