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El mito de Fernando Botero engorda en Latinoamérica

El Palacio de Bellas Artes de México empieza la celebración de los 80 años del artista El pintor y escultor colombiano expone 177 piezas, su mayor retrospectiva

Pablo de Llano Neira
Detalle de 'Bailarines' (2002), de Fernando Botero.
Detalle de 'Bailarines' (2002), de Fernando Botero.

Sostiene Botero que nunca en su vida ha pintado “una gorda”. Lo dijo el miércoles en una rueda de prensa en México DF, donde se abre mañana al público en el Palacio de Bellas Artes la mayor exposición que se haya hecho sobre su carrera artística, Botero: una celebración, compuesta por 177 obras que exploran la gordura en todas sus formas.

La irónica afirmación ante la prensa de Fernando Botero (Medellín, 19 de abril de 1932) remite al motivo formal de su arte: la belleza misma del volumen, más que la obesidad humana, animal o de cualquier otro objeto de contemplación. Ya lo dice el escritor peruano Mario Vargas Llosa en un texto incluido en el catálogo de la muestra: “Cuando un crítico le preguntó por qué pintaba ‘figuras gordas’, Botero repuso: ‘No lo son. A mí me parecen esbeltas”.

–¿Y qué le parece a usted esta mujer tan voluminosa? –le pregunta el periodista a una señora mexicana en la explanada frontal del Palacio, donde ya se pueden ver cinco esculturas monumentales de Botero.

Escultura de Botero frente al Palacio de Bellas Artes de México DF
Escultura de Botero frente al Palacio de Bellas Artes de México DFPRADIP J. PHANSE

 –Pues no me parece bonita –responde Marta Aguilar, de 29 años­–. Está muy gorda, muy luminosa como dice usted.

–¿Y podría decirme su peso y su altura?

–Sí, mido 1,57 y peso 59 kilos.

–¿Eso está bien, no?

-No tanto, estoy un poco pasadita.

Botero por el mundo

Cristina Esguerra

Medellín, ciudad natal de Botero, celebrará los 80 años del artista con la exposición: Viacrucis: La pasión de Cristo que se inaugurará el 3 de abril en el Museo de Antioquia. Su más reciente producción artística está conformada por 27 óleos a gran escala y 33 dibujos. Esta es la primera vez que estas obras serán presentadas en Colombia.

La exposición desvela el detallado estudio y el amor que el artista colombiano siente por la pintura italiana del Renacimiento. Botero aborda el tema de la pasión de Cristo desde contextos tan diversos como Manhattan o los pueblos antioqueños. El artista permanece fiel a los eventos de la historia de Cristo y también al singular estilo con el que ha conquistado la fama.

"El tema del Viacrucis fue muy importante porque fue el único que existió en la pintura prácticamente hasta el siglo XVI. Todos los grandes pintores del arte, como Giotto y Masaccio, pintaron el Viacrucis, pero desapareció y es un tema maravilloso, por eso lo hice", dijo el artista al periódico colombiano El Tiempo.

En Bogotá, la celebración será distinta. El 17 de abril Botero discutirá sobre algunos aspectos de su vida y de su obra con Roberto Pombo, director del periódico El Tiempo. La charla se llevará a cabo en la Biblioteca Luis Ángel Arango en el centro de la ciudad.

Las muestras en Italia, Chile, España y Brasil también hacen parte de la celebración. La gira mundial de exposiciones de Botero comenzó el 17 de mayo en Asís (Italia) con la presentación de 80 esculturas. El Museo de la Memoria de Santiago de Chile expondrá Abu Ghraib la serie hecha por el colombiano sobre la tortura en Iraq.

Pietrasanta, considerada la capital italiana del arte, se sumará a los festejos con un homenaje. El 19 de abril, el día del cumpleaños del artista, la ciudad italiana será el escenario de una exposición de escultura monumental y de dibujo sobre tela. De allí pasará el 8 de octubre a Bilbao y luego tendrá al Museo de Sao Paulo como anfitrión.

México, el segundo país con más problemas de sobrepeso del mundo después de Estados Unidos, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, fue el lugar en el que el artista colombiano descubrió para siempre el poder del volumen. Cuenta la leyenda que el hallazgo sucedió en 1956 cuando Botero dibujaba una mandolina en un parque de la capital, donde residía en aquel tiempo, y por el azar de la creación comenzó a exagerar las formas del instrumento musical. Buena parte de las orondas figuras que pintó, esculpió y dibujo desde entonces se distribuyen ahora –o se “derraman”, como expresa Vargas Llosa– por los siete salones del Palacio de Bellas Artes y por la explanada que lo rodea.

La muestra, que estará abierta hasta el 17 de junio, se ha dividido por categorías temáticas, desde su obra temprana, centrada en la infancia del artista en Colombia, hasta una serie sobre las torturas cometidas por soldados estadounidenses a presos iraquíes en la cárcel de Abu Grahib. Según la comisaria de la exposición, Lina Botero, hija del autor, solamente faltan las obras de la serie Vía Crucis, porque se expondrán a partir del 5 de abril en el Museo de Antioquia (Medellín).

Lina Botero confirma que Botero: una celebración es la retrospectiva “más grande” que se le ha dedicado a su padre, que, a tres semanas de cumplir 80 años, sigue trabajando cada día –“como mínimo ocho horas”, según ella– en cualquiera de los estudios que tiene repartidos por el globo: en París, en Montercarlo, en Medellín, en la Toscana, en una isla griega… Una infraestructura notable que da muestra del éxito que ha tenido y sigue teniendo su exploración de la gordura –o de las formas desbordadas– en una era estéticamente flaca, en la que la dimensión de una cintura puede ser motivo de un pleito ­–he ahí el reciente caso Ananda Marchildon contra la agencia Elite, ganado por la modelo­– y en la que lo liviano, rectilíneo y abstracto, sea un cuadro, una escultura, un edificio o una tableta digital tiene un lugar privilegiado dentro del evolutivo canon de la belleza.

En ese contexto, Botero es un sólido continuador del modelo del arte como representación, o como reproducción de lo que hay, aunque su técnica no sea calcar la realidad sino inflarla para encontrar lo bello más allá de los límites de volumen real de las personas o de las cosas.

El artista colombiano, que vivió a principios de los sesenta en Nueva York, laboratorio de la vanguardia contemporánea, y conoció de cerca a genios de la abstracción como Willem de Kooning o Mark Rothko, siempre ha mantenido la mirada puesta en patrones pasados: el arte precolombino, el quattrocento italiano, el muralismo mexicano del siglo XX (plasmado en las paredes del propio Palacio de Bellas Artes con frescos de Diego Rivera y otras figuras de esa escuela), y sigue reivindicando esa tradición, según explica Lina Botero: “Él dice que el arte está en su peor momento de decadencia, porque se ha abandonado la figuración y la búsqueda del placer”.

A sus casi 80 años, Fernando Botero continúa engordando el mundo en un siglo en el que el volumen es un sentimiento de culpa, y su obra, aunque reconocida como una cumbre del arte latinoamericano de las últimas décadas, no puede ocultarse de la delgada mirada contemporánea.

–¿Le parece bonita esta señora? –le dice el reportero a una joven de 20 años, llamada Xanath Luna, que se fuma un cigarro sentada ante el Palacio de Bellas Artes.

–No, no es estética, mentiría si dijera que es bonita.

–¿Y podría decirme su peso y su altura?

–Mido 1,63 y peso 58 kilos, y me siento bien gorda. Yo no quiero estar lonjuda.

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