La cultura en España, entre los excesos del ayer y el miedo del hoy
Los sectores del libro, el cine, el teatro, la música y el arte viven angustiados por los recortes
Dados como son este país y sus gentes a la escasa afición por el gris (matiz) y a la apuesta desbocada por el blanco y el negro (extremo), parecía lógico que en el cuadrilátero donde se libra la batalla por la supervivencia o muerte de la cultura —de ciertas formas de la cultura— se las vieran dos modelos tan confiados en su discurso como incapaces a la hora de sostenerlo con un mínimo de rigor intelectual: los militantes interesados en mamá Estado y sus infinitas ubres suministradoras de dinero, y los talibanizados (e igualmente interesados) creyentes del popular axioma “la cultura es un capricho”.
Unos estaban tan enfrascados en su laboriosa misión de sacar lo inimaginable a las arcas públicas que no vieron venir la debacle. La debacle consiste en que, cuando en épocas de vacas gordas no pones cuidado y tiras cuarenta casas por la ventana con tal de que el guateque no acabe, acabas siendo testigo de tu propio trastazo (atención, esto no es exclusivo del ámbito cultural). El guateque, definitivamente, se acabó.
Los otros viven el escenario perfecto: ya tienen la coartada ideal para cargar las tintas, las imágenes, las ondas, los posts y los tweets contra lo que desde la noche de los tiempos caracterizaron en su propio imaginario como el rojerío de la cultura, ese que de facto suele aliarse más con gobiernos socialdemócratas que con gobiernos neoliberales. Porque una cosa parece clara, y en parte la realidad les da la razón: si hay que optar entre suprimir un quirófano o un ciclo de música barroca, parece que no hay color. El problema llega cuando se empieza a suprimir primero el ciclo y luego el quirófano, como ya está pasando. Son tiempos de crisis, de recortes brutales y, consecuentemente, de esquizofrenias personales y colectivas. Pero algo parece claro: un modelo de ver la gestión de la res publica ha muerto y hay que poner otros en pie ya que, muy probablemente, nada volverá a ser lo que era. Y ahí se inscribe la administración de los bienes culturales y la necesidad de acometer una titánica tarea de imaginación, de la que nadie, ni los artistas, ni los gestores, ni los políticos, ni los empresarios, ni siquiera los potenciales receptores de esos bienes culturales (el público) debería quedar excluido.
En el pasado hubo alegría en el gasto y excesivo recurso a 'mamá Estado'
Los Presupuestos Generales del Estado serán conocidos el 30 de marzo pero a nadie se le escapa a estas alturas que el varapalo a la cultura —como a todo— será de echarse a temblar. Tampoco se le debería escapar a nadie, y menos que a nadie al ministro de Educación, Cultura y Deporte José Ignacio Wert, el hecho de que a partir de ese día no correrán buenos tiempos para convencer a los titulares de Economía y de Hacienda de una cosa: de que la cultura es un bien básico que hay que proteger y apuntalar con medios. Y el mundo puede estar plagado de buenas intenciones pero va a ser realmente complicado, con la que cae ahí afuera, persuadir a los ministros de los números de que también las letras y las artes son importantes, no solo los quirófanos, las fábricas, las carreteras, los controladores aéreos, los agricultores o los bloques de pisos.
La serie que sobre los recortes económicos de la cultura ha publicado EL PAÍS en su edición digital durante la pasada semana (puede consultarse en la web de la sección de Cultura) traza un retrato inapelable del estado del sector editorial, de la industria del cine, del mundo de la escena, del de la música culta y popular y del de las artes: hubo demasiado dinero y demasiada alegría y picaresca en su gasto y poca o ninguna preocupación por implantar sistemas duraderos de generación de recursos; ahora ni siquiera hay lo imprescindible y hay que generar ideas para nuevos modelos de gestión. Y dará igual que muchos de los brillantísimos actores de ese mundo cultural en español sigan perpetuando su proverbial recurso a la queja: no hay dinero ahora y no lo habrá en el medio y ya se verá si en el largo plazo. Víctimas de semejante panorama: en primera instancia, los profesionales de la cultura (casi 600.000 empleos directos o indirectos genera en España la industria cultural, con una incidencia de cerca del 4% en el PIB); inmediatamente después, el espectador, el lector, el visitante de museo.
Los recortes afectan en primer lugar a los 600.000 empleos que genera la cultura
El abanico de versiones de este psicodrama colectivo es amplio y variado: rodajes de películas parados o nunca puestos en marcha; bibliotecas cerradas u obligadas a recortar fondos, personal y horarios; decenas y decenas de compañías teatrales (algunas de ellas protagonistas de sonoros éxitos) inesperadamente endeudadas y abocadas a la duda cuando no a la desaparición por el impago de las administraciones que las contrataron; museos abiertos pero casi vacíos de contenido y sin posibilidad real de programar exposiciones; prestigiosos y concurridos ciclos y festivales de música clásica o popular cerrados por defunción (en concreto, porque las empresas que los apoyaban han acabado diciendo "hasta aquí hemos llegado") y el viejo mundo de las giras musicales de verano convertido casi en un vestigio...
En una reciente entrevista con este diario, el actual secretario de Estado de Cultura, José María Lassalle, dejaba caer entre líneas una frase que, leída dos veces, resulta del todo inquietante: "Nuestra prioridad es no cerrar ni museos ni bibliotecas". Es decir, el segundo más alto responsable de la gestión cultural del Gobierno admite que —aun como lejana hipótesis— existe la posibilidad de que museos y bibliotecas echen la persiana. Se trata, sin duda, de una frase que quiere ser esperanzadora pero resulta maldita. Claro que, en el transcurso de esa misma entrevista, y como no podía ser de otra forma, el secretario de Estado hablaba de "un presente muy complicado para el cine español". Y establecía de forma implícita su convicción de que un nuevo modelo de gestión es necesario. Un modelo que habrá de pasar por la intervención cada vez más presente y decisiva de la empresa privada en la financiación de la cultura. No en vano el Gobierno del Partido Popular apuesta de forma inequívoca —no lo verbaliza así, pero es lo que es— por la progresiva sustitución de la subvención por formas de mecenazgo privado. Habrá que comprobar si esa cultura del mecenazgo o mecenazgo de la cultura encuentra su contenedor idóneo en esa hiperpublicitada pero también a día de hoy hipermisteriosa Ley de Mecenazgo que Wert y su equipo presentan como el maná.
La prioridad es no cerrar bibliotecas ni museos
En este capítulo de la búsqueda de financiación privada para la maltrecha cultura, sería toda una primicia saber cómo se las va a arreglar el ministro para llevar a buen puerto ese "modelo mixto de subvenciones y exenciones fiscales" llamado a reanimar a la exangüe familia del cine español. Familia que asiste ahora mismo, por ejemplo, al colapso de la actividad en lo que a número de rodajes se refiere: de los 58 que arrancaron en el primer trimestre de 2011, se ha pasado a 21 en el mismo período de 2012.
No vive días más boyantes el mundo de la música. Como sostiene en su vídeo de la serie de EL PAÍS Enrique Subiela, representante de estrellas como el pianista Lang Lang, la mezzosoprano Cecilia Bartoli o el director de orquesta Gustavo Dudamel, "un delirante sistema de contratación de intérpretes y orquestas ha desembocado en el hundimiento del sistema; estamos en demolición". Pero todo es mucho peor aún en el terreno de la música popular. Tras quedar arrasada la industria discográfica, le ha tocado el turno a la música en directo, hasta tal punto que la deuda de los ayuntamientos (principales contratadores) con los asociados de ARTE (Asociación de Representantes Técnicos del Espectáculo) asciende ahora mismo a... 70 millones de euros. Adiós a los bolos veraniegos. Ni verbenas, ni guateques, ni conciertos en la fiesta del pueblo. Si antes una corporación municipal española disponía de una media de 200.000 euros como presupuesto para su semana de fiestas, ahora no cuenta con más de 30.000. En esto, el desastre viene produciéndose desde 2009.
El Gobierno quiere sustituir poco a poco la subvención por el mecenazgo
En un país donde los sistemas educativos nunca supieron inyectar en los jóvenes la pasión por la cultura (como sí se hace en Francia) y donde los políticos y gestores nunca se preocuparon más de la cuenta en buscar alternativas financieras en el sector privado (como sí se hace en Reino Unido) la muerte lenta de ciertas formas de expresión y de ciertas infraestructuras de los llamados bienes del espíritu no es más que el triste sino provocado por una asombrosa falta de ambición y de visión de futuro. De aquellos polvos vienen estos lodos. Más que lodos, arenas movedizas para la cultura en España.
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