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Sónar humaniza a Lana del Rey

El festival trae por primera vez a la cantante a Europa y revisa los cánones de la electrónica

D. VERDÚ
Elizabeth Woolridge, conocida como Lana Del Rey.
Elizabeth Woolridge, conocida como Lana Del Rey.A. García (EFE)

Por cierto, Lana del Rey existe y se plantó este viernes en Sónar, en su primer concierto europeo para demostrarlo. Al mismo escenario donde ídolos del techno como Richie Hawtin o Laurent Garnier han enloquecido al amanecer al insaciable público de la electrónica, la neoyorquina se subió con un cuarteto de cuerda, piano y guitarra para lucir su versión de carne y hueso, demostrar que puede cantar y que, gustará o no, pero la mesa que le han reservado en la fiesta es la de la estrella. De otro tiempo quizá, y a eso juega, desde su evocador nombre hasta la puesta en escena vintage que la adorna. Desplegó su único álbum y alguna pieza nueva como Body Electric (ella misma considera que corren voltios por sus venas). Y a la tercera, ya sintonizó con la muchedumbre que pudo robarle a esa hora al bueno de Nicolas Jaar.

Born to die, con imágenes de fondo color sepia de los Kennedy y sus vidas perdidas, sonó a ese lamento melancólico, casi suicida, que arrastra en su vertiginoso ascenso profesional a ritmo de las cuchilladas que ha ido encajando semanalmente. Pero como si nada. Porque luego se bajó a hablar con el público, a besarlos, firmar autógrafos, hacerse fotos...y todo en pleno concierto.

Y ese fue el espejismo provocador, atractivo e ingeniosamente comercial -porque no decirlo- de la primera noche de Sónar, que hizo gala de su impresionante sistema de sonido en el gran hangar de la Fira de Barcelona. Porque por la tarde el discurso se centró en otra cosa. En revisitar aquel tiempo, un par de décadas atrás, en que la música electrónica se dedicó a imaginar el futuro y a escribir su banda sonora. Y aunque nadie ha conseguido todavía ir a trabajar en nave espacial ni tener niñeras robot, podríamos decir que cronológicamente aquel tiempo ya está aquí.

La cantante Nina Kraviz.
La cantante Nina Kraviz.A. García (EFE)

Más allá de la pirotécnica tecnológica -que la hay- la profecía autocumplida del fenómeno house, en pleno resurgimiento (o revitalización), como demuestra el cartel de la noche y el día del viernes, invoca y actualiza sus premisas. Fiestas en lugares privados (warehouse), invocación de la comunidad, estrellas enmascaradas como John Talabot, Burial, SBTRKT y retorno al sonido analógico de los sintetizadores ante la imprevisible volatilidad de los valores digitales, hablan mejor que nada del signo de los tiempos. Con las actuaciones de Nina Kraviz, Jacques Greene o John Talabot, la pista de baile volvió ayer a prender al son del primer bombo del primerísimo compás. Eso sí, la música baja hoy sus revoluciones, debe ser que ya no hay prisa por saber qué nueva desgracia depara el futuro.

Jacques Greene subió al escenario precedido de Daniel Miller, mítico productor y fundador de Mute Records que los 58 años puso a bailar a un aforo alucinado de que un tipo que podría ser su padre, tan inexpresivo como agresivo en la ecualización, les estuviera haciendo mover el culo de aquella forma. Él fue uno de los que se inventó toda la movida hace dos décadas y cuando llegó el renacuajo de Greene, con un despliegue de aparatos a lo Doctor Chiflado, lo tuvo difícil para mantener el ritmo de a quien muchos llamaban a gritos "abuelo".

Al contrario que John Talabot, que por segunda vez este año desenlató su Fin, casi reinventándolo en directo con la ayuda de su amigo Pional y convirtiéndose, en lo mejor de la tarde de ayer. En las proyecciones de fondo pudo verse a una virgen de la Moreneta guiñando un ojo. Pues ahí lo tienen: house mediterráneo.

Alejandro García (EFE)

Los canadienses Austra habían sido el primer gran reclamo de la tarde en el escenario principal. Lo suyo es un acercamiento al dark wave un poco más luminoso que el proyecto paralelo que mantiene una de sus componentes con Trust (que actuó el jueves). Vuelve el rollo gótico de sintetizador. La voz afilada de Katie Stelmanis, que a veces hace sonar un poco a su banda como a los suecos The Knife, se dedica a cortar en pedacitos rítmicos las bases ochenteras de la banda. Tocaron sus hits y consiguieron juntar a gran parte del aforo de viernes (ya mucho más entregado) en ese escenario, pese a que Flying Lotus repetía actuación a esa hora en el Sónar Dome.

En ese mismo lugar, en cambio, la rusa Nina Kraviz, lo más sexy que circula por la electrónica actual, se quedó en eso: en una etiqueta comercial. En la abarrotada carpa de enfrente del Macba apenas se pudo oír su voz devorada por los graves de los altavoces y las bases programadas que iba soltando desde su ordenador. Por la noche, tuvo tiempo de redimirse de los contratiempos cerrando la sala principal. Aunque bien mirado, da igual. Porque cada vez más da la sensación de que este u otros inconvenientes que surjan se la traen al pairo a un público entregado al placer absoluto y, por encima de todo, convertido definitivamente en cabeza de cartel de este festival.

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Sobre la firma

D. VERDÚ
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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