Las manos españolas que guían a De Niro
Tras la aclamada ‘Buried’, el realizador gallego Rodrigo Cortés dirige a un invidente de película Estrena ‘Luces rojas’ con el legendario actor de ‘Taxi driver’ como protagonista
Pero señora, ¡no se ría!”. Incluso Rodrigo Cortés (Ourense, 1973), una de esas personas que nunca pierden la calma, empieza a impacientarse cuando a uno de los 400 extras que se agrupan en el antiguo Palacio de Deportes de Barcelona le da por reírse en la filmación de una escena crucial. Otro director, Nacho Cerdá, ejerce de segunda unidad, mientras Cortés lo controla todo desde unos monitores. Estamos en febrero de 2011, Luces rojas, la esperadísima nueva película del director de Buried, está a punto de concluir el rodaje. Falta un año para que el filme llegue a Sundance (se proyectó en este festival a finales de enero); doce meses para dejarlo todo listo y prepararse para la batalla más dura: el público. Después del exitazo de Buried, el gallego no quiso esperar: “Buried tenía algo muy grande, algo único, que podía permitirnos llegar a otros proyectos”. Ese algo ha posibilitado a Cortés unir en una misma película de presupuesto modesto (para los estándares hollywoodienses) a Cillian Murphy, Sigourney Weaver, Joely Richardson, Toby Jones y Elizabeth Olsen. Poco después llegaría la guinda del pastel: el mismísimo Robert De Niro.
De esta forma, Cortés pasa a engrosar la lista de realizadores españoles capaces de atraer a estrellas de primera fila: lo hizo recientemente Juan Carlos Fresnadillo, al reclutar a Clive Owen para Intruders; lo hizo Alejandro Amenábar en Los otros (Nicole Kidman) y en Ágora (Rachel Weisz), y lo ha conseguido J. A. Bayona (director de El orfanato), cuyo próximo proyecto, Lo imposible, cuenta con Ewan McGregor, Naomi Watts y Geraldine Chaplin, en una demostración de que con un guion interesante y el currículo adecuado, cualquier actor o actriz puede estar a una llamada de teléfono de trabajar en un filme español.
A Cortés no le pilla desprevenido: para Buried fue capaz de conseguir a Ryan Reynolds. Pero lo que ha logrado esta vez, con una trama sobre dos investigadores que se dedican a desenmascarar fenómenos –supuestamente– paranormales y que de repente se dan de bruces con su mayor reto, solo puede calificarse de extraordinario. “¿Que cómo conseguí este reparto? Bueno, nunca sabremos con exactitud qué ha sucedido [sonríe], pero Buried hizo las cosas muy sencillas: una película estrenada en miles de salas, 52 países y con Reynolds de protagonista siempre ayuda. Pero, al mismo tiempo, no quiero olvidarme de que Concursante [su opera prima] fue muy útil para que pudiéramos hacer Buried”, explica Cortés, que al mismo tiempo quiere dejar muy claro que su nueva criatura no responde a ninguna fórmula o tendencia, ni pasada, ni futura: “Lo cierto es que en este negocio nadie sabe nada de nada: lo que no ha funcionado antes puede ser que funcione ahora, y lo que funciona ahora puede ser que no funcione en un futuro. Lo importante es tener la mejor historia posible, da igual que transcurra en la selva, en la gran ciudad o en una caja de madera. De hecho, no hice Buried esperando crear un boom de películas en cajas de madera [risas]”.
"Este guión podría interesarle a Bob", le dijeron a Cortés. Se lo envió y al poco le llamaron: "Bob quiere conocerte"
Cortés, rapado al cero, se sienta en las gradas del palacio, su equipo se ha ido a comer y a él se le ve cansado, pero en guardia. Habla en tono pausado y en cierto modo él es el que dirige la conversación que –naturalmente– llega hasta el mito del séptimo arte que se está calzando el traje a solo unos metros: “Tener a Robert De Niro es fantástico, pero un rodaje es una guerra y exige concentración absoluta, así que te centras en lo que quieres transmitir y no en el nombre de la persona que está delante de la cámara”, aclara el realizador. Sin embargo, hay más en esta historia y parece que a Cortés le apetece contarlo. “Todo empieza con algo así como ‘este guion es algo que a Bob [De Niro] le podría interesar’. Bueno, tú coges y le envías el guion. Al cabo de un tiempo te dicen: ‘Bob quiere conocerte’. Así que vas y te reúnes con él. Lo que pasa es que Bob quiere verte en Sicilia, lo cual parece bastante adecuado [risas]. Así que Adrián [Guerra, productor del filme] y yo tomamos un avión a Roma. Desde allí cogemos un enlace a Catania. Desde Catania, un taxi a Taormina. Allí vamos a un hotel donde Bob se aloja con un nombre en clave, porque, claro, no va a alojarse como Robert De Niro. La reunión fue casi lo más fácil: le entusiasmaba el guion, la historia, el personaje… Y allí mismo dijo que sí, que quería hacerlo, que buscáramos la manera de hacerlo funcionar. Después de eso, Adrián y yo dormimos en una pensión en Roma porque perdimos el avión de vuelta. ¿Si estaba eufórico? Bueno, digamos que no estaba triste, pero aun así, con esa respuesta, en cada película hay que subir 100 escalones y puedes caerte en todos, incluso en el 99. Algunos proyectos se caen dos semanas antes de empezar, y otros, dos semanas después”.
Es hora de comer y el director necesita reponer fuerzas, así que desaparece al otro lado de unas cortinas negras mientras el espacio se queda a oscuras, excepto por algunos técnicos que tratan de arreglar un desperfecto causado por el –excesivo– entusiasmo de los extras. Antes de irse deja una reflexión sobre Luces rojas, que también puede dar pistas sobre la frecuencia a la que funcionará la película: “Me interesaban mucho los mecanismos de percepción del cerebro humano, cómo nos miente y filtra los estímulos para ajustarse a lo que queremos creer: cómo la gente cree lo que quiere creer. He pasado año y medio estudiando ambos lados, a los creyentes y a los escépticos, y los dos se comportaban de forma parecida: negaban todo aquello que no encajara con su filosofía, rechazaban todo lo que se saliera de sus esquemas. Todo eso confluye de algún modo en los personajes de la película”.
En el comedor del equipo se respira un aire de relajación, quizá porque saben que ya queda poco. A cuatro pasos de allí, aparcada en una esquina, se encuentra la roulotte de Cillian Murphy, uno de los actores favoritos de Christopher Nolan (Batman, Origen), que saltó a la fama tras protagonizar 28 días después. Murphy aparece con la cara hecha fosfatina, llena de moratones y heridas abiertas, cortesía del equipo de maquillaje. “Mi agente me habló sobre Luces rojas y me dijo: ‘Deberías ir a ver Buried’. Después me encontré con Rodrigo en Londres y cuando finalmente leí el guion pensé que era maravilloso. Uno de los mejores que he leído en mucho tiempo. Además Rodrigo parecía un director especial. Luego se sumaron Sigourney Weaver y Robert De Niro y vi que no me había equivocado”, se ríe el irlandés, antes de despedirse para dar el callo en plató.
"Llevo 40 años haciendo películas. Si acepté el papel fue porque el personaje era único, indefinible", dice el actor
Un año después de la visita al set de Luces rojas, alguien carraspea al otro lado de la línea hasta que una voz femenina dice: “Hola, pongo a Bob en línea”. Robert De Niro se dispone a hablar con El País Semanal desde Nueva York. El actor, conocido por algunos periodistas como La esfinge, por su rostro pétreo y su afición a los monosílabos en las entrevistas, es un hueso duro de roer, así que la primera pregunta parece cantada. “¿Si esto es lo peor de ser actor? Sí, la verdad es que sí, todo este tema de las entrevistas, pues Bueno, ya sabes, tengo que hacerlo y lo hago y ya está, pero No es lo mío. Obviamente, lo importante es la película y hacer justicia al guion”. Las pausas, a veces largas y otras veces infinitas, y las respuestas entre dientes, cuando uno tiene que acercar el oído hasta que casi se funde con el auricular, serán una constante en los 30 minutos de entrevista, pero en general el protagonista de Taxi driver, Uno de los nuestros y Heat parece interesado en hablar de Luces rojas. “Me encantó el guion, me pareció increíble y además tenía muchas ganas de trabajar con Rodrigo [Cortés], es un director con mucha energía, que me impresionó”, cuenta De Niro, al que uno puede imaginar sentado en una silla de piel con los pies encima de la mesa. Cuando se le pregunta si la necesidad empuja la creatividad, empuña su respuesta corta: “Si tienes limitaciones, eso puede empujar tu nivel de creatividad, pero tampoco debe pasar siempre”.
Robert De Niro nació en Nueva York en 1943, hijo de un matrimonio de artistas, y desde muy joven expresó sus inquietudes, muy ligadas al arte dramático. En su carrera se han cruzado directores como Francis Ford Coppola, Martin Scorsese, Brian de Palma, Michael Cimino, Michael Mann o Terry Gilliam. Es considerado uno de los mejores actores de todos los tiempos; pocos pueden presumir de un currículo semejante. “Llevo 40 años haciendo películas, pero debo decir que mi personaje en Luces rojas es único. Por eso acepté hacerlo, y creo que el secreto del personaje es que es indefinible y que el mérito es de Rodrigo, un director extraordinario”, explica el actor con lo que parece ser un arranque de alegría. Después, sin que nadie le pregunte, se anima con un recuerdo juvenil: “¿Sabes? La gente dice que ahora se hacen menos películas independientes, pero viendo a Rodrigo recuerdo que cuando yo tenía su edad se hacían muchas menos películas independientes de las que se hacen ahora y los actores tienen muchas más oportunidades de las que yo tenía en su día”.
Ahora parece el momento de preguntarle al monstruo por sus primeros recuerdos del séptimo arte, De Niro resopla: “Vale. A ver, me acuerdo de ver King-Kong, la primera versión; me acuerdo de La bella y la bestia Pero es que cuando tenía 10 años empecé a actuar en la escuela y luego a los 15 volví a pensar en ello, luego a los 16 volví a actuar, lo dejé, volví a los 18 Y ahora llevo entrando y saliendo 40 años, así que mis primeros recuerdos del cine, de hecho, tienen que ver con mi carrera más que con mis recuerdos de niño. ¿Te he contestado?”. De repente, uno recuerda la aparición de De Niro en el set de Luces rojas, un año antes. La leyenda apareció vestida de negro, con gafas de sol (por exigencias del guión) en un silencio sepulcral, incluso para un sitio tan silencioso como un plató, para rodar los últimos planos de su personaje. Cortés le vigilaba atentamente y después de la primera toma se le acercó para darle instrucciones. La segunda toma resultó perfecta y el señor del traje negro y las gafas de sol se fue por donde había venido, como un espectro. Y todo sucedió en menos de 10 minutos.
Lo importante es tener la mejor historia posible, da igual que transcurra en la selva, en la gran ciudad o en una caja de madera, explica Cortés
“Rodrigo es un director excepcional. A veces, la gente cree que los que han sido actores son mejores directores, pero Marty [Scorsese] y Francis [Ford Coppola] y Michael [Mann] no han actuado en su vida y son maestros. También he conocido a directores que habían sido actores y lo hacen de pena. Rodrigo es de los buenos”, recalca De Niro. Cuando la conversación se anima, no hay duda, es cuando se le menciona a Obama y a los republicanos. El actor, ferviente demócrata, alza por primera vez la voz: “Algunas de las cosas que han hecho los republicanos en los últimos años, escogiendo a determinadas personas y tratando de presentarlos como candidatos a la presidencia de EE UU, nos hacen quedar como tontos Han convertido lo que debería ser una colaboración entre demócratas y republicanos en un conflicto, especialmente con el presidente actual”.
Rebobinando de nuevo, lejos ya de De Niro, y volviendo al set, a los extras y a Barcelona, Cortés abundaba en Luces rojas y lo que el espectador iba a encontrarse: “Tienes a unos tipos que se acercan a lo paranormal de forma científica, lo cual es sumamente interesante… Plantéatelo así: ver a un Sherlock Holmes de lo paranormal en acción no es un mal telón de fondo para desarrollar una historia, ¿no?”.
‘Luces rojas’ se estrena en España el 2 de marzo.
Babelia
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