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CORREINTES Y DESAHOGOS

Drogas que hacen creer en el más allá

Vecinos como Francia e Italia no viven la adversidad de la crisis con la espesa angustia que atenaza la actualidad española

Movido por la Semana Santa y de Pasión, he pasado varios días en Francia y otros más en Italia. Una experiencia que, a la fuerza, lleva a comparar los efectos que en uno y otro país proyecta la crisis.

¿Resultado? Ninguno de estos dos países vecinos vive esta adversidad con la espesa angustia que atenaza la actualidad española. Hay crisis en esos lugares pero siendo de peso no llega a ser una peste. Especialmente en Francia, si los males económicos tienen sus parcelas sociales y políticas contaminadas no son una plaga que ocupa el pensamiento absoluto. En cuanto a Italia, algo hace sentir que si son importantes sus problemas de deuda y sus déficits casi incurables, el país se mantiene en pie, sin derrengarse ante cualquier amenaza de rescate.

La explicación más inmediata sería que no se hayan tan mal como España pero acaso la auténtica razón de peso es que pesan más. Y ya no solo políticamente o en proporciones del PIB sino que pesan más en cuanto que la densidad de su cultura/cultura es incomparablemente más firme.

Puede creerse que estos tiempos en que los números bullen sin cesar lo cualitativo es un factor de segundo orden. La economía y su fechorías ha logrado tal protagonismo numérico a través de recortes y ajustes, mutilaciones crueles y ahorros asfixiantes, que sólo ellos son pertinentes para contrarrestar el mal. La cultura quedaría pues, como un factor ornamental que en los tiempos fúnebres no posee, precisamente, ninguna vela en este entierro.

Sin embargo, la experiencia de vivir esta Gran Crisis en países de mayor consistencia cultural hace ver que la capacidad de resistencia y reacción se halla estrechamente unida al vigor cultural de instituciones y ciudadanos. Una sociedad es tanto más vulnerable cuanto más ignorante es. Un país es tanto más fácil tomárselo a chacota y llamarlo PIG (cerdo) de acuerdo a la baja calidad de sus víveres.

Muchos museos, muchas universidades, muchos catedráticos y auditorios nacidos estos años y convertidos en signos de un vertiginoso desarrollo socio-cultural, han unido al despilfarro la vacuidad y la corrupción a su máscara. Ahora, no obstante, se ve que tras esa carcasa muchas de esas edificaciones, físicas y no físicas, van cayendo a pedazos.

Bien porque fueron construidas de arena, bien porque fueron abandonadas sin apuntalar. Miles de plazas o miles de metros cuadrados sin pilares de verdad, erigidos para tratar de hacer egregia a la autoridad al estilo de los fenómenos dictatoriales del Tercer Mundo.

En suma, al hecho de una cultura que necesitaba albergues para hacerse mejor se ha respondido con la farsa de grandes contenedores sin vida interior. ¿Cómo no esperar que su resistencia a la crisis fuera tan débil y, en ocasiones, igual a cero?

La cultura en tiempos fúnebres no posee ninguna vela en el entierro

Un país no logra su efectiva solidez de los libros de contabilidad sino en este pasado inmediato, de la contabilidad de los libros y siempre de su capacidad de invención y educación. Sin educación no hay país desarrollado ni desarrollo de los cerebros que campearán el temporal. La impresión en Francia o en Italia, dos modelos muy dispares, tienen en común, frente a España que su competencia económica y cultural no es el efecto de unas drogas alucinógenas tomadas de prisa y corriendo. Hay drogas que diseñan impresionantes atletas pero fundamentalmente sus músculos no son el efecto de proteínas dosificadas sino de esteroides que acrecientan pronto la masa muscular. Y la envenenan.

Esta viene a ser la fábula de Zapatero y de Rajoy. Los deportes nos llevan a la Champions League , al mundial de baloncesto y a la final de la Copa Davis pero sus merecimientos despiertan recelos en medio mundo. Porque si España en tantos asuntos ha crecido con drogas (anfetas especulativas, chutes de la Unión Europea, supositorios megalómanos) ¿cómo no deducir —aun falsamente— que los éxitos deportivos, desde el fútbol al waterpolo, son partes del omnipresente doping nacional. Universidades, aeropuertos, museos o auditorios inspirados en el culturismo y no en la cultura. Grandes pero no fuertes, gigantes con pies de barro, idóneos para ser derribados y, en ciertos casos, hasta por el menor temblor.

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