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Columna
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¡España, España! Y al cine que le den

Los distribuidores esperan a que pase la Eurocopa para los grandes estrenos

Carlos Boyero
AGUSTÍN SCIAMMARELLA

Aconsejaba un poema: “Guarda tus recuerdos y si llegas a viejo, que te sirvan”. Imagino que solo se refería a los buenos. O a lo peor, también pueden servirte los malos. Por ejemplo: empiezan a resultarme entrañables en el recuerdo aquellas colas infinitas y agobiantes en la puerta de los cines, el suspense de si se iban a agotar las entradas cuando solo te adelantaban tres personas para llegar a la taquilla, la ansiosa y humillante súplica de ellas a esos reventas cuya ventajista oferta desdeñabas con gesto de hastío veinte minutos antes. Todos esos incómodos rituales buscando tu droga favorita ya son pasado, hace demasiado tiempo que solo contemplo las salas repletas en los festivales.

Pienso en el antiguo esplendor en la hierba mientras espero que comience la proyección de Profesor Lazhar, una bonita y sentida película canadiense sobre la educación que imperdonablemente no había visto en su estreno, ni la semana siguiente, ni la otra. ¿Por qué esa pereza hacia determinadas cosas que merecen la pena, estrenadas con publicidad mínima, necesitadas de que alguien hable de ellas? Lo ignoro, pero me siento fatal por mi retraso, por mi irracional desidia. Me ha ocurrido también con ese sombrío y devastador retrato de las sectas titulado Martha Marcy May Marlene, o con el horror sin tregua instalado en el cerebro de un esquizofrénico que describe Take shelter. Bueno, mejor tarde que nunca, que diría mi madre. Estoy tan absorto en mi contricción que no me he enterado de que estoy solo en la sala. Con los títulos de crédito percibo que ha entrado otro naúfrago. Debe de ser tan maniático como yo. Se coloca en la butaca central de la última fila en una sala vacía. No hay mosqueo en el sagrado reparto del territorio.

Me ocurre con tenebrosa frecuencia esa soledad extrema en aquellos lugares sagrados que en la prehistoria acostumbraban a estar repletos, cuando los espectadores se reían o se asustaban juntos. Y sabes que el final está cercano, que el cine será un placer exclusivamente doméstico, que la vieja y siempre milagrosa ceremonia se clausura.

Busco en la cartelera algún estreno en las últimas semanas que me apetezca ver y no lo encuentro. Las distribuidoras saben que luchar contra la Eurocopa, competir con ella, compartir el ocio, es una batalla perdida. Imagino que reservan sus platos fuertes para el anhelado momento en el que la dictadura del fútbol les regale una tregua. Mientras tanto, ofrecen saldos, estrenan para su consumo rápido a los patitos feos. Pero nadie parece interesarse por ellos, empeñados en ser autores, carne patética de festivales.

Pero también constatas su seguridad en que el público tampoco va a desertar momentáneamente de ese fútbol y justificada gloria nacional a la que tiene acceso gratis en la televisión, de las terrazas, de las copas veraniegas en compañía, para meterse en la sala oscura a disfrutar de un presumible espectáculo. Se ha estrenado con previsible y notable éxito en Estados Unidos, Inglaterra y Francia la última película de Ridley Scott. Se titula Prometheus y cuentan que no es un Scott cualquiera. Cuentan que está planteada como un remoto inicio de lo que marcó el nacimiento de Alien, aquella criatura interestelar y depredadora que acorralaba a la última superviviente de la nave Nostromo, a la hawksiana e imperecedera teniente Ripley. Cuentan que ha retornado aquel creador de dos obras maestras tituladas Alien y Blade runnner. Se supone que a pesar de la Eurocopa, los cines españoles deberían haber vuelto a llenarse con esta película. Pero los que controlan el negocio no ven segura esta apuesta. Esperarán a que los príncipes patriotas y el rescatador barbudo dejen de dar eufóricos saltitos con los goles de la selección española para estrenar esa película que huele a sabrosas recaudaciones. Ojalá que vuelvan a llenarse los cines, que haya una gran fiesta antes del entierro.

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