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Odas contra el fútbol moderno

'Un balón envenenado. Poesía y fútbol' recopila los mejores versos que el balompié ha inspirado

Pedro Zuazua
Los versos de Miguel Ávila Cabezas sobre David Beckham en 'Un balón envenenado' son una oda contra el fútbol moderno.
Los versos de Miguel Ávila Cabezas sobre David Beckham en 'Un balón envenenado' son una oda contra el fútbol moderno.REUTERS

Cualquier hincha, de cualquier club del mundo, podría escribir los versos más tristes o más alegres cualquier noche de partido. De vuelta del estadio, o del bar, después de un mal o un buen encuentro de su equipo, cabizbajo o exultante, mientras camina, rememorará lo que pudo ser y no fue, aquel balón que salió por donde no debía, esa jugada mágica que acabó en gol o ese milagro acontecido en el tiempo de descuento. La derrota siempre ha sido muy poética. La victoria siempre ha inspirado al ser humano. Y el fútbol, como decía Oswaldo Soriano, es una metáfora de la vida.

La colección Visor de poesía celebra su número 800 con la edición de Un balón envenenado. Poesía y fútbol. Una recopilación de algunos de los mejores versos que el balompié ha inspirado y cuya selección ha corrido a cargo del poeta Luis García Montero (del Granada y del Madrid) y del editor Chus Visor (del Atlético de Madrid). 250 páginas que son un buen resumen, en verso, de cómo ha evolucionado el fútbol en este país.

Poco tiene de poesía todo lo que hoy rodea al fútbol. La mercadotecnia, los empresarios sin escrúpulos y el ansia de triunfar a cualquier precio hacen que el alma del llamado deporte rey agonice. Pero hubo un tiempo en que en España (sí sí, en España) el fútbol era tan real y sincero que atrajo la atención de los poetas. Rafael Alberti abrió la veda con su Oda a Platko, tras la final de Copa que enfrentó al Barcelona y a la Real Sociedad en 1928. Del bando vencido salió la Contraoda del poeta de la Real Sociedad, de Gabriel Celaya, en la que se quejaba de hasta “diez penaltis que nos robaron” y daba por vencedores morales a los donostiarras. Tal vez algún técnico actual tenga mucho de poeta. La pasión de Celaya por su equipo era tal que, cuando murió, la Real Sociedad salió a jugar con brazaletes negros en un partido ante el Athletic. Luto por un poeta en un partido de fútbol, qué cosas.

Puede que las odas modernas a los grandes jugadores sean las portadas de los diarios deportivos, basados en la imagen a todo color, con letras grandes y adjetivos rimbombantes, pero antes los versos de los grandes poetas estaban reservados para aquellos que tenían algo diferente. Sin tanta cámara, sin tanta información, había que ser realmente bueno para trascender. Maradona, Quincoces, Juanito, Stanley Mathews, Obdulio Varela, Yashin, Puskas, Meazza, Kubala…han merecido un poema. Y esos versos desprenden respeto, pasión y una estética que, es de temer, nunca volverá. Esos nombres desprenden aromas de otro tiempo, de otro fútbol.

Pero también la poesía contemporánea ha encontrado un hueco para el fútbol, y lo ha hecho desde la crítica o la melancolía. Los versos de Miguel Ávila Cabezas sobre David Beckham son, en realidad, una oda contra el fútbol moderno, y los poetas más jóvenes, lejos de encumbrar a tal o cual jugador, han explorado en sus versos la pureza y la esencia del juego. Narrando escenas cotidianas acontecidas en la calle, en la playa o un pequeño campito de barrio. Son versos al juego despojado del marketing y el dinero, a los equipos de la infancia, a las jugadas soñadas y jamás realizadas, a aquel momento de gloria doméstico en el que el balón fue a donde el cerebro ordenaba, y no a donde el empeine decidía.

¿Son los ídolos actuales dignos de un poema? Seguramente sí, otra cosa es el tono. Vicente Gallego traza un mordaz retrato del futbolista actual a través de una rueda de prensa. Hacer poesía con eso sí que tiene mérito. Y Luis Alberto de Cuenca, en Aquellos viejos tiempos del fútbol en España, hace que la vida pase por delante de los ojos a golpe de alineaciones legendarias. La edad se mide por los jugadores que uno ha visto pasar.

Tal vez ayude a reconciliar al lector cultivado con el deporte más primario el hecho de que Miguel Hernández le dedicara una elegía a un guardameta del equipo de su tierra, que Gerardo Diego no se apartara de la radio hasta saber cómo había quedado su Racing de Santander, que Nicanor Parra encontró, en su etapa en los Estados Unidos, la patria y su infancia en una pelota, o que Clara Janés creyó ver, en la forma de darse a conocer las alineaciones de los equipos, una suerte de oración.

Queda exenta de esta antología la grada, creadora de versos geniales, por su ingenio y crueldad. Las musas son solidarias con el hincha, que relatará cual literato las penas y glorias del encuentro. Cuenta el aficionado con tres elementos clave para la creación: el amor, el odio y la pasión. Hace años, ante los problemas financieros del Liverpool, las terrace inglesas cambiaron el “You´ll never walk alone” (Jamás caminarás solo) por el “You´ll never get a loan” (Jamás conseguirás un préstamo) cuando el equipo del Merseyside visitaba otros campos.

Y si el rival está tan hundido que ni tan siquiera inspira una puya poética, siempre se podrá recurrir a la figura del árbitro. Cuenta Eduardo Galeano que una vez, en Ecuador, se hizo un bonito homenaje a un colegiado que acababa de perder a su madre. Los equipos y el público guardaron un respetuoso minuto de silencio e incluso leyeron un discurso elogiando la profesionalidad del árbitro. A los 15 minutos, el equipo local marcó un gol. El colegiado lo anuló por fuera de juego. Desde la grada se oyó: “!Huérfano de puta!”. Poesía social, se entiende.

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Sobre la firma

Pedro Zuazua
Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Oviedo, máster en Periodismo por la UAM-EL PAÍS y en Recursos Humanos por el IE. En EL PAÍS, pasó por Deportes, Madrid y EL PAÍS SEMANAL. En la actualidad, es director de comunicación del periódico. Fue consejero del Real Oviedo. Es autor del libro En mi casa no entra un gato.

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