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UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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Hijos devotos, padres difíciles

Diego A. Manrique

Cuando escriban el manual de la perfecta estrella de rock, seguro que dedicarán un capítulo a esa maravillosa prerrogativa del triunfador: el “producir a una leyenda”. Clara señal de tu poder: obligas a la discográfica a invertir en un artista veterano al que, en circunstancias normales, no dejarían pasar de la recepción. Además, marcas la agenda cultural: fuerzas a los medios a salir del bucle del presente para atender a un histórico.

Una jugada maestra que también te aporta la autenticidad del elegido; creces en estatura, profundidad, sabiduría. ¡Credibilidad por asociación! Eso explica que una criatura tan arisca como Jack White trabaje con damas country tipo Loretta Lynn o Wanda Jackson. Jeff Tweedy, de Wilco, produjo a Mavis Staples. Bettye Lavette tuvo los servicios de Joe Henry y los Drive-By Truckers. El lance no es exclusivo de los chicos listos del rock alternativo: Questlove, inagotable baterista de The Roots, ha firmado producciones de Betty Wright, Al Green o Booker T.

Hay riesgos, cierto. Benefactores de generaciones anteriores vivieron pesadillas. Recuerden: Keith Richards y Chuck Berry, Elvis Costello y George Jones. Con todo, Dan Auerbach ha decidido redimir una de las fichas ganadas en la ruleta del éxito como miembro de Black Keys: productor de lo nuevo de Mac Rebennack, alias Dr. John.

El malaje de turno dirá que no hay mucho mérito en hacer de hada madrina con Dr. John: la tragedia del Katrina y la serie Treme le han devuelto a los focos. Ya en 1995, Siniestro Total le invocó con Doctor Juan (“doctor Juan, doctor Juan / cúrame de todo mal / y del mordisco del caimán”).

Aunque Dr. John tenga cinco premios Grammy y saque discos regularmente, Auerbach le ha convencido para recuperar el espíritu de sus primeros elepés para Atlantic. No debió ser fácil. En las distancias cortas, el Doctor es un gigante damnificado por décadas de mala vida. Se siente muy cómodo en su papel de clasicista, un chef que espolvorea especias de Nueva Orleans sobre añejos standards o el repertorio de Duke Ellington.

Pero las referencias de Auerbach eran Gris-gris, Babylon o Sun, the moon and herbs, donde Mac se inventó el personaje de Dr. John, brujo de Nueva Orleans que operaba sobre públicos acostumbrados a lo psicodélico. La troupe era tan salvaje que se fue desintegrando, en estudio y en directo. No ayudaba que el jefe fuera un yonqui.

Auerbach ha evitado recrear la onda vudú: Locked down no es un proyecto retro. El guitarrista y cuatro músicos se encerraron con Rebennack en su estudio de Nashville y empezaron a crear (las 10 canciones tienen autoría colectiva). El Doctor fue invitado a usar órganos Farfisa y Wurlitzer, para alterar la tímbrica.

Los otros instrumentistas vienen de Antibalas, Menahan Street Band, Poets of Rhythm, los Soledad Brothers: blancos educados en los misterios del groove intercontinental. Escucharon viejos discos de Etiopía o Nigeria, para invocar a la inspiración. En nueve días, construyeron el armazón de Locked down. Un mes de parada y volvieron para meter letras más el indispensable coro femenino.

¿Funciona? Hasta cierto punto. Locked down (Nonesuch) entra exótico y vigoroso pero pierde fuelle en su segunda mitad. Existiendo el filón de himnos afrocubanos a los orishas, decepciona que Eleggua sea una nadería funk. O que las canciones más personales se queden en la banalidad: My children, my angels, donde Dr. John se disculpa por haber sido un padre absentista; God’s sure good tampoco alcanza el fervor del gran repertorio gospel. Pero hay que agradecer a Auerbach que tengamos un Doctor Juan africanizado, natural, indignado. ¡A los 71 años!

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