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El pintor chino que noqueó a Picasso

Zhang Daqian destronó esta semana al malagueño como el artista más cotizado en subasta, pero ¿quién fue realmente este maestro versátil?

Estrella de Diego
Pintura de Zhang Daqian fechada en 1947 y que ha alcanzado los 87,43 millones de dólares en subasta.
Pintura de Zhang Daqian fechada en 1947 y que ha alcanzado los 87,43 millones de dólares en subasta.CORDON PRESS

Se le compara a veces con Jackson Pollock por las “pinturas salpicadas”, incluso influidas por el Expresionismo Abstracto americano de colores misteriosos y contornos ambiguos. Pero basta observar sus obras con atención. O mirar uno de sus retratos más reproducidos, donde se le ve como a un bello anciano de larga barba blanca, sosteniendo en la mano, mientras dibuja absorto, el pincel, instrumento esencial para la pintura y la caligrafía. Entonces se comprende que antes que expresionista Zhang Daqian (1899-1983) es un pintor tradicional chino, uno de los más sobresalientes y admirados en su país.

Esta semana su nombre, poco conocido por el gran público occidental, saltó a las primeras páginas de los periódicos, porque sus ventas en subasta fueron en 2011 las mayores, según datos de Artprice. Era la primera vez en 14 años que ese puesto no lo ocupaba Picasso. La música sonaba familiar. Puede que hace tres décadas la pintura tradicional china estuviese disponible por una cifra hasta mil veces menor que la actual, pero hoy los artistas de ese país se encuentran entre los más cotizados en las casas de subastas. Y no hace tanto, otro pintor chino, Qi Baishi (1864-1957), fue noticia por lograr el tercer puesto en la lista de superventas del mercado artístico internacional, tras Picasso y Warhol.

No era la primera vez que los tres se encontraban. Se cuenta que en 1956 Zhang Daqian visitaba a Picasso en Niza. Llegaba sin avisar, igual que los jóvenes, aunque Zhang fuera coetáneo del malagueño, un maestro chino que, al mirar fascinado el trazo de Picasso, descubrió sorprendido el influjo de Qi Baishi, entonces un nonagenario. El artista español confesaba su admiración por el que consideraba “el mejor pintor de Oriente”. A su juicio, nadie podía igualar el arte de los chinos. Por eso nunca había ido a China, para no tener que compararse con él.

Tal vez Picasso no sabía que, pese a su destreza en la pintura tradicional, Zhang Daqian estaba ya entonces muy impregnado por arte de Occidente, del cual había aprendido una nueva forma de mirar que rompía con el orden exigido en la pintura tradicional de su país, ese orden que explicaba Shen Tsung-Chien a finales del siglo XVIII: “En un cuadro bueno, bien planteado, todos los árboles y rocas, todas las hileras de colinas y bosquecillos tienen un lugar muy definido, si bien los objetos como tales son muy variables.” Desde su salida de China a finales de los 40, Zhang Daqian había recorrido medio mundo - Argentina, São Paulo y California-, perfeccionando una forma de hacer que desembocaría en las “pinturas salpicadas”, tan características de su producción última.

Zhang Daqian había destacado desde siempre por su extraordinaria ductilidad. Nacido en la provincia de Sichuán en el seno de una familia que animó su dedicación a la pintura y la caligrafía, en 1917 se trasladaba a Japón con su hermano mayor para aprender técnicas de color y al poco tiempo viajaba a Shangai donde tenía la oportunidad de trabajar con dos conocidos especialistas en pintura y caligrafía de la época. Entraba en contacto con los grandes maestros clásicos, una de las pasiones de su vida y que desde muy pronto conformaría su gran colección de obras maestras de la tradición china, entre otras cientos de obras de las dinastías Tang a Qing. Su coleccionismo es una faceta esencial para conocer otro de los grandes secretos de su mano: las copias.

Tal vez en su caso se trataba más que de copias de auténticos falsos que, cuenta la leyenda, son tan perfectos que siguen ocupando lugares de privilegio en muchos museos europeos y norteamericanos. Desde luego su mano poseía una destreza inusitada: lo comprobaba cuando sus primeras copias de Shitao terminaban por engañar a los especialistas. Conviene matizar aquí que la copia –y hasta el falso- tienen en China una significación muy diferente de la que podrían tener en Occidente: sólo los grandes pintores pueden ser grandes maestros de la imitación.

Quizás por eso, cuando a finales de los 50 empieza a desarrollar un problema en la vista y se pone a trabajar en con sus “pinturas salpicadas”, no le resulta difícil mirar hacia un lugar del todo diferente. Se centra en las bellas manchas de color que luego retoca en sus contornos, convirtiendo los misteriosos azules, verdes y marrones en majestuosas montañas. Muchos ven a Pollock en esas pinturas, aunque Zhang Daqian insistiera en nombrar al pintor clásico Wang Mo como fuente de inspiración. Sea como fuere, esas “pinturas salpicadas” gozan de inmejorable salud en el mercado del arte. Y también de influencia en las nuevas generaciones, quién sabe si porque en su obra, como dijera Shitao, “la tinta, al impregnar el pincel, lo dota del alma; el pincel, al utilizar la tinta, la dota de espíritu.”

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