Prohibido silbar
Sumen las decenas de horas de metraje correspondientes a la infinidad de películas contenidas en las sagas juveniles recientes más exitosas, véase El señor de los anillos, Harry Potter, Crepúsculo y todos sus sucedáneos. Y ahora cuenten los minutos en los que los personajes sonríen y disfrutan de la vida. No hay muchos, ¿verdad? Dónde quedaron la efervescencia y el sentido del humor del cine juvenil de siempre, sustituidos en pos de una suerte de angustia adolescente en la que solo cabe la fatalidad, la grandilocuencia y una trascendencia mal entendida. Blancanieves y la leyenda del cazador incide en esa moda.
Lejos de la infumable tontería de la reciente Blancanieves (mirror, mirror), en esta versión al menos está casi toda la base del cuento que todos conocemos: la bruja madrastra, el espejito (visualizado sin fuerza visual alguna), la manzana, el cazador (con más protagonismo que nunca) y los siete enanitos (actores de estatura normal, empequeñecidos por los efectos especiales). Aunque, eso sí, hay más batalla que amor; mucho de épica, pero ni rastro de la lírica del cuento. De hecho, más parece una película bélica sobre las cruzadas que una fábula para críos, pero desde el taquillazo de El señor de los anillos siempre debe haber hueco para su sistemática (aquí hay hasta un troll, que cuando sale parece que se ha equivocado de historia).
'Blancanieves y la leyenda del cazador'
Dirección: Rupert Sanders. Intérpretes: Kristen Stewart, Charlize Theron, Chris Hemsworth, Bob Hoskins.
Género: fantasía. EE UU, 2012.
Duración: 127 minutos.
Aunque quizá sea su protagonista femenina la que se confirme como verdadero paradigma de esa tendencia angustiosa. Actriz con más pinta de venir de pasar tres días en un festival veraniego de rock que de princesa de cuento, Kristen Stewart es la chica que nunca sonríe, y el penúltimo plano de Blancanieves… es particularmente inolvidable: no descubrimos nada si decimos que el final es feliz, que la cámara parte de un primer plano de su rostro y que todo su cortejo la idolatra, y sin embargo lo más que sale de su boca es apenas una mueca de chica vergonzosa. Como dice uno de los enanos, en un chiste referencial en recuerdo de uno de los momentos más recordados de la versión Disney: “¡Como alguien se ponga a silbar le parto la cara!”. Pura declaración de intenciones.
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