Narcocorrido 'artie'
Miss Bala revela a un cineasta en pleno dominio de sus recursos expresivos
Hace escasos días, una fotografía de prensa superaba en truculencia a una de las secuencias más brutales de Miss Bala: nueve ahorcados en un viaducto, presuntas víctimas del clan de los Zetas, como escalofriante testimonio de una realidad donde la violencia se manifiesta en hipérbole.
MISS BALA
Dirección: Gerardo Naranjo.
Intérpretes: Stephanie Sigman, Noe Hernández, Irene Azuela, Jose Yenque, James Russo, Miguel Couturier.
Género: 'thriller'. México, 2011.
Duración: 113 minutos.
No se puede acusar, pues, de exagerado, ni tremendista al mexicano Gerardo Naranjo cuando, en su película, convierte un ahorcamiento en centro de uno de los elaborados planos secuencia que sustentan su propuesta. El extremado formalismo de su escritura visual tampoco es gratuito: la cámara de Naranjo recorre sinuosa una realidad donde, de hecho, es la violencia la que construye y define el espacio, la que compone el tejido mismo de lo que vemos y determina el movimiento de sus personajes, abocados a su desesperado imperativo de supervivencia.
Como Jorge Michel Grau y Amat Escalante, Gerardo Naranjo forma parte de un estimulante relevo generacional en el cine mexicano, cuyo denominador común podría pasar por la reformulación de los códigos del cine de género a partir de una acusada mirada autoral y de un radical planteamiento estilístico. Miss Bala tiene algo de narcocorrido de arte y ensayo o de telenovela sublimada: la historia de esta aspirante al título de Miss Baja California que, tras sobrevivir a una matanza en una discoteca, recorre los campos de batalla del narcotráfico en busca de su amiga perdida, no logra ser más de lo que parece y sólo trasciende sus materiales de partida en su virtuosismo formal, pero logra cartografiar el infierno de frontera con eficaz sentido del espectáculo.
Miss Bala revela a un cineasta en pleno dominio de sus recursos expresivos, cuya propuesta se ve lastrada por la epidérmica obviedad de su denuncia sobre la corrupción institucional. La comparación con Gomorra de Matteo Garrone, a partir de la obra de Roberto Saviano, no se sostiene: Naranjo traza con talento el escenario del problema, pero no logra desvelar su lógica interna. La voluntad de denuncia pierde el pulso a favor de un relato que prefiere apostar por el siempre eficaz —pero insuficiente— ritual de los infortunios de la virtud.
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